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Discos 2018 [I]: De aprendices avanzados a expertos consumados

Fernando Cuevas

Elvis Costello
Elvis Costello
Discos 2018 [I]: De aprendices avanzados a expertos consumados

Iniciamos el tradicional recorrido por algunas de las obras sonoras que marcaron el año recién terminado. Como si de una comunidad de aprendizaje se tratara, van los prometedores discos de los novatos y los de quienes ya saben más por viejos.

Inicio prometedor

Desde Kentucky, Tomberlin se estrenó con At Weddings, a partir de un folk de celebraciones, mientras que la joven de Baltimore Lindsey Jordan, apenas de 18 años y conocida como Snail Mail, se puso reflexiva con el emotivamente contenido Lush, en la línea de Miya Folick, anunciando con vocal intensa en Premonitions que ha asimilado bien las lecciones de sus colegas más experimentadas, en tanto Ashley McBryde, retomando la música de raíces desde Arkansas y con voz rasposa, se presentó con Girl Going Nowhere. Boygenius, súper grupo integrado por las cantautoras Julien Baker, Phoebe Bridgers y Lucy Dacus, dejó constancia de cómo aprovechar talentos individuales para la causa común en el ídem EP Boygenius.

Cardi B se colocó en la mira mediática con su exitosísimo Invasion to Privacy, similar al conseguido por Kali Uchis en Isolation, muy bien acompañada con todo y su sabor latino; SOPHIE le entró a la experimentación popera con Oil For Every Pearl’s Un-Insides y se dejó escuchar Room 25 de la poetisa-rapera de Chicago conocida como No Name, constituyéndose quizá como el debut del año; en esta vertiente lírica, la oriunda de Filadelfia Tierra Whack entregó Whack World, integrado por 15 reflexiones de un minuto cada una en clave Hip-Hop y R&B. El cuarteto femenino japonés Chai mostró prematura habilidad para combinar géneros y llegar a finales felices en Pink, porque el mundo, en efecto, puede ser color de rosa.

El trío neozelandés The Beths se presentó con Future Me Hates Me, de aliento colegial con salpicadas retro, en similar tesitura que Dream Wife, las chicas de Sussex que le pusieron su cuota de intensidad al homónimo Dream Wife y las londinensas de Goat Girl entregando como para registrar la marca el ídem Goat Girl, tejido con creativa combinación de géneros. Oriundo de Cardiff, el cuarteto Boy Azooga entregó el revitalizante 1 2 Kung Fu!, combinando momentos festivos con efluvios roqueros y el cantautor británico Matt Maltese se estrenó con Bad Constestant. En tanto, los jóvenes británicos conocidos como The Orielles, nos regaló el colorido Silver Dollar Moment.

El cuarteto mixto de Manchester Pale Waves entregó el memorioso My Mind Makes Noises, escuchando los ochenteros sonidos internos, también animados por Ross From Friends y su house festivo destilado en Family Portrait, bien complementado por León Vynehall, que tras algunos sencillos y EP’s, nos sacó a bailar entre penumbras pausadas con Nothing is Still No Name y por los de Brooklyn conocidos como Bodega, adhiriendo la reflexión a su dance-punk en Endless Scroll. Como si de una criatura compleja se tratara, el octeto multicultural Superorganism empezó su trayectoria a partir de un elaborado pop de intrincadas texturas plasmadas en el ídem Superorganism.

Desde Australia surgió una esperanzadora camada de música: Rolling Blackouts Coastal Fever roquearon a gusto con Hope Downs, de los grandes debuts del año, en consonancia con Tropical Fuck Storm, armando un buen relajo punketo con A Laughing Death in Meatspace y dejando que la fiesta continuara gracias al cuarteto Confidence Man, estrenándose con el festivo Confident Music for Confident People, mientras que Middle Kids en calve indiepop nos manda un recordatorio vital lleno de guitarras enriquecidas a través de Lost Friends, bien complementado por el roquero Flow State, el primer largo de la veinteañera Tash Sultana, después de un EP que atrajo buena atención desde el rincón del mundo.

El escocés Proc Fiskal levantó la mano con Insula, dentro del sonido grime tal como el prometedor rimador surlondinense Novelist y su disco, para no dejar dudas del nombre de referencia, titulado Novelist Guy; en esta vertiente, Serpentwithfeet le puso sensibilidad R&B a Soil, su primer largo, tras algunos sencillos. Y  apareció Songs of Praise, firmado por los del sur de Londres Shame, con nombre de programa televisivo en el que retomaron el postpunk con la acostumbrada cuota de rebeldía. The Magic Gang, incorporando con buena capacidad de aprendizaje las influencias sonoras de Weezer, de acuerdo con ellos, firmó el homónimo The Magic Gang.

Continuidad a largo plazo, el gran desafío

Uno de mis preferidos: convertida en una reina hada y gitana y armando equipo con Nick Cave, Warren y Rob Ellis, Ed Harcourt y Mark Lanegan, entre otros notables, Marianne Faitfhull grabó con la sensibilidad a flor de piel Negative Capability, entre cuerdas y vientos que apoyan a una voz que destila sabiduría: el disco femenino del año. Por su parte, Barbra Streisand exploró su mente en Walls, con el teatral sello vocal de la casa y la punketa eterna Alice Bag produjo el indicativo cromático Blueprint, su segundo álbum solista tras larga carrera grupal, conservando energía y mirada rebelde.

Joan Baez, con sesenta años de carrera, nos obsequió el evocativo Whistle Down the Wind; y la permanente Loretta Lynn produjo Wouldn’t It Be Great, nutriendo su country clásico con sonidos provenientes de diversos compartimentos de la música popular estadounidnese, en la línea de la folklorista y poeta texana Eliza Gilkyson, conservando propuesta y creatividad con Secularia, disco que confirma su inacabada intención de seguir pensando el mundo, mientras que la experimentada Bettye Lavette retomó a Dylan con alma, corazón y ritmo para producir Things Have Changed.

Otro de mis favoritos: Elvis Costello regresó con Look Now, incluyendo participaciones de Burt Bacharach y Carole King y plagado de composiciones intervenidas por un espíritu jazzero, a través de las que desfilan personajes que cobran vida conforme las sentidas orquestaciones se van desenvolviendo. Paul Weller siguió con su imparable racha creativa vía True Meanings, dándole significado a los sonidos para construir sentidos y Graham Parker buscó en el cielo las interpretaciones necesarias para el Cloud Symbols: ambos con la vena creativa palpitando reposadamente entre el rock, el folk, el blues y acentos jazzeros, campo bien cosechado por Van Morrison and Joey Defrancesco en el revitalizador y confesional You´re Driving Me Crazy.

Richard Thompson siguió con su folk británico que nunca se agota con 13 Rivers, en tanto la cabeza parlante principal David Byrne divisó la esperanza con espíritu bailador en American Utopia, apoyado por el patriarca Brian Eno y, cada vez se más lejos que nunca, sin posibilidad de marcar rumbo por los muros impuestos; por no dejar, el ex ZZTop Billy Gibbons con la barba inconfundible, entregó el rocoso The Big Bad Blues y el líder de Dire Straits Mark Knopfler, alejado desde hace tiempo de los reflectores del mainstream, compuso Down The Road Wherever, ya en completo estado country sin ambiciones de reconocimiento masivo, como Rod Stewart en plan ahora de crooner otoñal entregando Blood and Roses.

El ancestral John Prine regresó tras diez años de no grabar canciones nuevas con The Tree for Forgiveness, bien sostenido por raíces largamente plantadas y Paul McCartney mantuvo el tono jovial y genial en Egypt Station, aprovechando que su olfato melódico no caduca a pesar de no tener nada más que demostrar a sus 76 añitos. La leyenda americana Willie Nelson nos recordó que sigue firme y de pie en The Last Man Standing, dejando que Ry Cooder, icónico guitarrista todoterreno, abordara en lenguaje de parábola los regresos filiales vía góspel, country y folk en The Prodigal Son. Coleccionando una serie de covers y versiones, John Mellencamp se dio tiempo para entregar Other People’s Stuff.

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