ARTÍCULO
El rompe-vasos (o el mito de la neutralidad)
Alonso Merino Lubetzky
Las redes sociales tiene un enorme potencial para la reproducción de ideas desde múltiples direcciones. Los medios de comunicación tradicionales, como el radio o la televisión son, al contrario de aquellas, limitados en cuantos a sus fuentes de emisión, predominantemente verticales y monopolísticos. Ante esta polifonía de opiniones que orbita en el espacio virtual de las redes sociales, se torna necesario desmontar ciertas ideas que pareciera que entre más se reproducen, más se presentan como ciertas. Este ejercicio es sobre el mito de la neutralidad, al que se recurre con frecuencia como respuesta a innumerables conflictos sociales que desbordan las redes cotidanamente. La razón: la neutralidad es una posición que evade la responsabilización de los actores y neutraliza el conflicto, apaciguándolo. Con tal escenario de neutralización, se encubren las relaciones de dominación y subordinación de los actores implicados.
En la ciencia, dicho mito ya superado, proponía que esta es un conjunto de actividades y procedimientos que llevan a generar conocimiento objetivo sobre el mundo, pero que en el camino no se involucran valores, formas de pensamiento e intenciones de quienes hacen la ciencia. Una adecuada formación hace del científico un sujeto con la capacidad de hacer conocimiento objetivo. Hoy sabemos que eso no es cierto, que la ciencia responde a los intereses de quien pregunta, indaga y descubre; mas aún, de quien financia, respalda o apoya determinada investigación científica. En la política, la neutralidad se le atribuye al contrato social que da su fundamento al Estado, como un acuerdo para superar el estado de naturaleza en el que no existen formas institucionales de orden. El Estado, pensado como arbitro, administrador o juez se encarga de velar por los intereses comunes de los individuos, llamado, entonces, “interés general”.
En la práctica, solo unos cuantos sujetos tienen las herramientas de la ciencia para generar conocimiento, y solo unos cuantos sujetos poseen el control del Estado para velar por un pretendido interés general. Ambas formas de pretender neutralidad son maneras de encubrir que existen personas con acceso al saber socialmente valioso y otras no – aún más, que los conocimientos científicos son los únicos válidos y otras formas de saber son sólo supersticiones, mitos y creencias. Encubren, además, que existen personas con control del poder político institucionalizado y otras no –aún más, que el Estado es la única forma de poder político para representar el interés general.
Ante tal escenario, es preciso lanzar al torrente de opiniones unas cuantas ideas sobre lo que implica la neutralidad utilizando un ejemplo muy cotidiano y, por lo mismo, creemos, muy esclarecedor. Aquí la metáfora del rompe-vasos, que espero no solo despierte el apetito, sino una urgente discusión para desmontar el mito de la neutralidad.
Alrededor de una típica mesa mexicana se reúnen cinco comensales. Naturalmente, comer es un acto del que todo mundo a la mesa participa. Entre botanas, bebidas, platos fuertes y entremeses, las personas intercambian ideas, chistes y hasta insultos. Al mismo tiempo, se pasan unos a otros toda clase de cubiertos y alimentos. Un comensal decide cruzar su brazo por encima del plato de su vecino para alcanzar las servilletas, provocando, en el acto, el derrame de su vaso sobre la mesa. Los comensales, empapados, se levantan de golpe y comienzan a buscar al responsable. El rompe-vasos, por ahora anónimo, se hace el occiso. No es la primera vez que comete tal despropósito. Fingiendo demencia señala a la señora de enfrente. Entre tanto disturbio, el nene en la sillita de bebé resulta también sospechoso.
Un comensal protesta, al punto del hartazgo, preguntando quién ha sido nuevamente el responsable de tirar el vaso, que, por si fuera poco, se ha hecho añicos y ha terminado en pedazos dentro de la ensalada. Después de varios minutos de hipótesis y señalamientos, la dueña de la casa, con zozobra, propone dejarlo pasar para retomar la comida.
El acuerdo de los comensales es seguir adelante. Olvidan el hecho y prosiguen hasta caer la tarde.
Que los convidados hayan acordado terminar con la pesquisa no elimina el acto de nuestro rompe-vasos anónimo. Es un hecho que tiró el vaso provocando un derrame, mojando al resto de los comensales y llenando de vidrios rotos la ensalada. Sin embargo, siendo culpable, su silencio lo vuelve prófugo. Su vecino, que resulta ser su compadre, callado hasta el final, se convierte inmediatamente en cómplice del terrible agravio.
La dueña de la casa las lleva de perder, puesto que habrá de limpiar una y otra vez la mesa, envolver los vidrios rotos y tirar la comida averiada. Bastaba para nuestro rompe-vasos anónimo con asumirse responsable y limpiar él mismo el desbarajuste, pero prefirió callar y llevárselo a la tumba. No era la primera vez que rompía un vaso arruinando la comida.
Y, bueno, dentro del acuerdo de paz (proseguir con la comida), ¿tendrá sentido seguir buscado explicaciones y autores materiales? Una voz adelantada diría que no, puesto que el consenso es la solución al problema. Diría que si se ha acordado parar de buscar al responsable, no tiene sentido prolongar las hostilidades. Sin embargo, los acuerdos (“el cese al fuego”) y los resultados (“la paz relativa”) no cambian, faltaba más, al sujeto protagonista ni a su acto; tampoco cambian el hecho de que la dueña de la casa pagó los platos rotos e invirtió más tiempo en poner orden a la cocina. Pero tampoco cambian el hecho de que la omisión o “el dejar pasar” es precisamente un acuerdo consciente, un olvido premeditado, que nada tiene que ver con la naturalidad de lo ocurrido.
Aunque permanezca en la penumbra, nuestro rompe-vasos anónimo es tan responsable como el marido que prohíbe a su pareja ahorrar su propio dinero o salir de casa coartando su libertad y con el absoluto respaldo de la sociedad, la ley y Dios; es tan responsable como el hijo que deja a su madre toda la carga del trabajo doméstico a sabiendas de su cansancio y desvelo; tan responsable como el político corrupto protegido por el fuero; como el empresario al que le fueron condonados sus impuestos; como el soldado que cometió abusos de autoridad; como el adulto que decidió casarse con una menor de edad; como el feminicida que huye; como el blanco que se aprovechó de sus privilegios de raza para escalar de empleo; como el rico que acumuló riquezas, ahorrándose los salarios, a base de extender la jornada de trabajo impago de sus empleados.
Aunque haya acuerdos aceptados como soluciones provisionales, la neutralidad es un mito que vale la pena desmontar, sobre todo en la medida en la que persisten discursos simplistas de “buenos contra malos”. Ni los acuerdos, ni los consensos, eliminan la responsabilidad de quien abusa de su posición o privilegio para ejercer una acción que afecta a otros en desventaja. La neutralidad no es un hecho científico, ni un hecho de la realidad; tampoco es una propiedad estrictamente jurídica. Es una decisión ética, una postura asumida (el compadre que decide callar, y, por supuesto, el mismo rompe-vasos; pero también el resto de los comensales que decidieron parar de buscar al responsable).
Así, el acuerdo de neutralidad es más bien un arreglo momentáneo, pero nunca es una acción justa, nunca es reparación del daño, nunca es responsabilización. Dicho arreglo momentáneo no hace sino dejar fuera de denuncia a los perpetradores de los actos agraviantes. Validar la neutralidad es hacer de la injusticia el común acuerdo, el interés general. El mito de la neutralidad, al final de cuentas, es un arreglo adecuado para quienes ejercen una forma de dominación o privilegio, sean estos individuos o grupos sociales, puesto que con ella no se modifica en modo alguno la inequitativa distribución del poder. Si prevalece la neutralidad, los rompevasos quedan sueltos.
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Alonso Merino Lubetzky. Educador universitario en la UNAM y en la Universidad de Guanajuato. Gestor intercultural con pre-especialización en estudios en Ciencia, Tecnología y Sociedad. Estudiante de maestría en Estudios del Desarrollo. Integrante de la Red de Decrecimiento y Organización Comunitaria (REDOC) Guanajuato. Investiga en el área de estudios urbanos y ambientales.