lunes. 17.03.2025
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FUMADORES [XLI]

Las calles

José Luis Justes Amador

Bertold Bretch
Bertolt Bretch

Están cercados. Apoyados algunos contra la pared, otros intentando camuflarse en los setos que los ocultan, o intentan ocultarlos, del resto del mundo. La metáfora, siempre que la uso, levanta polémicas por exagerada, pero no resulta difícil pensar en un gueto, en cualquier gueto, al verlos así. Unidos por una sola característica común, el fumar, sin tener en cuenta lo diversos que puedan ser entre ellos. Marcados, señalados para el resto de la sociedad por el lugar que ocupan en el espacio. Cualquiera que pase por ahí puede reconocerlos. Saben, cualquiera que pase por ahí sabe, que son los separados, los excluidos, los que deben estar al margen de la sociedad, porque son malos para ella. Es inevitable no pensar en una de las frases más recordadas de Bertolt Bretch. Primero vinieron a por los fumadores, después a por lo comedores de carne, después a por lo que engordaban. Cuando vengan a por los que quedamos, no habrá nadie que nos defienda.

La fotografía, además, muestra esa poca coincidencia entre ellos fuera del tabaco. Un ejecutivo en traje de comprar y vender acciones, un mensajero, varios paseantes accidentales y un grupo de amigos. Pocos platican entre ellos. Están ahí no porque quieren sino porque el Estado, o quienquiera que sea, ha decidido por ellos. Están ahí porque tienen algo malo que, además, los une. Todos fuman.

Hay un detalle, sin embargo, más significativo en esta imagen. Un detalle mínimo pero elocuente. Cualquiera en su sano juicio sabría que el humo, ni ninguno de sus posibles efectos, no puede ser detenido por un seto vegetal, por muy cuidado que esté. Hay en la parte izquierda de la imagen, más o menos a mitad de la fotografía, una mujer, no fumadora parece, que alarga su mano para tocar, seguramente para llamar su atención y comunicarle algo, que lo hace desde el otro lado del seto. Puede que lo haga por seguridad o por prisa, por accidente o con plena conciencia. Pero su gesto, aún más si es posible, marca esa gran diferencia entre el afuera y el adentro, entre los señalados y los que no lo están, entre los que tienen algo que los hace un grupo, un grupo a señalar, y los que no son parte de ese grupo. Entre, en fin, los que tienen que estar aislados y los que tienen libertad.

Esta fotografía no es sino el reflejo perfecto, la imagen más adecuada posible, de adonde están llevando todas las leyes antitabaco. La prohibición del uso de una sustancia legal y que le reporta miles de millones al Estado en forma de impuestos es, por denominarlo de manera delicada, un asunto de hipocresía más que de salud. Permitir a alguien usar su libertad para luego confinarla es, cuanto menos, un ejercicio de doble moral. Tal vez desde el otro lado del inútil seto se vea diferente, pero no parece.

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