martes. 16.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

Cien películas para una vida [X y último, Primera parte]

Rafael Cisneros

Cien películas para una vida [X y último, Primera parte]

El cine es un microcosmos de todas las artes.
Eugenio Trías, De cine. Aventuras y extravíos.

Si Borges imaginaba el universo de los universos bajo la especie de una biblioteca, yo únicamente le agregaría una gran sala de cine. Ahí vería una tras otra las cintas que corresponden a mi vida, sean cuales sean, en cantidades incontables. Creo fervientemente que nuestra banalidad es inmediatamente justificada cuando se manifiesta a modo de relatos que puedan transmitirse a los demás. Así pues, el cine (hermano gemelo de la literatura, a mi personal parecer), nos presenta una y millones de realidades en las versiones más íntimas y universales, variadas y clasificadas, específicas y experimentales, desde donde todos podemos pertenecer, de alguna forma u otra. El cine es el hogar por excelencia para muchos de nosotros, abstracto y tangible, un hogar que resulta ser, a cierto modo, esa otra vida de la que tanto se habla en las religiones: no los ensueños, no el después de la muerte, no el hubiera antes del Todo, sino el Cine, la auténtica vida paralela de nuestra realidad.

Agradezco tanto el que me hayan acompañado en este arduo y estrecho camino de recordar a 90 grandes amigos. Ha llegado mi esperado momento de presentarles, con gran cariño y total disposición, las diez historias que más atesoro en mi vida. Cada una de estas cintas podría considerarlas, a niveles extremos que espero ustedes comprendan perfectamente, como parte fundamental de mi familia, de mi propia existencia.

Ya falta poco. Inhalen y exhalen tranquilamente. Por mi parte, he aprendido a inhalar cada que estas cintas comienzan, y exhalo de indescriptible felicidad en sus créditos finales, o en su debido caso, cuando la cortinilla final da cierre a la historia.

Comencemos. Primera parte:

10. ENTER THE VOID (2009) de Gaspar Noé

Tildada de tediosa y de tecnicismo pretensioso en su respectivo Festival de Cannes (y probablemente lo sea; a cada cada cual su predilección), no he visto película alguna que me haya presentado una versión más tangible de lo que puede ser la esencia después de la muerte; y sé que ustedes pueden nombrarme una gran cantidad de películas y yo mismo puedo recordar varias, pero estamos ante un descubrimiento interpretativo, no una simple versión de abstracciones. Para mí, lo que me presentó esta película es tan importante como un descubrimiento científico, o la resolución de una fórmula práctica y aplicada a la civilización.

Basándose en la línea espiritual del Libro Tibetano de Los Muertos, la cinta explora (repito) como ninguna otra que haya visto jamás, lo que podría ser la aspiración humana en pleno trance de muerte, en plena transición del mundo terrenal al espiritual, sin asomo religioso alguno, puramente trascendental. Gracias a los “tecnicismos pretensiosos” de Gaspar Noé, que filma estratégicamente con grúa, larguísimos planos secuencia (justificados por su practicidad subjetiva, ya que la cinta está vista, literalmente, desde los ojos de su protagonista; incluso sus parpadeos y captación temporal de luz forman parte de la técnica, al punto de dejar de ser percibida como “técnica” y convertirse en nuestros ojos) y una certera aplicación de efectos visuales, nos transportamos a una experiencia reminiscente a la que Kubrick nos había ofrecido en 2001: A Space Odyssey, esta vez abarcando el “Más Allá”, de cómo el alma viene y va enclaustrada en sus momentos finales antes de irse definitivamente, o en este caso, alcanzar el eterno retorno y entrar de lleno al vacío de la existencia.

La perfecta excusa es la breve historia de Oscar y Linda, dos hermanos que son separados después de la horrible muerte de sus padres, y que vuelven a reencontrarse en Tokyo, adaptándose con facilidad a trabajos del bajo mundo (Linda es bailarina en un table-dance y Oscar vende drogas). Finalmente cumplen su promesa de permanecer juntos, incondicionales, cuidándose uno al otro. Luego de una emboscada policíaca por parte de un cliente rencoroso, Oscar es asesinado en un baño público. Y pensarán que esto fue un spoiler, pero esto realmente es lo que da inicio al gran entramado de esta historia (pueden incluso revisarlo en el tráiler), sucediendo en los primeros minutos que darán apertura al viaje cosmológico que transportarán al protagonista (junto con nosotros) a una extensa revisión de sus últimos momentos, de sus más fuertes recuerdos, y claro, de algunas circunstancias por las que sus seres queridos y conocidos pasan después de su muerte. Oscar viene y va de un cuerpo a otro, de un objeto a otro, silencioso e imperceptible, como una presencia incapaz de hacer algo más allá de observar (de la afamada teoría de contemplar la vida ante tus ojos antes de extinguirte) a lo largo del luto de su hermana, la esencia de una promesa que no pudo cumplirse, y la búsqueda de un sitio en el cual reencarnar.

Un viaje ácido que, para quienes gusten de complementar experiencias con alguna substancia predilecta, surtirá el efecto esperado. En cambio, para los tediosos comunes que no consumimos nada más allá de las obligadas palomitas, es la auténtica experiencia trascendental que no proviene de ningún ejercicio de relajación, sino del hecho de ejercer la vida a sabiendas que la muerte nos indaga desde nuestro primer suspiro.

La cinta también me marcó por plantear una circunstancia que agradezco profundamente: Oscar es en realidad un cualquiera, no es alguien de características especiales o de alguna particularidad de la que logremos diferir; es alguien como nosotros, denotando el que todos tenemos el “derecho divino” al viaje anímico, al ensueño de la muerte, al éxodo de nuestra alma al misterio que, con todo y que tenemos esta cinta, nunca sabremos su trama. No requerimos ser un monje tibetano o un gurú de la relajación para entrar de lleno en la eternidad; basta con ser nosotros mismos para adentrarnos en nuestras propias teorías, en nuestra propia muerte. Mientras tanto, yo dejo de lado las teorías, las religiones, los planteamientos, y me quedo con esta magnífica película.

09. LA VIE D’ADÈLE (2013) de Abdellatif Kechiche

Basada en la novela gráfica de Julie Maroh, la versión cinematográfica de Blue Is the Warmest Colour, perfectamente adaptada por el extraordinario (y difícil) Abdellatif Kechiche, es sin duda de los grandes hallazgos de mi vida.

Totalmente contemplativa, moldeada con absorbentes close-ups y un tino desconcertante en gesticulaciones, La Vie D’Adèle reinventa la construcción de personajes y aporta algo que se dice fácil, pero que lograrlo requirió de estrategias un tanto cercanas a la tiranía detrás de cámaras, que resultaron en un fin bastante justificado (esto acorde a las propias actrices Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux): todos podemos identificarnos con un personaje a través de sus acciones y aptitudes que se adpatan al ritmo de la trama; pero ahora imaginen identificarnos directamente con gestos, con movimientos, no tanto con circunstancias específicas, sino con una corporeidad que, al adaptarse a su trama fluyente, brinda nuevas aperturas a esa misma trama. No es lo mismo escenas hipnotizantes que el hipnotismo corporal, de acciones editadas a una disposición total de rostros y gestos, extrayendo el alma misma, manifestando la esencia del personaje a través de una mirada atenta a otra o del gratificante (y extático) acto de comer.

Por otro lado, la película es medianamente repudiada por la autora Julie Maroh, y es totalmente comprensible: aunque reconoció la originialidad de Abdellatif Kechiche, señaló que el lesbianismo sin duda fue planteado más a modo de fantasía machista y no como una auténtica experiencia homosexual. Pero aún comprendiendo esta perspectiva, más tratándose de la autora y por tanto no dejando paso a discusión alguna, debo decir que eso no tuvo mayor efecto en mí.

Aquí debo entrar a un tema delicado: el lesbianismo en la novela y en la cinta. La novela plantea tal cual el coming-of-age lésbico y, por tanto, se centra en estas percepciones: se habla del asunto, se indaga en el asunto, habla del tabú y las prohibiciones. La película por su parte no pretende tocar estos temas tan específicamente, desea complementarlos con las cualidades de una intimidad mucho más cotidiana, haciendo de escenas tan sencillas como caminar rumbo a la escuela o pintarse las uñas de los pies como un punto esencial para moldear a los personajes.

Temo no tener mucha cabida en este asunto, ya que cuento con tres características que podría considerarse, si no enemigas, sí un impedimento: soy hombre, soy blanco, y soy heterosexual. Mi visión de la mujer, el lesbianismo y la apertura sexual podrían considerarse meramente conmemorativas, justificativas para ocultar estereotípicas fantasías de macho, o hasta de hipocresías sociales, ya que no formo parte directamente de una comunidad que ha sido desgraciadamente perseguida por el retraso mental que la sociedad ha practicado como mortero para su civilización. Pero no puedo evitar el hecho de tener una simple y sencilla opinión, no como entidad de sexo definido, sino como perteneciente a un mundo necesitado de amor y empatía.

Conforme me adentraba en la cinta, no sentía que veía un film de específico LGTB, sino una auténtica historia de amor donde la categoría sexual parecía no existir (aún con sus contadísimas escenas), o al menos no ocupar gran parte del terreno: era nada más y nada menos que dos personas encontrándose para abandonarse a la pasión humana que nos llega a todos. Yo no veía a dos lesbianas, yo veía a dos seres compartirse en la intensidad del enamoramiento y sus inevitables malentendidos, así como sus grandes momentos. La historia era lo suficientemente fuerte como para ella misma hacernos ver que podíamos denotar ciertos contextos sexuales, pero que la humanidad está hecha de algo más que sólo eso. ¡Al fin! ¡Me he topado con una historia de sexualidad inespecífica! Es sólo amor, Real love, dirían los Bícles.

Creo que hay veces donde no se trata de estar de un lado de la sociedad, o incluso en un lado sexual. Hay veces donde se logra la esencia suficiente como para excluir categorías y ahondar en otros aspectos de las relaciones humanas. A veces simplemente es la vida al lado de quien hemos elegido para vivirla.

Como afirma el extraordinario ensayo de B. Ruby Rich en su edición de Criterion Collection, las escenas de sexo, por explícitas que sean, son contadas. Es decir, la cinta dura tres horas, mientras que esas escenas ocupan apenas diez minutos en total, el resto es la sensación pura de amar y perder, de amar y ganar, un ciclo constante que, a través de sus etapas, nos devela una de las mejores historias que me han contado. La vida de esta chica y la chica de sus sueños, la vida de Adèle.

08. VALERIE A TÝDEN DIVŮ (1970) de Jaromil Jireš

¿Cuento de hadas? ¿Pornografía onírica? ¿Metáfora de la intimidad femenina? ¿Coming-of-age fantástico? Me resulta inexplicable. Puede ser todo eso y más. Para mí lo es todo esto, y muchísimo más.

Valerie & Her Week of Wonders es una de las obras clave de la afamada Czech New Wave (uno de mis momentos predilectos de la Historia del Cine hasta la fecha), surgida en los años 60 en la Checoslovaquia Comunista, desde donde brotaron leyendas como Jiri Menzel, František Vlácil, Dušan Hanák, Véra Chytilová, Elmar Klós, Jan Nemec, Juraj Herz, el director de esta cinta, Jaromil Jireš, mi querido Miloš Forman, entre tantos otros. Basada en la novela de Vitezslav Nezval, es sin duda de los hallazgos más extraordinarios para cualquier cinéfilo decidido a explorar el cine internacional.

El breve y bellísimo relato de Valerie, una jovencita pueblerina que intenta sobrevivir la primera semana después de su primera menstruación, fascina por ser un memorable festín visual, así como una ensoñación carnavalesca donde espectros, vampiros y músicos deambulan de un rincón a otro, formando parte del entramado por el que Valerie deberá pasar para brindarnos una aventura inclasificable.

Luego de una noche aparentemente tranquila, Valerie (Jaroslava Schallerová) es despertada por una extraña sensación que toma la forma de Orlik (Petr Kopriva), un apuesto joven que roba sus aretes que parecen contener poderes mágicos. Las primeras gotas de sangre que Valerie vierte accidentalmente en una blanquísima margarita campirana, le dan señal de que algo se aproxima: la feminidad y sus peligros en un mundo rodeado de bestias, bestias que pueden ser tanto hombres como mujeres, dispuestas a arrebatarle cuerpo, identidad y objetos de valor para encarcelarla en la sombra del pecado, del miedo conservador al natural hecho de crecer. Orlik (que se desconoce si se trata del hermano de Valerie o de su primer amor, o incluso de ambas, muy al estilo Nabokoviano; eso si han tenido el placer de haber leído Ada o el Ardor o Mashenka) la intentará acompañar en su superviviencia mientras ambos huyen de los constantes peligros que llegan al pueblo, desde un sacerdote pervertido (viejo amigo de su abuela), el monstruo conocido como el Hurón (viejo amante de su abuela) y, finalmente, su propia abuela, capaz de cambiar a Valerie y su hogar por la juventud eterna.

Mientras Valerie se debate entre capturas, huídas y vueltas por catacumbas entelerañadas, alumbradas con candelabros de luz suavizada, y varios intentos para matarla, personajes pintorescos (además de los ya mencionados) le brindarán, casi a modo de videojuego, objetos que podrá usar en defensa o como simple ornato para reconocer paseantes y villanos, desde una niña enigmáticamente hermosa cargando siempre con una canasta de flores, o músicos con pequeños tamborcitos y trompetones oxidados.

Algo que impacta además de su extravagancia (otro gran collage onírico del cine), es sin duda la música de Luboš Fišer, un score tan memorable en su total adecuación a la historia y sus cualidades ambientales, sirviendo como traductor melódico de las formas más universales del sueño.

Es una película cuyos misterios y forma narrativa aún me mantienen flotando entre la duda de las ensoñaciones y el misterio de sus símbolos. Creo que mi única certeza respecto a ella es que no me deja otra opción que volverme adicto a su festín, colocándola entre las diez historias de mi vida aún sin definir el por qué se ha asentado ahí. Tal vez tarde mi vida entera en averiguarlo, o quizás nunca lo averigue, tal vez su labor es mantenerme en completa disposición de sus encantos hasta siempre jamás, de mantenerme en extraña y placentera levitación, tarareando su música y visualizando sus escenas, formando parte del desfile que acompaña a la pequeña Valerie en su eterna semana de maravillas, mi semana predilecta en la Historia del Cine.

07. 七人の侍: SEVEN SAMURAI (1954) de Akira Kurosawa

Quizás de estas diez películas, la cinta más influyente del gran cuentacuentos del cine japonés, Akira Kurosawa, es la que poseé las tres cualidades que construyen una historia clásica (introducción, desarrollo y conclusión en perfecta línea recta), pero con mayor pulcritud y aplicación.

Aquí contamos con un prólogo impecable que plantea un tristísimo conflicto, al que le sigue una venturosa búsqueda de solución: una aldea es constantemente saqueada por bandidos, dejando a los aldeanos sin alimento para ellos mismos, quienes en su desesperación, y luego de consultar a su Patriarca, van a los pueblos más cercanos a intentar conseguir el apoyo de los samurái, ofreciendo alimento como pago. El reclutamiento de los samurai es tan esencial que resulta ser de los momentos predilectos de la cinta, mostrándonos sus personalidades casi a modo de colección de cuentos, como una antología de personajes memorables que eligen el camino de la virtud, el honor del guerrero que está a disposición de los débiles.

Pero estos samurái demuestran su fuerza no por meros actos de invencibilidad de superhéroe, sino que entretan a toda la aldea tanto para defender perímetros como para huir en su debido momento. Luego de que siete magníficos samurái acceden a librar la batalla por los aldeanos (y quizás como una labor final antes de entregar sus vidas al legado de los grandes Samurái), el desarrollo fluye entre la organización de la aldea, las concentraciones de los guerreros, su química que nos provoca la emoción de un niño mirando a sus héroes favoritos, la fragilidad de todo cuanto busca defenderse, y las famosas secuencias de batalla, librándose a modo estratégico, donde cada muerto cuenta y cada movimiento debe ser pensado. La pelea con los ladrones se extiende a lo largo de días tortuosos en los que deben soportar la lluvia y el cansancio, como capítulos de una gran novela sin número divisorio.

Las pausas que unen un encuentro de lucha con el otro sirven de mortero para enfatizar la humanidad de los samurái y la sed de sangre por parte de los aldeanos, poco a poco descubriéndonos la diferencia entre venganza y justicia. La conclusión es también larga, iniciando en el último día de batalla, cuando quedan pocos ladrones (los líderes) y toda persona en la aldea debe entregar la totalidad de sus fuerzas para el momento decisivo.

El epílogo, aunque conocido por muchos de ustedes, prefiero no develarlo aquí, es algo que se debe vivir y, en su debido momento, aceptar, ya sea con lágrimas en los ojos o con la frente altiva.

Nuevamente Kurosawa demuestra que estética y practicidad pueden unificarse en la mejor fotografía jamás realizada. Ninguna toma gratuita, ningún ángulo fuera de tono o de lugar, las técnicas cinematográficas se emplean tan estratégicamente como un movimiento de la propia batalla que retrata la cinta. Kurosawa demuestra, en una de sus mejores proezas, que el gran atributo del cine es la reinvención y mejora de las técnicas narrativas más básicas, fundando nuevas formas de contar historias.

Adictiva en formas y contenidos, clásico entre los clásicos, cinta que influye a todo el que la ve, Seven Samurai es el estrecho abrazo entre el drama y la acción. Una de las grandes películas que ha dado la humanidad, por tanto, uno de sus grandes atributos.

06. SALÒ o LE 120 GIORNATE DI SODOMA (1975) de Pier Paolo Pasolini

La obra considerada por admiradores, críticos y estudiosos de Pasolini como ‘la gota que derramó el vaso’, lo suficiente como para ser asesinado de la forma más cobarde y grotesca posible, es de una brutalidad excesiva a su vez que vierte sobre nosotros un planteamiento bastante valiente y, quieran o no creerlo, de la forma más sutil posible: la belleza de la maldad más absoluta. No se trata simplemente de una película morbosa (‘la más controversial de todos los tiempos’), de una cinta pervertida o una experiencia que se sirve únicamente del shock. Se trata de un manifiesto cultural y político que desenmascara la intimidad psicopatológica de un mundo que gusta de la tiranía, un mundo cuyos gobiernos insaciables de sí mismos emplean métodos de sumisión que llegan a justificar con filosofías de latente grosor social, con intelectualismos populares y con la promesa del bien común, que termina siendo el bien individual: todos para uno y uno nada más. Hay ocasiones en las que son los jugadores, y no el juego, quienes forjan y fortifican los contextos más atroces de la humanidad.

Basada en la afamada novela del divino Marqués de Sade, Pasolini adapta la historia de cuatro aristócratas que secuestran 18 almas jóvenes para sus placeres más oscuros (acompañados por un pelotón de vigilancia y cuatro prostitutas que servirán de cuentacuentos para inspirar sus horrendas imaginaciones), a la Italia ocupada por los Fascistas de los años 40, cuando la Segunda Guerra Mundial mantiene su temblor en Europa. En este caso, un presidente, un magistrado, un obispo y un duque aprovechan su posición para secuestrar a jóvenes provinciales y denigrarlos a su gusto, casi a modo vampiresco, intentanto extraerles la dignidad y la individualidad. La película usa la división dantesca, que no hace más que colmarnos del más frío horror sabiendo que las cosas pueden empeorar. La divisiones hablan por sí solas: Antesala del Infierno, Círculo de las Manías, Círculo de la Mierda y Círculo de la Sangre. ¿Algún epílogo? Difícilmente veremos fin a la maldad humana, y la cinta pareciera, aún con duración bien marcada y editada, no terminar jamás.

Aunque las escenas de violencia y sexo se equilibran en cantidad y calidad con las de extensa conversación, lo que me aterra de Salò no son estas particularidades del abuso físico, por impactante y memorables que sean, sino porque están perfectamente justificadas en su contexto, y sirven de éxtasis absoluto para absolutistas, retratados impecablemente por los actores adecuados, representando lo mas bajo de nuestra humanidad. Elegante en su andar, sutil en su edición (y prácticamente en su contenido) y profundamente consciente, Salò nos brinda una exploración de la más conveniente humanidad que nunca pensamos llegar a vivir.

Como Slavoj Zizek afirma, hay distintos tipos de misantropía, y uno de ellos no cree que la caridad sea de las mejores soluciones humanas, ni siquiera de las más convenientes si a esas vamos. A veces no se trata siquiera de un mazazo en la inteligencia colectiva, sino de colocar cartas sobre la mesa acerca de las temáticas que más hacen visibles las tiranías sociales, y en lugar de golpear o acariciar, se conversa plenamente, con la promesa de un debate transparente y el entendimiento de todo aquello que puede perderse. La misantropía de Pasolini no va necesariamente al odio por la especie, sino porque, al creer tanto en ella, le resulta repugnante cuando actúa en las formas más bajas tan solo para ganar todo cuanto se permita ganar, a costa de cualquier pérdida e infortunio ajeno.

La inhumanidad es lo ajeno a nosotros, el reino animal y vegetal. ‘Inhumanidad’ no es sinónimo de maldad, como a nostros nos gusta pensarlo. Toda maldad y su contrario es puramente nuestro, y esta cinta es absolutamente humana. Sus acontecimientos son lógicos a ocurrir dentro de los terrenos elegidos por quienes ha preferido el mal como valor último, como éxtasis posible que agranda las cualidades de la raza humana. Salò es controvertida, repito, no solamente por sus escenas gráficas y su obvia carga política (que no por obvia deja de ser pertitente), sino porque, como ninguna otra cinta o verdad que nos duele por haber atinado en el núcleo de nuestras sociedades... tiene toda la razón.

***
Rafael Cisneros
(León, Guanajuato, 1988) es escritor y cinéfilo. Ha producido, dirigido y editado numerosos videos para publicidad, grupos pop y cortometrajes artísticos. Ha publicado, bajo varios seudónimos, numerosos cuentos.

[Ir a Diez películas para una vida, IX]

[Ir a la portada de Tachas 212]