viernes. 24.01.2025
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Radiopiratas de comedia ligera

Esteban Cisneros

The Boat That Rocked, reparto
The Boat That Rocked, reparto
Radiopiratas de comedia ligera

1966. Qué tiempos: los mejores para la música pop, especialmente en la Gran Bretaña. Contradíganme. La verdad es que hay que admitir que en prácticamente toda la segunda mitad del siglo XX y el inicio del presente ha habido música grandiosa. Pero a nivel mainstream, gigante, desbordante, nunca como en los 60. Pura candidez, energía y emoción.

Justo en ese punto álgido, la radio británica era un soberano aburrimiento. Y es que la BBC, que monopolizaba las ondas con su discurso oficialista, culto y totalmente square, no programaba prácticamente nada de música pop. Apenas unos minutos al día.

Algo estaba sucediendo en las calles, en los suburbios y en las casas. Algo excitante y lleno de ritmo. De urgencia. De ansias de color, de romper el protocolo y, por una vez en la vida, uno podía salirse con la suya con estilo. Y, por supuesto, la siempre fangosa Oficialidad ni se enteraba ni quería hacerlo.

La cosa no iba a quedarse así. Afortunadamente hay gente que hace del absurdo una obra de arte. Algunos mavericks, por aventura o por ambición, instalaron sus propias estaciones de radio piratas. Fieles al adjetivo y con el principal motivo de burlar la jurisdicción británica, se lanzaron al mar en oxidados barcos hacia aguas internacionales en donde no pudieran ser perseguidos por la ley. Allí montaron todo el equipo necesario para transmitir. La revolución no iba a ser televisada, pero sí escuchada por radio, en una invasión de las ondas llena de estilo y wokandwoe.

En este contexto comienza The Boat That Rocked (Richard Curtis, Reino Unido, 2009), una película de esas que dan ganas de visitar y revisitar. Conocida en México con el (clásico) risible título de Los piratas del Rock y en Estados Unidos con poca imaginación y gracia como Pirate Radio, es la breve y alocada historia de las radios piratas de los años 60. Un viejo barco, anclado justo donde las aguas del Mar del Norte dejan de ser británicas, sirve como punto de gravedad para varias historias (alrededor de 25 millones de pares de oídos y algunos más, de hecho) de cómo la Música, así con mayúscula, puede salvar vidas.

Llena de personajes entrañables, The Boat That Rocked resulta una comedia bastante efectiva con un killer soundtrack lleno de lugares comunes de la época (aunque por ahí se cuela alguna rareza): una historia de DJ’s que escupían 16 mil palabras por minuto en el mar, y de sus fieles escuchas que giraban a 45 revoluciones por minuto en tierra a ritmo de The Troggs, The Small Faces, Procol Harum, Dusty Springfield y Lorraine Ellison.

Richard Curtis, famoso por filmes como Cuatro bodas y un funeral, escribió el guión basado principalmente en la historia de Radio Caroline, discutiblemente la radio pirata en alta mar más famosa de la época. Él mismo aclaró, por otro lado, que tomó elementos de varias historias de otras radios para construir con detalle Radio Rock, la estación ficticia en donde se desarrolla la película. Swinging! Qué alma inquieta no escucharía una frecuencia conformada por grandiosa música pop las 24 horas del día (con las ocasionales intervenciones noticiosas y humorísticas), sin concesiones comerciales y con voces que no sólo decían cosas divertidas, sino relevantes. Estos dejotas, por cierto, son encarnados por nombres/actores tremendos como Philip Seymour Hoffman, Bill Nighy y Chris O’Dowd.

Por supuesto, el gobierno, la fangosa Oficialidad, ve estas expresiones como peligrosas. Aquí es donde aparece el antagonista, un perverso y ridículo político (un Kenneth Branagh divirtiéndose a lo grande en su disfraz de malosillo) empeñado en terminar con las estaciones piratas. Lo dice muy claro: “por eso somos el gobierno: si algo no nos gusta, lo hacemos ilegal”. Torciendo la ley con fuerza, al final ganan los malos, pues a partir de 1967 todas las estaciones extrarradio fueron declaradas ilegales y perseguidas. Así pasó en la vida real. Y así seguirá pasando siempre que haya manifestaciones espontáneas de completa libertad.

Poniéndonos exigentes, hay varias cosas que fallan en la película: falta desarrollar algunos personajes, la trama de una historia de amor fallida se extiende un poco de más y hay algunas historias potenciales que quedan sin contarse. Hay demasiados personajes, todos muy atractivos, y dos horas parecen insuficientes –pero este tipo de películas sí tiene que hacer cesiones comerciales, a riesgo de no ser distribuidas (exigimos un director’s cut)-. Definitivamente The Boat That Rocked no es una película incendiaria ni contiene un mensaje abiertamente revolucionario, pero es un gran recordatorio de que es posible llevar a cabo una Gran Idea, con inteligencia, humor y un par bien puesto. La Música Pop, de inicio, era una de estas Grandes Ideas.

Al final uno de los personajes centrales, un DJ apodado The Count (Seymour Hoffman), dice Su Verdad, que bien podría ser nuestra. Todo se está yendo al traste y él sabe que los mejores días han pasado, que todo se hundirá rápida y literalmente, y dice al micrófono: “A nuestros escuchas, esto es lo que tengo que decirles: que Dios les bendiga. Y en cuanto a ustedes, los bastardos que están a cargo, ni sueñen que esto ha terminado. Los años vendrán, los años se irán, y los políticos no harán un carajo para hacer del mundo un mejor lugar. Pero alrededor del mundo, chicos y chicas siempre tendrán sueños y los convertirán en canciones […] La única tristeza esta noche es que, en años futuros, habrá muchísimas canciones fantásticas que nunca tendremos el privilegio de transmitir. Pero, créanme, seguirán siendo escritas y seguirán siendo cantadas y serán la maravilla del mundo”.

Amén.

Algo podrían aprender de The Boat That Rocked los que están al frente de nuestras sosas y descerebradas estaciones de radio… Y los pequeños rockstars de habitación alfombrada, también. Que comience la invasión de las ondas, por favor.

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C/S.

 

 

 

 

 

 

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Esteban Cisneros
(León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

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