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Enigma sin rumbo fijo

Fernando Cuevas

under the silver lake
under the silver lake
Enigma sin rumbo fijo

El género noir, conocido también como cine negro, fue preponderante durante los cuarenta y cincuenta del siglo pasado: crímenes cargados de pasión, personajes ambiguos y tramas detectivescas que encontraron un recinto ideal en Los Ángeles, esa ciudad que se expande hacia la nada con las simbólicas albercas solitarias que tan bien retrató David Hockney, bajo la mirada permanente de las letras blancas que hacen referencia al mundo fílmico entendido como industria de múltiples matices: un lugar inexistente, un territorio de sombras, un simulacro de un simulacro, como le llamó a Hollywood Carlos Losilla (La invención de Hollywood, Paidós, 2003).

Pero su influencia se extiende. Tenemos a un joven sin oficio ni beneficio aparente, dedicado a espiar vecinas, entre las que se encuentra una recién llegada y otra que cuida de sus aves en topless (Wendy Vanden Heuvel); recibir llamadas de su madre inventando que está en el trabajo y escuchar su recomendación cinematográfica, y acostarse con una aspirante a actriz que lo visita en su departamento; apestado además, gracias a los zorrillos de la zona y a su condición de vago mantenido: nunca sabemos sus medios para sobrevivir, aunque sí sus líos con la renta, lidiando con el casero y la comprensiva mujer policía.

Tras pasar un rato en la noche con la joven que apenas conoció y visitar su casa (Riley Keough), decide encontrarse con ella al día siguiente, sólo para descubrir que ya no hay ni muebles ni personas, por lo que asume su búsqueda como actividad principal de su vida, lo que lo lleva a involucrarse en una extraña trama de sucesos y personajes que habitan en la superficie y hasta en el subsuelo de los barrios circunvecinos: recurre a un par de amigos siempre presentes para conseguir pistas y va dando tumbos según las señales que va recibiendo o, de plano, que va inventando en su propia paranoia.

David Robert Mitchell, director de The Myth of the American Sleepover (2010), sobre unos jóvenes acariciando el último verano y de la notable y alegórica Está detrás de ti (2014), en la que combinó con pericia el terror abstracto con las dificultades adolescentes relacionadas con la independencia y libertad, propone en El misterio de Silver Lake (Under the Silver Lake, EU, 2018) un viaje hacia el absurdo en el que ahora todos están por delante del protagonista, brindando señales incomprensibles que se vuelven objeto de obsesivo análisis documentado hasta en la caja de la pizza. Filme que mezcla géneros a capricho, suelta hilos que no retoma y lanza premisas que se quedan abiertas a la interpretación, lo cual es un acierto en el contexto del relato.

Una especie de diablo compositor que domina los gustos populares (Jeremy Bobb); el rey de los vagabundos cual conductor al infierno; un grupo gótico que esconde mensajes en sus canciones sin saberlo; un comiquero que guarda mensajes conspirativos en una caja de cereal; actrices de ocasión y una joven siempre acompañada de globos como para no descender (Grace Van Patten); un tipo disfrazado de pirata que nadie sabe quién es; un accidente sospechoso y la hija de un famoso que aparece como el oscuro objeto del deseo en el lago; un asesino serial de mascotas; un gurú que ofrece té acompañado de sus novias, y una mujer búho que ataca en la noche al mejor postor. Andrew Garfield, por su parte, consigue encarnar a este joven que se somete al extravío sin reparos.

Por supuesto, las referencias evidentes incluyen a Lynch, Hitchcock, los hermanos Coen y P. T. Anderson en complicidad con Pynchon, además de toda una tradición del cine estadounidense, expresada en la propuesta visual que busca remontarnos a la fotografía y edición de mediados del siglo XX, jugando con rupturas visuales continuas y aderezada por un desconcertante score de Disasterpeace, por momentos demasiado efusivo y en apariencia melodramáticamente anacrónico, y en otros de tendencia anticlimática, muy a tono con la apuesta que busca sacarnos de la convención de estos elementos fílmicos. Por supuesto, habrá que estar en las frecuencias de Nirvana y R. E. M.

 

La Muestra de Cine en León

Llega la añeja celebración fílmica de la Cineteca Nacional. Está en la Gran Plaza en sólo un horario, pero algo es algo. Hace ciertos años se exhibió con todas las de la ley (una sala dedicada a la Muestra); luego desapareció un poco del radar y después la pasaban en un recinto inapropiado que daba pena ajena. Vuelve a la sala cinematográfica y, si bien ya no es lo que era antaño, en cuanto a la posibilidad de ver esas películas (después se estrenan o aparecen en las plataformas), vale la pena aprovechar que está una vez más en el cine, como debe ser.

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