¿Tachas?
Los versos satánicos confrontan el uno y lo múltiple, la comunidad, donde la verdad colectiva es obligatoria en lo que concierne al individuo, y la sociedad., donde cada cual puede buscar la verdad a su antojo, la religión monolítica y una literatura infinitamente variada, confrontan asimismo a profetas y poetas, al Libro y a los libros, a los militantes armados y al ser humano desarmado. En un momento dado, Rushdie toma la palabra para decirnos que se niega abiertamente a pronunciarse sobre el fondo de tal cuestión. Esa no es, en efecto una de las obligaciones del novelista, que representan en vez de afirmar. Sería, no obstante, ingenuo que nos mantuviésemos en el umbral de esta declaración de neutralidad. Por su misma existencia, esta novela milita a favor de las novelas, a favor de la pluralidad, del derecho del individuo a interrogarse acerca de las tradiciones. No ha lugar a extrañarse, pues, por el hecho de que un ayatolá en Irán, un cardenal en Francia y un rabino en Israel se hayan pronunciado con mayor o menor vehemencia contra Rushdie. El profeta del libro ya le decía a Salman, el personaje llamado Salman, quien se permitía modificar el texto sagrado, lo siguiente: “Salman, no se puede perdonar tu blasfemia… ¡Has elevado tus palabras contra las Palabras de Dios!”.
Los versos satánicos son también un libro sobre la naturaleza del bien y del mal. Éstos se oponen como la ortodoxia y la herejía, pero también como los dos personajes principales, Gibreel y Saladino, puesto que a la cabeza del primero la rodea una aureola que recuerda la de los santos, mientras que el segundo observa con inquietud cómo le crecen dos cuernecitos en la frente, y cómo sus pies se transforman en patas de macho cabrío. No obstante, el final del libro cuenta que Gibreel —que se considera un arcángel— perece, y Saladino, el humilde pecador tan humano, se salva e inicia una nueva vida. Rushdie se niega a suscribir una visión maniquea del mundo, donde el mal sería una sustancia totalmente ajena a la naturaleza humana (o divina); el mundo es constitutivamente heterogéneo, o, como, él mismo afirma, incompatible: “Fantasmas, nazis y santos viven a la vez en la misma época”
Tzvetan Todorov
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—¿Es usted Pamuk?
Y él me respondió, con esos ojos que hurgan en el otro, con su sonrisa siempre a punto de convertirse en una mueca seria, de muchacho que no se ha perdido ni un día de clase en el instituto:
—Sí, lo soy, pero no lo tengo en mente al escribir. No escribo pensando "voy a escribir una novela a lo Pamuk'". Para mí, la mejor forma de ser novelista es olvidarse de uno mismo. Tampoco pienso en un estilo al escribir, aunque es inevitable que eso surja de manera natural. Cuando escribo sobre alguien que no es como yo, me esfuerzo en ser otro, en ser el personaje. Lo interesante es escribir sobre los demás, desde su punto de vista y escribir sobre uno como si fuese otro. Volviendo a la pregunta de si soy Pamuk? La respuesta es sí y no.
La reflexión que siguió a esa respuesta es la continuación de su diálogo sobre la novela por otros medios; del mismo modo que les explicó a los estudiantes de Harvard lo que le iba suscitando la lectura de sus clásicos (sobre la memoria, sobre el tiempo), me explicó su teoría de Dios y la literatura. "Coincido con Schiller", me dijo, "en que existen algunos escritores que escriben como si Dios les estuviera susurrando las palabras. Existen escritores que son un mero vehículo. Simplemente escriben, sin preocuparse de lo ético o de lo estético, ni de los poderes comunicativos de sus textos? Hay muchos escritores que son así."
Él no es así. En esta conversación en Columbia, Pamuk, que ha adelgazado unos cuantos kilos, que ahora peina más canas que cuando deambulaba solo por Madrid en 2000, cuando nadie le hacía caso a un escritor turco en España, es como mucho más juvenil, más cercano; se levanta, se sienta, mira por la ventana a la que se le acaba el último sol de Nueva York, y rebusca como si improvisara en su memoria literaria, un artilugio implacable que viene y va a medida que achica los ojos para recordar. Él no es uno de esos escritores que no se preocupan de la ética y de la estética? "También existen escritores como yo, a los que nos preocupa si el texto está bien, si es creíble, si tiene calidad, si es demasiado político, si hay demasiados detalles? Escritores como yo, que son demasiado conscientes de sí mismos."
-¿Y qué es preferible, Pamuk?
-Creo que no es bueno tener demasiada conciencia ni demasiada candidez. Un escritor debería ser ambas cosas. Por un lado debería dejarse llevar y por otro debería controlar. Es como un conductor que ha de saber las reglas de conducción pero también olvidarlas.
Ese libro, que ha corrido el riesgo de perderse entre novedades que no pesan, tiene el peso de Pamuk, su impronta, su mirada, y sin él no se podría entender ni El Museo de la Inocencia (la novela) ni el Museo de la Inocencia (el museo propiamente dicho). Pues es aquí, más que en su literatura de ficción, donde, como Borges, es él y es otro, donde se desnuda como escritor y como persona. Se lo dije; y le recordé que en el párrafo final le agradece a quien le llevó a Harvard la oportunidad de mostrarse como Pamuk creador de ficciones, pero también, sobre todo, como Orhan lector. Me dijo:
—Debo decir que los profesores y académicos de Harvard me acogieron. Mis prejuicios sobre ese mundo académico convencional se desvanecieron por completo. Estando allí me dijeron que la esposa de Calvino acusó a Harvard de la muerte de su esposo. Según ella, Calvino murió de un ataque de corazón debido al estrés que le producía tener que ir a Harvard a dar unas conferencias. ¡Pero yo sobreviví! Cuando impartí mis conferencias en Harvard fui muy feliz. Fueron muy generosos conmigo. Pude escribir, expresar mis pensamientos sobre la novela, sobre cómo escribo? Pero aun así confieso que estaba nervioso.
Salió conociéndose mejor, habiendo aprendido mucho más de la materia de sus sueños, de sí mismo y de los otros. "Lo más importante que aprendí fue que es mucho más placentero escribir una novela que escribir un libro teórico." Un libro teórico en el que él está, con sus obsesiones, el tiempo y la vocación, que en primer lugar fue la pintura. "En este libro argumento que las novelas son como dibujos o pintura en el sentido de que comunican ideas que el lector después transforma en imágenes. El novelista imagina una escena antes de convertirla en palabras para que el lector las lea y las transforme en imágenes. Hay una sola excepción, y es Dostoievski. En sus novelas no hay imágenes, no hay objetos. Su caso contradice mi teoría."
Pamuk ha roto una membrana que parecía de acero: la distancia entre la realidad y la ficción. La ficción es Kemal soñando con Füsun, pero él le quiso dar encarnadura, e hizo un museo que ahora constituye la rara consecuencia de su terquedad: no quería hacer sólo una novela, y no pretendía hacer sociología, pero ha logrado hacer un museo que agarra, como un poema de Eliot o un cuento de Chejov, el mundo real en un instante que ya es pasado, y que huele, es tangible, se parece a lo que la ficción cuenta y sin embargo es real, "real como la vida misma".
En el libro en el que está su teoría (y su práctica) de la ficción (y de la lectura de ficción), Pamuk dedica un capítulo entero a buscar el centro mismo de la novela. En pocas palabras, me dijo, es difícil resumir lo que quiere decir. Pero lo intentó:
—Creo que mientras leemos nos damos cuenta de que hay algo que va más allá de la historia en sí. Al leer, el lector se convierte en detective y busca un sentido más profundo en lo que está leyendo. Borges habla de esto, tomando a Moby Dick como ejemplo. En la primera lectura parece que Moby Dick trata sobre unos cazadores de ballenas. En una segunda lectura la historia parece que trata sobre un capitán enloquecido. Pero Borges dice que la historia en realidad trata sobre algo cósmico, algo más profundo. Y tiene razón. Todas las grandes novelas van más allá. En el caso de las novelas de Agatha Christie, una vez que se sabe quién es el asesino no volvemos a leer el mismo libro. Pero en las grandes novelas literarias, sí ocurre. Las lees una y otra vez para descubrir su verdad, su corazón. Los verdaderos lectores de Moby Dick saben que trata sobre la vida misma. ¿Cuál es el sentido de la vida? Ésta es la pregunta que toda gran novela debe transmitir. Ulises o Finnegan's Wake , de James Joyce, también buscan el centro. La mente humana está hecha para ello, para buscar el significado de las cosas. Las novelas son simples modelos para encontrar el significado de la vida.
En todas las visitas que le he hecho a Pamuk, desde la primera, tras el Nobel, en 2006, hasta esta última, con motivo de la inauguración de su museo, a finales de abril, por el escritor turco surcaban ramalazos de preocupación; entonces, la terrible persecución judicial que sufrió por aventar sus opiniones con respecto al conservadurismo de su país y sobre el poder de los militares para manipular la historia, y ahora porque el museo físico se le enredó en el alma como una serpiente venenosa, y no se acababa nunca la tarea. El día en que presentó el museo ante una multitud de periodistas sudaba a mares, y no era sólo por el calor y las escaleras de Estambul, esta ciudad de calor con escaleras. Pero nunca dejé de subrayar su modo de estar con el término feliz, que tanto lo define. En el caso de su relación con la literatura, de la que hace crónica en El novelista ingenuo y el sentimental , a ese término, feliz, hay que añadir la expresión entusiasmo. Entusiasmo literario, entusiasmo vital.
—Ha escrito usted un libro muy entusiasta sobre la novela en un momento en que algunos vaticinan que el género tiene los días contados. Dicen que el periodismo y las experiencias personales reemplazarán a la novela y la ficción desaparecerá o acabará siendo una mezcla de ambas cosas.
—Estadística o sociológicamente hablando, el arte de la novela no está en vías de extinción. Al contrario. Tengo un amigo editor en Shanghái que dice que pareciera que las novelas están cayendo del cielo. Allí todos están escribiendo, tengan libertad de expresión o no. Y eso pasa en muchos lugares del mundo. En los últimos cincuenta años todo aquel que ha demostrado interés en la literatura y quiere expresarse lo está haciendo mediante la novela.
Juan Cruz (entrevista a Orhan Pamuk)