miércoles. 24.04.2024
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SEMBLANZA BIOGRÁFICA [IN MEMORIAM]

Arturo Trejo Villafuerte, un corazón siempre a la izquierda

Eduardo Villegas Guevara/Notimex

archivo corazon
Tachas 363
Arturo Trejo Villafuerte, un corazón siempre a la izquierda


[Falleció el pasado 13 de mayo el narrador Arturo Trejo Villafuerte, quien empezara, como lo hicieran varios escritores en la época en que el rock era una materia prohibida en el país, a comentar sobre los vericuetos de esta cancelada rama musical. Después, y casi al parejo, vino la poesía. Hoy no está ya más con nosotros. Su amigo, el poeta y editor Eduardo Villegas Guevara, nos ha entregado esta sentida despedida al autor de más de 80 libros]

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A veces estoy preparado para la tristeza, pero ayer fue un día desafortunado: la tristeza me cayó de sopetón. Falleció Arturo Trejo Villafuerte (Ixmiquilpan, Hidalgo, 1953 / Bondojito, Ciudad de México, 2020): su corazón no tuvo fuerzas para un latido más. Las ausencias siempre duelen y da lo mismo tanto si es un dolor en solitario como si se trata de un dolor compartido por muchos. Durante el día me llamaron amigos para darme un abrazo, que me reconfortó a medias, aunque el abrazo era para Tisbe y Trilce, sus hijas. Claro que a muchos nos está doliendo desde ya la ausencia del poeta. El buen Arthur siempre será reconocido como poeta, aunque practicó muchos oficios más. Hoy, 14 de mayo, lo están velando sus seres queridos y yo sólo quiero recordarlo como el hombre incansable que fue.

Mester de Hotelería

Hace muchos años, claro está, llegó a la Casa de la Cultura de Nezahualcóyotl, un páramo entonces, a presentar su plaqueta de poemas A quien pueda interesar y le solicité una dedicatoria para El Idiota, un apodo que deseaba perpetuar en mis libros. Se negó con esa gentileza enorme que traía encima; le puso para “El Sincero”. Así que disfruté y conocí su segunda obra publicada. La primera sería un libro colectivo: Doce modos, donde se podían leer algunos de sus poemas, los surgidos en esa aventura del Taposin (Taller de Poesía Sintética) en la Universidad Nacional Autónoma de México, que protagonizó al lado de José Buil, Emiliano Pérez Cruz, Víctor M. Navarro y otros tantos más. Los jóvenes de ese entonces leíamos con ilusiones desaforados su sensacional Mester de Hotelería, afincado en la tradición poética y con ambas manos en las caricias contemporáneas. Años más tarde nuestro amigo Severino Salazar le pediría permiso para escribir un Mester de Jotería, obvio. Arturo Trejo se sintió halagado, pero hizo la aclaración de que la tradición poética no requiere de permisos sino trabajos. Un chistecillo, medio albur y medio calambur; entre Severino y Arturo: Para los amigos, todo; para los enemigos, toda. Y Severino sonriendo, ¡ay, Arthur!, ¿y no puedes hacer algunas excepciones?

Otro libro entrañable para Arturo lo fue Malas compañías, editado en Zacatecas, a donde le encantaba viajar y publicar de manera constante. Y siempre estuvo escribiendo poemas para cuanta antología le ofrecieran. Fue solidario con mis compilaciones y apareció en Soles de Abril, en Alas de lluvia, en Sueños al Viento y muchas otras publicaciones más. Durante mucho tiempo tuve la primicia de leer sus poemas recién terminados y de ver cómo se acomodaban en pequeños, pero deliciosos, libros. Así fue hasta el año pasado, cuando pude editarle dos de sus últimos libros: Dieciocho inútiles poemas de amor para ti, para ella o para nadie, donde su musa perenne (la mujer amada) se transformó en una anforita etrusca de singulares formas amatorias. Luego vendrían sus Diecinueve útiles poemas de Luz y Sombra, donde la musa, triste y casi con certeza absoluta, se alejaba del horizonte del poeta.

Así fue Arturo Trejo Villafuerte. Poeta siempre. Por ahí se ha escrito que Mester de Hotelería es un poemario que habla de la ciudad. Me parece que esa opinión raya en lo superficial. En ese, como muchos otros de sus libros, le canta a la mujer y evocan las hazañas que acontecen antes, durante y al momento de concluir el acto amoroso.

Hace unas cuantas semanas, con motivo del Día Internacional del Libro y de los Derechos de Autor, pudimos sacar de la imprenta Donde la piel (Poemas amorosos), que contiene un prólogo incitador y ahí nos reunimos varios de sus amigos a celebrar la vida con versos sencillos, pero llenos de vida. Arturo lo tuvo en sus manos y quedamos de llevarlo a sus lectores en cuanto el confinamiento lo permitiera.

La tarea no será sencilla, pues lo haré solo. Él seducía en cada lectura con humor e insinuaciones y cada presentación literaria le servía para convocar a nuevos lectores. Yo he sido muy parco y sólo me dedicaba a acompañarlo y le editaba sus libros.

En el semanario de Bellas Artes

Claro que Arturo Trejo Villafuerte habló y escribió muchas veces de la Ciudad de México. Algunas personas recuerdan sus crónicas citadinas en diversos diarios, sobre todo el periodo exitoso del unomásuno, pero esa época apenas es un recuento de los años ochenta. En realidad el periodismo y las crónicas vienen de una vieja y sólida camada de periodistas con quien Arturo se formó y convició (convivió y conbebió, entre otras delicadezas de la vida). Este oficio de periodista arranca de sus años juveniles. Por ahí está la maestra Guillermina Baena, a la que tanto le aprendimos y le seguiremos aprendiendo en el campo periodístico y en cuestiones de redacción. Doña Guillermina no sólo fue su maestra, sino le abrió las puertas de El Sol de México, allá en Toluca, para que desempeñara su labor de reportero y hasta de maestro de Comunicación y periodismo. Claro, también estuvo en su Otro Yo, aquella revista para caballeros (adultos, se decía) muy leída y mejor vista, donde los grandes escritores y los grandes artistas querían aparecer. Ahí apareció la entrevista con Juan Gabriel, que pocos recuerdan, y muchos otros hitazos reporteriles. El epílogo es bueno: los reporteros y jóvenes poetas quisieron regalarle un libro de poemas de su autoría, pero el cantante y compositor alegremente les dijo que muchas gracias: ya tengo uno en la casa. Arturo lo contaba con gas y con pimienta.

Por esos años ya convivía con periodistas y poetas de verdad, como don Renato Leduc, que no escribían en máquina sino en ametralladoras, pero eran singulares periodistas con un oficio preciso y bien medido: a sus colaboraciones no les sobraba ni una sola línea y mucho menos una sola idea. Luego, Arturo estaría a cargo de “La Semana de Bellas Artes” con los alumnos destacados de Gustavo Sainz en la Dirección de Literatura. El tiraje extremo, el contenido importante y diverso, no faltó quien quisiera apropiarse de tan maravilloso campo de promoción. El final de esta publicación memorable llegó con el acoso de la Primera Dama en el sexenio lopezportillista. Arturo había renunciado unas semanas antes y de alguna manera quedó a salvo, pero nunca lejos de aquel asedio. Por ahí asistía a visitarlo, lo mismo que a Salvador Castañeda o a Jaime Lorenzo, jefe de la Cloaca. Con sus saludos también me llevaba un ejemplar de “La Semana” y algunos libros o folletos que siempre estaban en la mesa disponibles para los visitantes de ese tercer piso de la Torre Latinoamericana.

Con astucia y hasta elegancia verbal, a Arturo le gustaba agarrar gente de bajada. Todavía recuerdo una mañana soleada, en la entrada de la Facultad de Filosofía y Letras. Eddy, ya va siendo hora de quitarte tu virginidad... Cualquier despistado hubiera temblado ante ese cuerpo de jugador de futbol americano, pero el joven poeta no era ofensivo sino, incluso hasta en sus últimos días, creativo. Y para eso contaba con su lenguaje. Lo que Arturo proponía era una invitación a publicar en “As de Corazones Roto” y en “Segundo Piso”, proyectos editoriales (casa editora y Revista) donde fungía como fundador y coordinador. Siempre alentó la vía independiente, siendo que él podía publicar en muchos ámbitos literarios.

Cuarenta libros en cuatro meses

Durante varios años alentó la idea de titularse con una investigación sobre las revistas literarias y culturales del país. Tenía, y deben estar en sus archivos, la mejor cantidad de ediciones de ese tipo. Desde aquellas publicaciones en mimeógrafo, hasta otras con mayores cuidados editoriales y de contenido. Nadie como él para agenciarse esos materiales tan necesarios en el desarrollo literario de un país. Le fascinaba el proceso editorial, fundó Letra, por ejemplo, y siempre recordaba con cariño su trabajo editorial con su maestro y amigo Raúl Renán en La Máquina Eléctrica. A tambor batiente planeó, diseñó y publicó 40 libros para el gobierno del estado de Hidalgo y el Instituto Hidalguense de Cultura.

Alfredo Trejo Villafuerte, su hermano, recuerda esa odisea que fue editar 40 títulos en apenas cuatro meses. Ambos lo contaban con orgullo, sabiendo que esas proezas sólo se realizan con experiencia y conocimiento. Cuando en cierta ocasión el doctor Luis Mario Schneider me invitó a publicar unos cuentos en la Editorial Oasis, me pidió que hablara con Arturo Trejo Villafuerte. Ahí estaba El Gordo, nada menos que dirigiendo con delicadeza Los Libros del Fakir. Fui a verlo en la colonia Roma, pero sólo para saludarlo. Qué pretensión la mía de editar en esa sencilla pero bien ejecutada colección, donde salieron muchos excelente autores. Baste mencionar a mi cuaderno de doble raya Emiliano Pérez Cruz con el germinal Tres de ajo(dido) y Orlando Ortiz con El desconocimiento de la necesidad, mi maestro de narrativa y quien después sería mi compadre. Más adelante pasaría a coordinar la colección “Los Cincuenta” que se merecían los poetas, narradores y ensayistas de dicha generación y que vio la luz gracias al apoyo de Eduardo Langagne y del Conaculta. Ahí está José Revueltas, el de ayer, de Vicente Francisco Torres, y otras joyas literarias. Por esas andanzas editoriales (lo mismo hizo en la Universidad Autónoma de Chapingo y en la Universidad Autónoma Metropolitana). Cuando fundé la Editorial Cofradía de Coyotes supe que tendría un gran aliado para hacer nuevos libros, lo que realmente le apasionaba. No he sido el único que recibió orientación y apoyo editorial de parte de Arturo Trejo Villafuerte, en la memoria de muchos editores, sobre todo independientes, estará el comentario benevolente y su aportación.

Las aventuras de Conrad Sánchez

Fue un apasionado de la novela policiaca. De su amistad con María Elvira Bermúdez se pueden entresacar muchas anécdotas, pero sobre todo muchísimo aprendizaje; de esta etapa culminaría en una novela que tuvo varias ediciones: Lámpara sin luz. Todavía recuerdo aquella noche en que me llamó para pedirme autorización para incluir a mi detective de Nezayork: Eddy Tenis Boy, y para incluirme en las aventuras de su personaje Conrad Sánchez, donde también aparecen muchos amigos de la tertulia del Montmartre.

Como ensayista siempre se interesó por las letras de este país, ya poetas o narradores: dedicó páginas emotivas a José Emilio Pacheco y a Gustavo Sainz, sus maestros que le dispensaron una amistad encomiable. Escribió sobre los autores de Hidalgo: de Gonzalo Martré o de Jorge Antonio García Pérez… de este último me entregó un prólogo generoso para Sheila, semáforo de medianoche., cuya novela recomendó a muchísimos lectores, sobre todo jóvenes. Ni modo de callar su admiración por Ricardo Garibay. Leyó y anotó muy bien comentados los libros de sus compañeros y amigos: los poemarios de Rolando Rosas o los cuentarios de Miguel Ángel Leal Menchaca, libros que no han tenido mejores lectores que Arturo Trejo Villafuerte. Basta leer dos de sus libros de ensayo; La esponja y la lanza y Sombra de las letras. Mucha de la admiración que le guardo a su trabajo como ensayista viene de este compromiso; que leía, que conocía y que promovía a los autores de nuestro país.

El doble de Brad Pitt

Nunca fue chauvinista. Todos sus amigos y lectores lo tenemos claro. Para nosotros siempre fue un profesional de las letras. Sus libros abarcan varios libreros, que cubren varios muros de varios lugares. He reiterado la palabra varios, porque si algo distingue su catálogo personal es la variedad. Ni siquiera tenía idea de cuántos ejemplares poseía ni de la gran cantidad de libros que había leído.

Yo le conocía cinco autógrafos de escritores que habían ganado el Premio Nobel de Literatura y en otra ocasión me aclaró que eran más. Puedo confirmar que conocí siete firmas valiosísimas. Convivió con ellos y con todos los grandes personajes de nuestro ambiente literario. Los trató, los editó y les aprendió.

Arturo Trejo Villafuerte no sólo sabía de literatura mexicana. Lo diré llanamente: él la vivió. Lo recordaremos como un Padre Amoroso y como abuelo querendón, gentil amigo, gran compañero de trabajo y como un profesor comprometido a fondo con sus alumnos. Como miembro del sindicato de trabajadores de la Universidad de Chapingo siempre participó en sus actividades. Colaboró, por ejemplo, en el libro Chapingo Recuerda (Sobre el Movimiento Estudiantil de 1968), que editamos a 50 años de los trágicos sucesos. Por último diré que es autor de más de 80 libros publicados en diversos géneros literarios, pero escribió mucho más que esos que salieron de la imprenta. Algunos poemas fueron traducidos a otros idiomas. Él mismo fue traductor de Joseph Brodsky antes de que ganara el Nobel.

Nos deja un gran legado literario y un gran ejemplo como profesor de literatura en el Departamento de Preparatoria Agrícola. Como profesor investigador de la Universidad Autónoma Chapingo formaba parte del Programa de Humanidades del IISHMER, donde trabajó sobre la historia de la literatura mexicana del siglo XX. Fue también profesor de la Preparatoria Iztapalapa I del IEMS de la Ciudad de México.

Esto es algo de lo primero que recuerdo del poeta, quien siempre nos dijo que era el doble de Brad Pitt, porque en su humanidad cabían dos: uno en el lado derecho y otro en el lado izquierdo.

Ya tendremos oportunidad de reseñar lo mucho que hizo y que dejó hecho.

Alumnos y compañeros docentes ya lo están extrañando.

Descansa en paz, querido Arturo Trejo Villafuerte, un corazón siempre a la izquierda.

Arturo Trejo Villafuerte
Arturo Trejo Villafuerte

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