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Viajo sin brújula

Ralf Ortiz

Viajo sin brújula

El Capitán James Cook es un héroe para los ingleses, los australianos y los neozelandeses por haber navegado el sur del Océano Pacífico en nombre del Imperio Británico. Esa es su ancla en la historia. Lo que pocas veces se menciona es que a Cook le ayudó (y, seguramente, le salvó la vida muchas veces) un tipazo llamado Tupaia. Él era un navegante tahitiano polinesio que no necesitaba de mapas, ni brújulas, ni voltear al cielo por las noches a ver las estrellas para saber a dónde se dirigía. Así llevo a Cook de isla en isla.

Hay dos filosofías para abordar y navegar la vida. Hay quienes dicen que debes saber qué es lo que quieres e ir por eso. No ceder. Y que ir “para atrás”, ni para tomar vuelo. Es obvio que quienes así piensan no han viajado en el transporte público, donde se pide a todos que se hagan “pa’trasito”; y mucho menos han bailado una de esas cumbias donde se dan “dos pasitos pa’ delante y un pasito para atrás”.

La otra ruta puede ser un poco más accidentada, hay más raspones y moretones, tanto literales como metafóricos y filosóficos, y no se diga psicológicos. Me refiero a la idea de saber qué es lo que NO quiere uno y básicamente sacarle la vuelta, como dicen por acá. A esa filosofía me he adherido siempre. Desde ese loncherazo a la ceja y nariz de aquel niño de mi kínder, pasando por el primer disco que compré, los trabajos que he tenido y a las damas con quienes he tratado de establecer una relación, hasta esta mañana. Y así seguirán las cosas.

Imaginemos a un chavillo de trece años tirado en su cuarto al lado de un tocadiscos portátil escuchando discos de 45 revoluciones… Entre The Beatles, Sweet, Electric Light Orchestra y Heatwave la tarea fluye mejor. La imagen es una cosa de nerds: un tocadiscos, discos regados, cómics, lápices, garabatos en las libretas, unos Converse verdes, unos cassettes y unos libros de Dungeons and Dragons. Esos objetos no son el mapa. Pero sí serán eso que eventualmente desarrollará su sentido para navegar y viajar por la vida.

Tupaia sólo les decía a Cook y sus achichincles hacia dónde fueran y qué encontrarían una vez que llegaran a ese lugar. Cook y su tripulación no podían entender cómo lo hacía. Ni siquiera les alcanzaba con que ya había navegado esas aguas suficientes veces. Ese vato, Tupaia, los llevó por todas partes. Cook era el cartógrafo que se llenó de gloria, y ni idea tenía para dónde ir. Y el Pacífico del Sur tenía un héroe cartógrafo inglés.

Ese chavo de trece años iba navegando por el océano de los nerds. Sólo que en esos tiempos nerd era más bien un insulto. Hoy en día creen que los nerds son los que van a ver todas las películas de Star Wars o de súper héroes. ¡Ja! El chavito es el Tupaia de su propia historia. No hay un Capitán Cook que haga la cartografía. No es necesario.

Toqué el timbre y salió su hermana. Me abrió la puerta. Ella iba de salida. Entré y le di el cassette que le había grabado. Ella lucía hermosa. Lo “escuchamos” mientras platicábamos de libros y de cine (pero no cine de autor, sino de ese violento y divertido). En un momento de silencio ella escuchó y puso atención a la canción “Let’s Go To Bed” de The Cure. Estaba entre ofendida y halagada.

-¿Hasta dónde quieres llegar, Rafael?

-Austin, Texas. Ahí se come muy bien. ¡Y la música está de lujo!

-¡¿Qué?! No te hagas.

Me quedaba claro que no era eso a lo que ella se refería, pero hablarle de mis intenciones en ese punto de la relación no era la mejor idea. Yo ya sabía cuánto me gustaba, pero ella apenas acababa de conocerme. Hice lo que cualquier persona con mis habilidades e intuición hubiera hecho: le grabé un cassette lleno mensajes subliminales sobre mis sentimientos e intenciones. The Smiths, Joe Jackson, Thomas Dolby, New Order, Bright Eyes, Morrissey, The Cure, The The…

-No sé qué quieres que te diga. Es música que me gusta.

-¿Cómo es que conoces estos grupos raros?

-¿Raros? NO tienen nada de raros. Están chidos.

-Sí están muy padres. Raros de que nunca los escucha uno la radio. ¿Dónde los escuchaste?

-No sé. En cassettes de amigos, o leí de ellos en revistas.

Se perdió en el detalle del dónde y dejó de poner atención a las indirectas. Le dije que eso de los cassettes era hacer un mapa entre nosotros. Le decía que eso de compartir música, libros y cómics es crear la cartografía intuitiva entre nosotros, entre las personas. Uno navega y se va de isla en isla. Vas evitando los puertos no deseables. Esos los identifica uno a distancia. Los mapas intuitivos nos llevan por sonidos y silencios, texturas, lecturas, películas hasta las intenciones románticas o carnales.

El joven de trece (luego catorce, y quince, y así) aprendió a navegar tirado en la alfombra de su cuarto, o caminando escuchando su Walkman, dando el rol en la bicicleta, jugando Dungeons and Dragons, leyendo cómics o las aventuras de Sandokán, los libros de Robert Lewis Stevenson, grabando cassettes, platicando por horas sobre esas cosas superficiales que dice Nick Hornby que en realidad son lo que importan…

Después de ese cassette inicial, vinieron muchos más. Le diseñaba portadas en el Adobe PageMaker, las imprimía en una impresora láser en negro sobre papel iris de colores. Todos y cada uno de los cassettes tenían mensajes ocultos (y otros bastante obvios). Algunos eran más para abrir las puertas de la percepción musical, para alejarla de lo común, de lo ordinario, de lo tan corriente que resulta hasta vulgar…

La relación terminó. Ella se casó con un neandertal. Han pasado muchos años de eso. El otro día platicaba con una de sus hermanas que vive cerca de mi casa y me dijo que ella aún guarda todos los cassettes en una cajita de cartón. Yo recuerdo el camino, ella tiene el mapa.

En 1779, cuando ya no rolaba con Tupaia, al Capitán Cook lo mataron unos de mis compatriotas samoanos. La historia dice que intentaba secuestrar a Kalaniʻōpuʻu-a-Kaiamamao, un monarca Hawaiano, para arreglar un asunto de un barco tipo cutter que le habían robado.

No sé si lo que sucedió en realidad es que Cook se burló de que los samoanos somos gorditos, o de que usamos camisas floreadas, o de que es común que los hombres vistamos falda. Ahí quedó. Lo tronaron. El Imperio Británico no hubiera logrado ese dominio en el Pacífico sin él. Lo más importante es que está muy difícil que él hubiera navegado con tanta precisión sin Tupaia.

Yo, al igual que el tío Tupaia, viajo sin brújula.

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Rafael Ortiz Aguirre (San Luis Potosí, 1963) es doctor en cool, punk añejo, musicómano sin cura, entusiasta de la lucha libre y el futbol americano y escritor pop. Ha trabajado en la radio, es profesor de inglés, escritor de cuentos cortos y chef amateur.

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