domingo. 23.03.2025
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De villancicos

Chema Rosas

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De villancicos
De villancicos

Los villancicos originales eran escritos por villanos. Y no se trataban de canciones que se regodeaban de los planes para derrotar a Mufasa o de todo lo que haría una vez que se apoderaran del mundo. No eran ese tipo de canciones ni ese tipo de villanos. Esos primeros letristas de canciones corales no eran otros más que los campesinos habitantes de las villas, que escribían de amor, valentía, picaresca y desdicha… Vaya, de todo eso que interesa a los hombres medievales de a pie, que más que en el mundo se conformaban con encontrar el amor y llegar a fin de mes con más satisfacciones que hambre.

Y si le creemos a las películas, si algo caracteriza a los campesinos medievales además de la escasa higiene bucal y su gusto por aventarse la cerveza a la cara en tarros de metal, es que eran muy religiosos. No es de extrañar entonces que los cantos que antes dedicaban al amor y la picardía terminaran ligeramente modificados en sus letras para ser cantados como alabanza en las iglesias. Eventualmente las simpáticas coplas corales cantadas por los pequeños habitantes de las villas tomaron el nombre de “villanitos” o “villancicos”.

Hoy la palabra toma un significado distinto, pues la usamos para referirnos a cualquier canción que haga referencia a la Navidad. Puede ser producción original del coro de la iglesia local que está juntando para un nuevo modelo de órgano Yamaha o, bien, un disco de Luis Miguel diseñado para poner en ánimo navideño a todas las tías mexicanas (tanto por las canciones como el parecido cada vez más grande que guarda Luismi con Santaclós). El caso es que es difícil imaginar Navidad sin villancicos y villancicos sin Navidad.

Uno de los primeros recuerdos que tengo de la Navidad es estar en casa de mi abuela materna escuchando un disco de canciones navideñas cantadas por algo así como El Coro Niños Cantores del Templo de La Sagrada Fabada y Turrón. Esas vocecitas agudas y entrenadas se convirtieron en una presencia constante en el departamento y, mientras familia iba y venía, la música era como un primo más, pero ese que no deja nunca de cantar y todos le hacen fiesta, pero nadie sabe cómo decirle que ya le pare sin herir sus sentimientos o los de su madre orgullosa. Cuando por fin se detenía el tocadiscos ya era demasiado tarde: la música estaba alojada en mi cerebro sin intenciones de marcharse.

En realidad, creo que mi problema con los villancicos es que nos hacen cantarlos desde antes que aprendamos a hablar. En la escuela tenemos los primeros cursos anti-bulliyng patrocinados por Rodolfo el Reno y hay una mezcolanza de ideologías y tradiciones cuando después de la pastorela tradicional hay un grupo que se viste de duende y baila “Santa Clós llegó a la ciudad” porque una maestra –tía de alguien– armó la coreografía.

Sé que hay gente que los disfruta y que al escucharlos se ponen de buenas, llenos del espíritu navideño que huele a pino fresco, manzana y canela. No pretendo ser el Grinch y, en realidad, no tengo nada contra la Navidad, pero su banda sonora me provoca el efecto contrario: las melodías se imprimen en nuestro subconsciente y las letras son repetidas sin cuestionarse al grado que decimos palabras que nos suenan a algo navideño pero cuyo significado queda borroso en el entendimiento. Por ejemplo:

El niño del tambor: Los pastorcillos quieren ver a su rey, y es por eso que le traen regalos en su humilde zurrón. Si el humilde zurrón es lo que me imagino, al parecer los pastores no están muy contentos que digamos con su rey. Además, no creo que sea recomendable tocar el tambor muy cerca de un recién nacido.

Los peces en el río: No voy a entrar en la gastada polémica de que los peces beban en el río. Sin embargo, la maravilla de la Navidad es el hecho de que Jesús naciera en un humilde pesebre. Si eran tan pobres, ¿cómo es que María tenía un peine de plata para peinar sus cabellos de oro?

El burrito sabanero: Esa canción tiene el efecto de ser tan pegajosa como cocacola seca en las axilas. Pero, ¿cuál es la diferencia entre el burrito sabanero y un asno común y corriente? ¿Los niños que lo cantan son conscientes de que se trata de un animal de la sabana venezolana y que el “cuiatrico” que se nombra en la canción es un instrumento musical? ¿Soy el único que desarrolla urticaria cada vez que la escucha?

Los pastores de Belén: Uno de ellos se cae a media vereda, lo cual no es de extrañar si ya trae los zapatos rotos. Ahí está el pastor probablemente con algo fracturado y un borrego le grita que ese ahí se queda. ¿Alguien se detuvo a ayudarlo? ¿Era mucha la prisa con la pandereta y las castañuelas? No quisiera formar parte de un grupo que deja a uno de los suyos tirado en el piso porque tienen prisa por agarrar buen asiento en misa.

Y ahora sé que esos coros de villancicos antiguos y chillones eran cosa de la época y que probablemente esos niños ya son abuelos, si es que aún viven; un zurrón es una bolsa grande de cuero muy usada por campesinos, lo del tambor es una bonita historia y el peine de plata fina es una figura poética. De todos modos, el soundtrack de la Navidad es, por lo menos para mí, una especie de pariente incómodo con el que hay que tratar mientras se disfruta del banquete. Y si eso no es espíritu navideño, entonces no sé qué lo es.

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Chema Rosas
 (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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