Cómo hablar en público
Chema Rosas
A menos que seamos monjes Cartujos o algo parecido, tendremos que hablar en público varias ocasiones a lo largo de nuestras vidas. Por supuesto que al decir “hablar en público” no me refiero a la conversación que se tiene en un restaurante con un viejo amigo. No. Me refiero a exponerse ante una audiencia sedienta de sangre que se encuentra pendiente de lo que diremos; un grupo de desconocidos que observa todos y cada uno de nuestros movimientos. Me refiero a ese momento en que los defectos y los temores que solemos ocultar bajo el cobijo del anonimato corren el riesgo de quedar expuestos ante un grupo de completos extraños o, peor aún, de conocidos.
Y es que si somos realmente conscientes del peso que tienen las palabras, no es de extrañar que la glosofobia sea tan común. La forma de articular un discurso podría considerarse como una expresión reveladora de nuestra personalidad, y se requiere cierto grado de exhibicionismo para intencionalmente revelar nuestra verdadera personalidad ante un auditorio. Con esto no quiero decir que todos los exhibicionistas sean buenos oradores -en la mayoría de los casos, tras abrir su gabardina en el parque frente a un grupo de incautos, dudo que se pongan a pronunciar un discurso-. Más bien digo que hay personas cuya personalidad les hace más fácil la tarea.
Los antiguos griegos consideraban la oratoria un arte y le pusieron normas, formas y cánones. Sin embargo el objetivo siempre ha sido el mismo: convencer a los demás de que somos geniales. Fue el mismísimo Chorostófanes, padre de la oratoria occidental, quien acuñó la frase verbum occidere faciem –verbo mata carita.
Los ganadores de la lotería genética y social tienen verbo y carita; la buena noticia para el resto es que nadie nace sabiendo hablar en público y es una habilidad que cualquiera puede adquirir y desarrollar. Pero Roma no se construyó en un día, y la oratoria es un arte que requiere práctica; sin embargo, presento a continuación algunos consejos que pueden ser de lo más útiles para transformar a cualquier tímido profesionista en un coloso de la tribuna.
Asegurarse de estar en la conferencia correcta. Llegar al foro equivocado es un error más común de lo que uno podría imaginar.
Comenzar con humor. Nada es tan efectivo para romper el hielo como un buen chiste. Además, es una forma de decirle a la audiencia que además de ser un excelente orador, también eres el alma de la fiesta. Si nadie se ríe con tu chiste de apertura, probablemente fue racista, homofóbico o misógino. Pide disculpas y retírate.
Compartir una anécdota personal. Esto es fundamental para humanizar al conferencista frente a una audiencia, como esa vez que en un discurso platiqué de cuando me sacaron las muelas del juicio. El resultado fue impactante.
Evitar hablar en público el mismo día que te sometes a cirugía dental. Como esa vez que en un discurso conté que me acababan de sacar las muelas del juicio. No podía hablar bien porque estaba todo hinchado, me escurría la baba pero no me daba cuenta porque seguía anestesiado, y me bajaron a golpes de la tribuna porque estaba salpicando a todos.
Sea breve. Eso.
Hablar de lo que sabemos. Cualquiera que sea el tema, siempre es posible desviarlo para terminar hablando de lo que uno ya conoce. Se puede pasar en tres o cuatro pasos, de astrofísica a los resultados del partido de futbol.
Mostrar confianza en sí mismo. No importa que no tenga idea de lo que está haciendo o diciendo; si algo se dice como si se fuera experto en el tema, incluso los verdaderos expertos en el tema comenzarán a dudar de sí mismos. En ese momento se les puede convencer de cualquier cosa. Frente a la audiencia correcta, un buen orador podría dominar el mundo.
Fingir que es un buen orador. Si a pesar de todos estos consejos, la idea de hablar en público aún causa nerviosismo excesivo, la única opción es pretender lo contrario. Nadie se dará cuenta del engaño.
La frase de conclusión: Es tan importante saber empezar como saber cómo terminar. La frase de conclusión debe contener la esencia del discurso. Hay que evitar las frases prefabricadas y comunes, ya que sólo así podremos cerrar con broche de oro nuestra presentación. En mi experiencia, la manera más efectiva de cerrar un discurso es dejando al público preguntándose algo, como en el siguiente ejemplo:
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Chema Rosas (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.