Nick Drake, este mundo no es para ti
Esteban Cisneros

En el pequeño pueblo de Tanworth-in-Arden, en el cementerio de St. Mary, hay una lápida entre muchas que dice Now we rise and we are everywhere. Ahí yacen los restos de un hombre como tantos otros, magnífico y genial, incomprensible y débil. Uno que se llamó Nick Drake y que, contrario a otros de los que descansan cerca de él, dejó en el mundo la mejor herencia que se le puede hacer a otras generaciones: canciones.
Nick Drake es ese tipo de casos románticos trágicos del artista ignorado en vida, reivindicado hasta después su muerte (y en una escala menor, por decirlo de algún modo). Y aquí vamos de nuevo, a seguir alimentando párrafos con las leyendas de su misteriosa vida, a seguir intentando descifrar su música y a lograr que llegue a más oídos y corazones.
Nació en Burma de padres aristócratas, pero se crió en una casa familiar campestre en Warwickshire, en las midlands de Inglaterra. Consumió cualquier expresión artística desde muy joven y terminó decantándose por la música cuando era un estudiante en el prestigioso colegio de Marlborough. Aprendió a tocar el piano, el clarinete y el saxofón, e incluso formó parte de The Perfumed Gardens, un combo de vida muy breve. Terminó adoptando la guitarra como arma de batalla al escuchar el primer disco de Leonard Cohen.
Viajó a París, a Marsella, donde vivió como un bohemio, cantando por unas monedas, bebiéndose las sobras de los vasos abandonados en las mesas de los cafés e ingiriendo alucinógenos como si fuese el último de los días. Debía regresar a estudiar a Cambridge, donde ya nada le impresionaba. Se convirtió en un gran jugador de rugby y de cricket, pero lo que realmente quería hacer era tocar la guitarra y cantar. Había desarrollado una serie de extrañas afinaciones y una perfecta técnica de punteo y creía estar a la par de cualquier folkie afamado, como Dylan, Baez o Phil Ochs. En este punto ingresa a la historia un personaje llamado Joe Boyd, uno de los productores más importantes de los tardíos años 60. Maverick, gran partidario del folk rock, la psicodelia y de las más obtusas técnicas de grabación, Boyd vio en Nick Drake a su siguiente estrella. Todos estaban seguros que así sería.
Su álbum debut fue Five Leaves Left (1969), un disco sobrecogedor. Armado de canciones simples, poéticas y grabado para hacerlo sonar como si Nick estuviese en la habitación cantándote al oído, era una pequeña obra maestra. Algunos arreglos para cuerdas que había hecho su amigo Robert Kirby redondeaban una impecable colección de temas. Nick Drake estaba perfecto cantando y tocando casi todo en una toma, ensimismado. Pero el Nick atlético ya no existía. Se había convertido en un tipo tímido, monosilábico, abstraído a sus pensamientos y a su música.
Five Leaves Left es, hoy, un disco indispensable y de culto. Pero en los cinco años posteriores a su lanzamiento vendió absolutamente nada. A pesar de que John Peel lo tocó varias veces en su influyente show, fue una frustración mayor. Lo que siguió no fue mejor, pues los conciertos de Nick Drake se convirtieron en una serie de largos silencios mientras lograba afinar su guitarra y rechiflas de un público idiota. La desde entonces lerda NME lo catalogó como "apenas interesante" y "poco variado". Se mudó definitivamente a Londres, donde vagaba de una casa de alojamiento a otra.
Boyd le convenció de grabar un nuevo intento. Bryter Layter de 1970 contenía canciones de la misma vena folk de su placa anterior, aunque con una producción más elaborada: jazz, orquestas, banda completa, flautas aquí y violines allá. Mismo resultado. Un par de canciones de John Cale amagaron con entrar a las listas, pero ni eso. Comenzó a tomar drogas más fuertes. Y un año después se le diagnosticó una depresión clínica.
Pasaba semanas encerrado en un apartamento que había logrado conseguir. Hablaba con absolutamente nadie. Un buen día, cuando nadie lo esperaba, llamó a John Wood, ingeniero de sonido de sus anteriores discos, y le pidió un par de sesiones en el estudio. En dos noches grabaron juntos Pink Moon (1972), el disco definitivo de Nick Drake. Una maravilla de sólo 28 minutos, con un hombre, su guitarra y su garganta. Incomparable. Cuando terminó de grabar, entregó las cintas al escritorio de su disquera y se marchó. No volvió. El disco salió a la venta sin mucha publicidad para perderse en el olvido por muchos años, a pesar de ser el sonido no de un artista, sino de un hombre desnudo, enfermo y que tiene la certeza de la muerte.
Regresó a casa de sus padres incapaz de vivir solo con su enfermedad a cuestas. Odiaba estar de vuelta en un lugar que ya no significaba nada, pero no tenía otra opción. Pasaba días encerrado en su cuarto o caminando por los jardines. Las regalías que recibía por sus discos eran tan pequeñas que podía llevarlas como cambio en el bolsillo si alguna vez hubiese decidido salir. En alguna ocasión tuvo que dormir en el hospital a causa de crisis nerviosas.
Con la mente puesta en iniciar otra carrera alejada del arte, se fue a dormir la noche del 24 de noviembre de 1974. Llevaba mucho tiempo carteándose con una chica, Sophia Ryde, a quien había conocido tiempo atrás en su etapa bohemia. Fue lo más cercano que tuvo a un amor, aunque nunca se consumó. Tomó unas pastillas para dormir. Y murió. Los doctores decretaron envenenamiento por amitriptilina.
Nick Drake tomó notoriedad hasta mucho tiempo después, cuando algunos artistas pop comenzaron a citarlo como influencia mayor. En 2000, un anuncio de Wolkswagen Cabrio usó Pink Moon como tema musical. Y el interés por ese artista maldito comenzó a surgir. Temo que jamás logrará el reconocimiento que merece, pero algo es suficiente a estas alturas. Hay que vindicar esta música, porque no podemos darnos el lujo de perder más genios dejándolos pasar, ignorándolos, cuando dicen las cosas tan claras. Pocos song-crafters vivieron sus canciones de ese modo, padeciéndolas acorde a acorde. Pocos artistas del XX fueron tan lúcidos; muchos menos, hablaron tan terrible y hermosamente de la vida (su oscuridad y sus risas) como Nick Drake, y lo hizo sólo con una vieja guitarra.
Now we rise and we are everywhere, dice el último verso de su última canción; también lo dice su epitafio. Las canciones de Nick Drake, de a poco, han logrado estar en todos lados. Atentos. La respuesta está allí.
C/S.
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Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.