Sincopados y zancones
Eduardo D. Aguiñaga
Esto no es más que un recuento amarrado y arrastrado por la transcripción de mi memoria, como los tobillos de los vaqueros a los caballos en el caliente, polvoriento, seco y viejo oeste. Los lugares, fechas y personajes, están suspendidos de la verdad por hilos tan delgados, pues se trata de recuerdos.
A finales de los 90, adolescente, bachiller y perfectamente uniformado, asistía al Instituto Ignacio Allende. Un viejo recinto ubicado en la zona centro de la ciudad que, seguro por su arquitectura, antes de ser un espacio definido para la enseñanza, fue una vecindad y albergó a más de una docena de familias. Ahí escuché atentamente por primera vez la palabra ¡S-K-A!
–Me gusta el ska– confesó aquel tipo de cabeza ovalada, exiliado de la Preparatoria Oficial de León, a mi recurrente pregunta sobre gustos musicales, mi medio para hacer añicos el hielo.
–¡Ah! ¿La mierda esa que tiene que ver con patinetas?– respondí. La altivez de mi persona, también expresada en balbuceos como el anterior, no era sino un equivalente de barbarie de la peor.
–¡No! No necesariamente, esto es un género musical, escucha…
Fue el primer Skuela de baile grabado en cassette en mis oídos. Esa mañana escuché toda la cinta, seguida de otras cosas como Rage Against The Machine y Todos Tus Muertos. Al día siguiente fue el Skamania: Lo mejor del Ska Argentino Vol. 1. La semana que le sucedió, tocó turno del compilado Venezuela Ska y así, hasta llegar a los Puro Skañol y los 100% Latin Ska. En efecto –gustoso, y no precisamente por las clases de diseño gráfico a las 7:45 am- todas las mañanas salía temprano de casa rumbo a la escuela, ansioso por escuchar el sonido de la chicharra antónimo de clases y sinónimo de nueva música.
Por fortuna, nada ha barrido con los flashbacks, que a menudo me visitan, referentes a la etapa en la secundaria federal y al taller de mi papá, mi hermano mayor y la grabadora de las mil-batallas, y ahí, sin equivocarme, terminados los lados A y B de la cinta de Def Con Dos sonaba algo de ese beat –de la medio presentada trama- y el tronc-trunc del resquebrajamiento del decálogo de las normas morales. Ya no podría alejarme jamás del under precioso.
Bien cierto es que grupos como Los Fabulosos Cadillacs y Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio ya tenían tiempo sonando levemente en la radio y en la TV y que, debido a la extraña afición que a los 16 tenía por el rock en español, ya conocía igualmente a Tijuana No! y Mano Negra. Cierto también es que esto no significó que yo relacionara a estas bandas con la diáspora desarrollada en México de dicho estilo jamaicano, emergido a finales de los 50. Por el contrario, las definía ilusamente como rock chistoso con trompetitas y, al término Ska le veía la cara de Tony Hawk. ¡Por dios, yo no sabía nada!
No existía mucha información. La web aún no tomaba el papel (des)informativo que asume actualmente y las pocas fuentes iban, desde punks y miembros de determinadas agrupaciones musicales locales, pasando por skates y graffiteros, y hasta algunos alternativos y rockeros que nada tenían que ver, pero poco importaba, pues todos esos juntos, mitómanos ingeniosos, me hicieron reflexionar sobre ver el árbol y no el superfluo bosque. En las tiendas El Rincón y Fenómeno –muy buena, lástima que cerró- me hice de excelentes discos: Subterránea de Satélite Kingston, Moviendo los pies de Los Pies Negros, De vuelta al Ska de Don Khumalo, 20 minutos de Dancing Mood, un disco doble (incluía Intocables y Antihéroes) de los Intocables y el homónimo de Desorden Público. Con El Chuy del Puesto Punk –vendía en y después de cada tocada y los domingos en el tianguis La Línea de Fuego- adquirí otras tantas reliquias piratas.
Después de eso, no fue difícil que me sumergiera –siempre acompañado, conformábamos ya una mini-pandilla de unas 5 personas- en el mundo de esa música. Teníamos CD de los Voodoo Glow Skulls, Operation Ivy, Fishbone, Save Ferris, The Mighty Mighty Bosstones, Skoidats, Reel Big Fish, Sublime, The Scofflaws, The Toasters, The Slackers y un montón de grupos gringos que no terminaron por convencer. Ya asistíamos a conciertos –en su mayoría, realizados en la ya derrumbada cabaña que alojaba al Cocktail-Bar, a unos pasos de Gran Plaza- y fiestas Ska. Vimos a Panteón Rococó, Los de Abajo, Salón Victoria, Sekta Core, Los Estrambóticos, La Matatena, Inspector, Libre Pensamiento y Sesgo. Estuvimos en recitales de muchos de los principales grupos del mexska, que para entonces, apenas contaban con un demo, maqueta, EP y ocasionalmente con un álbum.
El nuevo siglo trajo mi obligación de cambio. Fui a la facultad y conocí los beneficios del ciberespacio y, con él, una oleada de grupos Ska europeos que vinieron a sustituir perfectamente a los anteriores, pues éstos se habían vuelto –en su mayoría- aburridos, cabilderos, falsos, indistintos, sospechables, decepcionantes. Lo único rescatable de algunos de ellos fue su aparición temporal y una característica urbana-juvenil de resistencia que manejaron en sus inicios.
Tanto nos cautivaron las bandas revival-ska-inglesas de finales de los 70: The Specials, Bad Manners, The Selecter, The English Beat, The Bodysnatchers, Madness. La última, personalmente, logró traumarme seriamente. En la TV pasaban un comercial de la pizzería Lupillos con la versión de One Step Beyond como fondo, luego compramos sus discos e intentamos imitar su estética y pasos de baile. Sus divertidísimos videos y su film Take it or leave it respaldaron esa parte de nuestra identidad, que muchos tomaban por ridícula, pero otros tantos nos hicieron segunda.
Por esa misma época, la pandilla comenzó a crecer. Conocimos y no dejamos de conocer a más personas con cierto criterio, interés y compromiso –no como las guajolotas empapadas de las que les conté en un principio-, notamos brotes de más mini-pandillas en colonias tales como La Azteca, Los Ángeles, Las Arboledas y Deportiva 2 (y sus alrededores). La música seguía llegando a nosotros: japoneses, estadounidenses, muchos italianos, holandeses, alemanes, franceses, de cualquier punto del planeta -incluso remotos como las Filipinas pre-Paquiao-, que al momento, me hicieron sospechar que (esas bandas) sólo nos gustaban a infelices como nosotros. En fin… tampoco se puede dejar fuera la esencia, lo emergido de Jamaica (Ska clásico o tradicional): Skatalites-Soul Vendors y vocalistas como Prince Buster, Laurel Aitken, Derrick Morgan, Desmond Dekker, (lo primero de) Jimmy Cliff, The Maytals, The Wailers… y un gran etcétera que crecía como un bebé bien alimentado. El intercambio era la clave, el lácteo rico, nutritivo y fundamental.
En 2004 tocó en vivo Freedom. Entre el público… ¡skinheads a la vista! Unos gemelos con los que no tardamos más de cinco minutos en simpatizar, parlar, beber, bailar y quedar para repetir el acto. Primera vez que se presentaba una banda de Ska tradicional, y primera vez que veía a esos atrayentes engendros rapados en mi ciudad. En un parpadeo, ya todo lo que teníamos de Ska estaba relacionado con skins/mods -aquí así fue, desde un principio- y viceversa, entablamos amistad con sujetos-arquetipos de otras ciudades y vaya que estábamos duchados de información. ¿Y cómo iba la mímesis? Nos convertíamos camaleónicamente en los susodichos, aún sin saber bien por qué, y sin siquiera estar convencidos –imposible fue oponer resistencia, ya traíamos el ritmito y los pantalones más-o-menos a la media de la altura del tendón de Aquiles. Nos han llamado de tantas maneras; smoothies, mods, skinheads, rudies y por supuesto, skatos (terrible, pero cómo olvidarlo)…
-¡Eeey! ¿Bien skato?- dijo una odiosa y rubia puberta en calle 5 de mayo, año 2001.
-¡Skata tu #%gf$#”&/ madre!
Todas aquellas asistencias a misa de gallo con la abuela hicieron que este pensamiento nunca despegara y se tornara en algo sonoro, una verdadera pena que en su lugar hiciera aparición un estúpido “¡Hola!”.
Resulta imposible olvidarse de todas las fiestas. Recuerdo una en el barrio de San Miguel, con solventes a reventar y monos bailando como locos -lo mismo es al revés-. Uno de ellos, con la palma de su mano, hizo polvo el único foco en el lugar; es mejor no contar cómo terminó aquello. Porque no todo fue miel sobre hojuelas, también nos topamos con seres despreciables y hostiles.
¿De las bandas locales? Mmmh… los que ¡por-fin! (desde-dosmilcuatro) pintaron la línea y retomaron el tradicional, el ska-jazz y el 2-tone, fueron los bastardos de los Standards y los malandrines de los Malandrians. Sí, hubo más, como los Skamaniacs, los Chuckstons, los Caribe Kingston y los Jamaica Blues, pero la mayoría con una escala de calidad, interpretación y estilo en retroceso – pa’trás, como las patitas de los cangrejos. Las primeras fiestas semi-organizadas o eventos desde dosmilcinco fueron ya realizadas por miembros de la incipiente “escena”: el Skaragaggio Fest, donde estuvo por primera vez Jamaica 69; el Jamaican Rhythm & Soul y el Good Times Skank de Día de Reyes. En estos dos últimos –pincharon Apollo 69 y King Crab- se inició (respecto al reggae) en la urbe “la cultura del vinilo”: selecters, DJ’s y montones de discos de acetato girando y girando. No han dejado de hacerlo desde entonces.
Entonces fuimos prototipos híbridos, nos quedamos a medias de ser skinheads y por supuesto de cualquier otra cosa. Con indumentaria de tirantes, Doc Martens, polos, pork-pies, sacos; ideología antifascista/antirracista, amor por la música negra –como el de los creyentes por su sagrada biblia-, gusto por los años 60 en general y, en fin, otras cosas de importancia como la higiene (casi siempre). ¡Yo-qué-sé! ¿Qué fue lo que nos faltó?
Fuimos minoría entre las subculturas. Cuando todo terminó… la pandilla contaba con un promedio de 40 personas. Amigos, lo más importante.
Luego siguió el reggae, el jazz, el soul y más cosas, pero el Ska… fue el punto de partida. Siempre tan generoso y elegante, se presentó como un mar de artistas, aliados, discos, cervezas, mareos, muchachas, patadas en el culo, vómitos, ropajes, actitudes… ha sido escuela de muchos de mis amigos y mía… el preámbulo para conocer el ámbito mod, skinhead y los discos de vinilo.
Mis top 10 conciertos Ska:
1 Ska Cubano en Bosques de Tlalpan (Ciudad de México),
2 Desmond Dekker en Foro Sol (Ciudad de México),
3 The Selecter en Palacio de los deportes (Ciudad de México),
4 The Skatalites en El Rayo (Ciudad de México),
5 The Slackers en Centro de Convenciones Tlatelolco (Ciudad de México),
6 Los Intocables en Cocktail Bar (León, Gto.),
7 Standards en Monaghan Pub (León, Gto.),
8 The Toasters en Calle 2 (Guadalajara, Jal.),
9 Mimi Maura en Plaza de Toros (León, Gto.),
10 Skarnales en Salón Players (Estado de México).
Escrito la madrugada del 17 de agosto de 2010. Dedicado a la memoria de Saúl Israel “Frenkc” Valdivia (1984-2010). Amigo y fiel participante en toda esta historia. El Rudeboy de Los Ángeles ahora está con los ángeles.
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Eduardo D. Aguiñaga (León, Guanajuato, 1984) es arquitecto preocupado (y ocupado) por cuestiones sociales, músico y coleccionista de discos y experiencias. Es pinchadiscos y coeditor del Fanzine del Cerdo Violeta.
Sincopados y zancones fue originalmente escrito en 2010; una primera versión fue publicada en el fanzine La Trampa del Bulevar.