viernes. 19.04.2024
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Vilcabamba

Víctor Hugo Pérez Nieto


El aire seco no para bajo un cielo sin nubes, barriendo caliente polvo agostado de años de estiaje sobre la calle que comprimido haría función de pavimento, a no ser por causa de ese vendaval árido, interminable, precedido de la sensación térmica como de tener un secador en el rostro y que no deja un grano de arena en su sitio hasta alojarse en la garganta. Bajo el portal del café turco suenan latas que ruedan sobre láminas de zinc con su incesante cacofonía y la tierra arremolinada hasta el cielo le da un tono ocre al sol del medio día. El viento arrecia pero la temperatura no varía, solo aumenta el bochorno. Apenas lo justo para no morir de asfixia y tedio exacerbado por el zumbido de un abejorro.

Dos extraños personajes que hace mucho no se miran parecen ser las únicas almas en un pueblo fantasma el cual gozó de auge alguna vez, antes que sus minas de plata se inundaran luego de un chaparral que pareció tragarse toda el agua del mundo porque no volvió a llover.

Ella es aurora boreal en la noche ártica. Él lleva un impermeable doblado bajo la axila como único equipaje aunque no hay una sola nubecilla millas a la redonda. Platican de frente después de años sin hacerlo.

—Anda, déjalo de una buena vez. Yo te amo

—¿Acaso eres idiota? He venido a charlar, pero de continuar eso me largo.

—Descuida, no tocaré más el tema.

—El caso es: lo quiero, sin embargo no soporto su indiferencia. Es más dolorosa que recibir maltratos, me hace perder el sentido de pertenencia al ignorarme de ese modo ¡Si fuera yo otras!

— Si no es por mí, que sea cualquier otro hombre ¡Pero aléjate de él!, ¡peligras a su lado!

—Le he dado vueltas al asunto, no lo niego. Es el sustento económico de los niños. Antes de conocerlo mi vida era realmente difícil, hoy a su lado me aburro incomprendida, pero con la barriga llena.

—Recuerda: Aunque la trampa esté diseñada por Fabergé, y huela a Hugo Boss, y te sientas la zarina rusa, no dejarás de ser su prisionera. El lujo solo disimula la función para la cual fue creado el gran huevo contigo dentro. Te lo digo por experiencia. Además, todo es de los viejos y lo sabes: él solo es un advenedizo, vividor con dinero ajeno a quien no le enseñaron a hacer nada más que lastimar. Hermosa, no tardarás en encontrarle sustituto. Para ser exactos, desde hoy puedes mirar a uno en mí.

—Me indigna que seas tú quien dice eso, recuerda: ¡eres su hermano!

—Y a mí me admira tu devoción al maltrato. Considera que tú y yo nos conocimos primero, éramos amigos desde la adolescencia. El día que te llevé a casa a presentar él comenzó a abusar de ti. Un asunto es que haya sido mi hermano mayor y algo muy distinto el atropello. Lo único que tengo para agradecerle es que después de tu pérdida me volví un vagabundo sin apego a ningún bien material, eso me ha convertido en un alma libre muy diferente al núcleo familiar del cual provengo.

—Lo he perdonado, en el fondo es buena persona, pero sus adicciones lo hunden. Si se pareciera un poco a ti.

—Lo justificas porque lo conoces desde hace ocho años, no toda la vida como yo. Él creé, igual que mis padres, tener cierto toque divino frente al resto para ordenarles... ¿Y si nos vamos lejos?

—¡Eres un bobo! Aunque eso no te quita razón

—Aún es tiempo, nos llevaremos a los críos.

—¡Tonto!, suelta mi cabello. Lo que tú tenías lo perdiste hace mucho. Mejor cambia de tema.

—¡Bah! Está bien si así lo quieres… ¿Sabes de un lugar llamado Vilcabamba?

—Ahí qué

—Ahí la gente no se hace vieja pronto.

—Semejante tontería, ¿por qué no envejecen?

—Porque está en la República del Ecuador, a la mitad del mundo; donde nace el Amazonas al pie de los Andes, y el agua de sus ríos es la fuente de la eterna juventud. En aquel lugar viven muchos exiliados. Además, allá tampoco sopla esta surada enloquecedora.

—¡Mira la que nos juega el destino y continúas con ganas de no morirte!

—Si estoy a tu lado no ocupo muerte para conocer el paraíso. Eres mi adelanto a la gloría

—¿Y de que viviríamos?

—Te haría el amor día y noche, ¿alimentarnos?, ya discurriremos alguna astucia.

En aquel lugar donde están se conjugan todos los tedios del mundo, si el aburrimiento pudiera medirse en percentiles, ese pueblo fantasma ocuparía las casillas superiores con sus miasmas envilecidos por la sequía; construido de ladrillos rojos arremangados por el perenne viento caliente que se llevó los enjarrados de cal desde que fueron edificadas las casas deterioradas ¡Sí!, esas viviendas opacas nacieron en ruinas: con ese sin color enfermizo son como niños malformados desde el útero, progéricos y craquelados antes de nacer, y el desierto es el obstetra supremo de todos los barrios que ahí se asientan. La versión americana de Tombuctú.

Este último comentario que rompe el hastío del sitio es digno de un sonrojo, solo ella sabe cuánto necesita un hombre, pero lejos de tomarlo a modo de cortejo, la joven mujer rezonga.

—¡Descarado! Debiera abofetearte, soy tu cuñada

—Por desgracia tienes razón

—Pensar eso de la mujer de tu hermano es inmoral, muy a pesar de sus defectos y el perjuicio que nos ha causado a ambos.

 — Lo olvidaba: guardar las formas, las apariencias, la compostura, es de sumisos; lo he leído en tu mano. Hay gente que jamás se sentará a mecerse en el cuarto menguante de la luna por miedo a clavarse un cuerno en el culo.

—No seas tan duro en tu juicio hacia mí; yo jamás te he juzgado por haber preferido huir para que ahora regreses y te presentes como mi tabla de salvación. Con dificultad me logré fugar para venir a tomar café; ¿cómo diablos pretendes que recorra medio globo terráqueo? Además, te recuerdo ¡Fui violada! Si no hice nada fue por ti, porque sus hijos son tus sobrinos; accedí jurarle amor ante Dios para lo que tu nombras "guardar las apariencias" y salvar a tu familia del escarnio público en época de elecciones. Todo lo que hubiesen hablado del alcalde y sus hijos en los periódicos sensacionalistas. Comienzo a habituarme a mi desgracia, a tu ausencia, a tener que amar a mi verdugo porque es tu hermano; a este maldito agotamiento que me exhala desde el infierno para llenar de arena sucia mi prisión olorosa a Hogo Boss, ¿y me vienes con esto?, ¡no tienes derecho cuando tu amor cabe cien mil veces en mi sacrificio! Siempre te la has dado de prestidigitador, ¿y tu oráculo que decía que estaríamos juntos toda la vida?, fue tan estúpido como ese impermeable que cargas bajo la axila: ¡mira hacia el cielo!, ¿acaso crees que lloverá? En esta tierra no pasa nada, nada, ni las nubes siquiera. Nada pasa ni nada se queda, la alegría se pierde igual que el color de las tapias opacas de tristeza. Deja de ser un iluso que vislumbra augurios.

—¡Perdona, fue un exabrupto! Desapareceré desde ahora y para siempre de tu vida, será lo mejor...

—¡Si, Será lo mejor y cuanto antes!...

—Por lo menos tú si sabías que yo no hacía falta en esta historia. Tal vez lo supiste desde el principio y por eso te convertiste en la mas honrada de mis ruinas.

Un largo silencio que rompe el abejorro trae de regreso la monotonía en evidente desproporción a todo lo demás. Ella piensa en lo equivocado que está, pero no tiene caso discutir el asunto: manifestarle que él fue “la mas honrada de sus ruinas” y no al revés. Delibera que su destino no va a cambiar si le revela que se moría por volverlo a ver y se arroja en sus brazos. Calla cualquier confidencia. Es tarde, se conforma con haber sentido esa mano en su cabello otra vez. Aunque sabe que es su última oportunidad de irse lejos, también sabe que las mujeres, por instinto maternal, prefieren un hombre patán. En el balanceo de la sobrevivencia es más probable que subsista un abusivo como su marido, que un hombre bien estructurado regido por reglas. Eso para la prole es conservación. El instinto es mas fuerte que la voluntad.

Arrepentida por su desplante curiosea:

—¿A dónde irás?

—Mi testamento es el presente, sin ti lo mismo da... se ha enfriado ya el café y prefiero no leer lo que predicen sus posos para evitarte disgustos. Debo partir; me espera un tren sin destino.

—¡Adiós entonces!...

—Hasta nunca...

—¿Te volveré a ver?

—En otra vida, ¡quizás!...

La brisa refresca un poco dando tregua a la canícula. Él se levanta con el impermeable ya puesto y mientras se aleja resuelto hacia la estación. Ella grita:

—¡Hey, espera!, detente un segundo... ¿Vilcabamba dices?

—¡Vilcabamba, a la mitad del camino a la gloria!

Súbitamente da inicio por fin el aguacero esperado durante años que limpia el cielo de arena y deja medio arcoíris del lado donde aún brilla el sol. Al principio llueve puro lodo, ya luego fluye agua tersa, sin polución. Es, tal vez, el auspicio de que a pesar de los instintos, ni siquiera la sequía es eterna.

A través del chubasco lo ve partir sobre el tren enfundado en su albornoz amarillo sin dejar de decirle adiós con la mano, mientras ella piensa, “en otra vida, quizás”.

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