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Sabiduría piñata

Chema Rosas

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Sabiduría piñata
Sabiduría piñata

El origen de la piñata es un tanto oscuro, pero las teorías más probadas aseguran que iniciaron en China y se usaban en algún tipo de ritual de año nuevo pero que en vez de estar llenas de dulces estaban repletas de semillas. Claro, que hay quien considera que la teoría chinocéntrica de las piñatas es sólo un esfuerzo más del lobbiyng chinocentrista para convencernos de que no sólo la imagen de la guadalupana, sino hasta la patente de nuestras piñatas están en poder de los chinos y que los aztecas ya partían ollas con palos para honrar a Huitzilopochtli. Sea como sea, la leyenda dice que es uno de los tantos regalos que Marco Polo trajo a occidente, primero a Italia y luego a España como parte de las celebraciones de cuaresma. Los misioneros agustinos trajeron las primeras piñatas a América y se volvió una costumbre de lo más popular (probablemente porque le recordaba a los nativos aquellos días en que rompían ollas para honrar a Huitzilopochtli).

Más allá de su origen, el significado de las piñatas es mucho más profundo de lo que aparenta. Si dejamos por un momento de lado las que tienen forma de Bob Esponja, Buzz Lightyear o de Ironman, la forma tradicional es una especie de esfera brillante y llena de holanes, adornada con siete picos. Como los misioneros eran bastante creativos y estaban dispuestos a lo que fuera con tal de convertir a este pueblo de herejes al cristianismo, dotaron de sentido cada uno de los elementos de tan entretenido acto de pegarle a la piñata. Así, los adornos brillantes simbolizaban el atractivo del mal y las vanidades del mundo, los siete picos se convirtieron en cada uno de los pecados capitales, la venda que cubre los ojos es la fe y confianza ciega en Dios; el palo, por supuesto, es la virtud capaz de destrozar la falsedad para que caigan gracias, virtudes y paletas enchiladas.

No estoy seguro de que cuando era niño y le pegaba a la piñata fuera consciente de toda la mística religiosa y hermenéutica –valga la palabra- de las piñatas, sin embargo, incluso de niño podía intuir que dentro de las piñatas, además de dulces y el ocasional juguete, había encerradas algunas perlas de sabiduría con urgencia de caer sobre mi crisma infantil.

¿Qué aprendí de las piñatas?

A ser considerado con los menores: Contrario a la mayoría de las filas en el mundo adulto, el primero en llegar no es el primero en formarse. Es probablemente el único caso en el que se respeta casi en su totalidad la fila “de chico a grande” y todos parecen estar de acuerdo. Ayuda el hecho de que los más chicos apenas son capaces de tocar la piñata –y eso con ayuda de algún adulto-, así que no significan riesgo para aquellos que se saben capaces de causar daño.

A ser paciente en lo que esperaba a que los papás terminaran de hacer la faramalla de que los bebés también le pegan a la piñata, cuando los aludidos ni se enteraban o lloraban por ser de pronto el centro de atención.

A entender la diferencia entre duro y resistente porque las ollas de barro son más duras, pero más fáciles de romper que las de papel maché.

A tolerar la frustración cuando me tocaba una piñata de papel maché irrompible y no de barro… o cuando sin importar el material, el tío borrachales de alguien, ese que se subió a jalar el mecate, se pasa de chistoso y te levanta la piñata para que nunca le puedas pegar.

Defensa personal al cubrir mi cabeza y cara contra los proyectiles de la piñata recién rota… especialmente cuando a los que se encargaron del relleno les pareció buena idea ponerle caña de azúcar y jícamas. ¡Jícamas!

 Que hay que sacarle la fruta. En serio, ¿es buena idea poner vegetales en una olla de barro suspendida en el aire destinada a que los niños la destruyan a palos? ¿Embarrar todo de mandarina aplastada es parte de la tradición? ¿Alguien se come los tejocotes?

Que hay que luchar por lo que se quiere, pero la vida está llena de oportunidades. A veces mientras todos se pelean por los dulces del centro, algunos de los mejores caen en la periferia.

A lidiar con el nepotismo, porque nunca falta la señora desagradable con uñas enormes que ni le pegó a la piñata, pero se abalanza sobre los dulces y avienta a quien sea con tal de asegurar un buen botín para su hijo, que normalmente es un inútil.

Que hay que darle sin perder el tino, porque todos sabemos que si se pierde el tino se pierde también el camino.

Que las oportunidades son efímeras, y que en la vida hay un número limitado de intentos antes de que se acabe tu tiempo.

Y es que no importa la edad o generación, podría apostar que todos tenemos algún recuerdo feliz o frustrante relacionado a esa tradición de las posadas. Porque todos queremos cerrar los ojos, destruir algo a palazos y recibir una recompensa; porque no hay mejor lugar para guardar golosinas que dentro de un pecado capital. Porque si no estamos dispuestos a aventarnos por lo que queremos, al final tendremos que conformarnos con una mandarina aplastada… y porque tal vez lo mejor de nosotros mismos también está dentro, y a veces hay que dejarnos romper para que salga y podamos compartirlo.

 

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Chema Rosas
 (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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