Únicos e irrepetibles
Chema Rosas
La formación de un copo de nieve es un fenómeno físico tan fascinante como complejo. Todo comienza con una pequeña gota de agua que, a pesar de lo frío del ambiente, decide unirse a una partícula de polvo. Tal unión, lejos de calentar las cosas entre ellas provoca un congelamiento que las convierte a ambas en un cristal con una forma similar al de las luces navideñas de antes, esas que al pisar descalzos hacen que queramos golpear a alguien. Las cosas podrían quedarse así, pero si además la temperatura es menor a los doce grados centígrados y el cristal guardó aire en su interior, se empieza a convertir en un prisma hexagonal. Cuando varios prismas hexagonales se juntan con la esperanza de quitarse el frío, lo que en realidad consiguen es formar una estrella de seis brazos, o copo de nieve, para los que no tenemos visión de microscopio.
En todo ese proceso intervienen montón de factores que seguro los meteorólogos entenderán mejor que yo, pero van desde la presión atmosférica, temperatura, velocidad de anexión y cantidad de agua hasta el humor del que se haya despertado la gota, los carbohidratos que haya comido en el desayuno y qué tan fuerte haya estado la mota -de polvo- esa mañana. Lo importante aquí es que los copos de nieve pueden tener tantas variantes que a partir del hecho se acuñó la frase de que no hay dos copos de nieve iguales.
Esa fue la verdad absoluta por mucho tiempo, hasta que una niña llamada Nancy Knight escuchó la afirmación y no quedó convencida, así que se hizo científica del Centro Nacional de Investigación Atmosférica y en 1988 publicó un artículo en el que documentaba fotos de dos copos de nieve idénticos. La sociedad ochentera reaccionó de manera violenta, pero eso fue probablemente por las altas dosis de la “nieve” que estaba de moda y que acostumbraban inhalar. De todos modos, al poco tiempo de la gran revelación un profesor del Instituto Tecnológico de California desmintió el artículo al asegurar que, a pesar de que los copos fueran extremadamente similares, no serían idénticos en su estructura atómica, ya que las moléculas de agua y su disposición tendrían que ser diferentes. Probablemente Nancy tomó las miles de muestras que había tardado años en colectar y comparar por todo el mundo y las usó para enfriar un whisky que le bajara el enojo.
Hasta aquí todo habría quedado como una pieza interesante -y probablemente falsa- del anecdotario científico universal, el problema es que los humanos tomamos lo que nos convino de ese fenómeno físico científicamente comprobable para validar actitudes cuestionables, traumas psicológicos y cualquier otra tontería que se nos ocurra. Así nos convencemos de que:
- Si somos únicos e irrepetibles las cosas malas no nos pueden pasar a nosotros.
- Al ser copos de nieve somos los únicos que sufrimos y nadie entiende por lo que estamos pasando.
- Somos dueños de la superioridad moral en general, y en específico ante todas aquellas acciones de los demás que nos parecen reprobables, comunes, vulgares y hasta nacas.
- Es normal que nosotros hagamos alguna cosa reprobable, pero eso no nos hace incongruentes, reprobables, comunes vulgares ni nacos, sino seres complejos con razones más allá del entendimiento de otros.
- Puede que seamos parte de la bola de nieve, pero somos esa parte que destaca por ser la más auténtica.
- Esos que se creen diferentes no saben de qué hablan, sólo son parte de otra bola de nieve.
Para evitar este tipo de malinterpretación científica que puede ser confortante en lo particular pero destructivo en el panorama general a largo plazo, convendría hacer algunas aclaraciones con la misma certeza pseudocientífica:
- Sí hay copos de nieve iguales.
- Las figuras geométricas que hacen a los copos tan interesantes sólo se pueden observar con un lente de aumento. Si juzgamos de lejos a cualquier copo, es sólo un punto blanco igual a todos.
- No hay copos de nieve idénticos, pero las diferencias sólo son perceptibles a nivel molecular y no son relevantes para determinar la relevancia de ese copo en la nevada.
- Es igual de complicado encontrar dos granos de arena idénticos, pero nadie les hace fiesta.
- Que un copo de nieve sea diferente a otros no lo hace mejor.
- Las personas no son copos de nieve.
A todo esto, sí hay una gran pieza de sabiduría oculta entre las estrellas hexagonales que conforman los copos de nieve. Todas las personas somos auténticas, originales, únicas e irrepetibles… igual que todos los demás.
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Chema Rosas (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.