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DISFRUTES COTIDIANOS

Cuando el afecto se dobla pero no se rompe

Fernando Cuevas de la Garza

 I Know This Much Is True (2020)
I Know This Much Is True (2020)
Cuando el afecto se dobla pero no se rompe

Una miniserie televisiva y un par de películas que se ubican en el territorio siempre complejo de las relaciones familiares, caldo de cultivo con alta complejidad de componentes. Aprovechando la frase usada para describir en el ámbito deportivo a las defensivas que son asediadas por poderosos equipos ofensivos, resistiendo hasta el límite, aquí hay historias donde los sentimientos se ponen a prueba y se observa la manera en la que sobreviven, se transforman o, en su caso, se adaptan a nuevas condiciones vitales. Matrimonios, padres e hijos y hermanos envueltos en vorágines que parecen rebasarlos pero en las que se lucha por mantenerse de frente.

Cuando los hermanos se encuentran

Unos hermanos gemelos muy unidos se han enfrentado a diversos problemas a lo largo de su vida, cuidados por una madre abnegada (Melissa Leo, sacrificada) y conviviendo con un padrastro muy presente pero con ideas fijas y episodios de violencia (John Procaccino). Uno de ellos, inteligente y de carácter explosivo, divorciado y dedicado al negocio de la pinta de casas, vive cargando con más peso del que en principio puede soportar, mal acompañado por su nueva pareja (Imogen Poots) y atento a las crecientes necesidades de su hermano, enfermo de esquizofrenia y paranoia. El asunto se complica cuando éste se corta una mano en público y es trasladado a un hospital psiquiátrico carcelario, situación que termina por romper el frágil equilibrio de los gemelos. Corren los años noventa en Three Rivers, pequeña ciudad de Connecticut.

Basada en la novela homónima de Wally Lamb, quien participa en la escritura con el director Derek Cianfrance, especialista en dramas relacionales como se advierte en Triste San Valentín (2010), El lugar donde todo termina (2012) y La luz entre los océanos (2016), la miniserie de seis capítulos I Know This Much Is True (EU, 2020) es una seria y comprehensiva exploración de la pérdida como condición de vida, ya sea de la razón y sentido de realidad, la estabilidad emocional, la confianza en las instituciones o de los seres queridos, y cómo mantenerse en pie para, quizá, enfrentar la siguiente ruptura y decepción perfilando las momentáneas oportunidades para ser feliz, cual tablas de salvación que ayuden a flotar entre la desesperación de la espera y la acción impulsiva: todo ello, mientras se hurga en el italiano pasado para conocer el origen paterno.

Con una notable doble actuación de Mark Ruffalo (al igual que las interpretaciones del personaje en la niñez y juventud), bien soportada por los efectos especiales y una cámara que le exige incorporar toda la gestualidad necesaria además de capturar con delicadeza los ambientes donde se desarrolla la trama, se recorren episodios de la infancia de los hermanos, de su etapa universitaria y, sobre todo, de su adultez siempre al límite, entre la presencia conflictiva pero cercana del padrastro, la ex esposa conflictuada (Katrhyn Hahn), algún amigo al tanto (Rob Huebel), la terapeuta (Archie Panjabi), la funcionaria de la institución (Rosie O’Donnell) y el huraño nativo-americano (Michael Greyeyes). Un manuscrito del abuelo, traducido puntualmente por una estrafalaria mujer (Juliette Lewis), se convierte en una riesgosa ventana para asomarse a ese pasado, mientras el presente sigue colgado de alfileres y el futuro ni se asoma en el horizonte.

Cuando las expectativas se difuminan

Uno de los grandes tópicos entre las parejas es el del desafío que implica la combinación entre el desempeño de roles en beneficio de la casa y el desarrollo profesional, particularmente en los tiempos que corren. Si hace años las funciones estaban más definidas según el sexo, ahora han ido cambiando, así como la conformación misma del matrimonio, tradicionalmente entendido como la unión de un hombre y una mujer. Pero el potencial conflicto que representa la atención a la trayectoria laboral y a los asuntos domésticos, sobre todo en cuanto a las actividades de crianza, permanece más allá de roles costumbristas o emergentes, independientemente de cómo esté integrada la pareja, hetero u homosexual.

Si antes la consigna cultural para las mujeres era sobre todo dedicarse únicamente al hogar y en algunos casos sólo al trabajo, pero casi nunca a las dos actividades, actualmente vivimos tiempos en los que además de poder ser madres, su participación en el mundo laboral y profesional ha aumentado considerable y afortunadamente, por lo que se pudiera esperar que al menos en una mayor proporción de casos que en el pasado, ya no es necesario elegir entre ambos mundos, sino que se pueden ir resolviendo junto con la pareja: pero entonces pueden aparecer las dificultades para resolver la cotidianidad, los celos profesionales, los reclamos acerca de ver quién se sacrifica más, o la simple incapacidad para coordinarse y resolver los imprevistos que se van presentando.

Con la figura tutelar de Ingmar Bergman y su serie Escenas de un matrimonio (1973), Noah Baumbach se vuelve a adentrar en los entresijos de las parejas a través de Historia de un matrimonio (EU-RU, 2019), tal como lo hiciera con Mientras somos jóvenes (2014), Margot y la boda (2007) e Historias de familia (2005). Un dramaturgo y una actriz están felizmente casados, en apariencia, compartiendo escenarios artísticos y la vida con su pequeño hijo: de inicio, vemos cómo a través de la voz en off, cada uno describe al otro en tono cariñoso, resaltando las cualidades o características distintivas que han contribuido a fortalecer el amor. Pero, siempre hay un pero, empiezan a develarse antiguos desacuerdos que parecían acuerdos en su momento, una infidelidad sospechada pero no enfrentada, heridas que se asumían cicatrizadas, proyectos divergentes y, en consecuencia, la separación.

Con precisas actuaciones de Scarlett Johansson como la decepcionada esposa, madre y actriz que decide irse a Los Ángeles para grabar una serie, y de Adam Driver, como el director teatral que opta por quedarse en Nueva York y continuar con sus puestas en escena, la historia de este divorcio encuentra sus nudos más fuertes en la custodia del hijo, como en Kramer vs. Kramer (Benton, 1979), sobre todo cuando se involucran los abogados (Laura Dern, implacable frente a un pausado Alan Alda y un más alegador Ray Liotta) y aparecen otros temas como el dinero y diversos trapitos al sol, que van dañando no sólo la moribunda relación, sino a los propios involucrados. Con equilibrado trazo de personajes y secuencias de un logrado realismo afectivo, se aprecia con nitidez la manera en la que dos buenas personas van siendo víctimas de sí mismas, de su propio fracaso relacional y de las propias circunstancias, acaso en el fondo esperando una ayuda para amarrarse las agujetas y recuperar en algún momento la sensatez, sobre todo por el bien del pequeño, causa y amor común.

Y en tono de comedia fantástica, Un amor a segunda vista (Mon inconnue, Francia-Bélgica, 2019) sigue a dos jóvenes que se enamoran en su etapa escolar: ella es una estudiante de piano y él tiene una novela de aventuras y ciencia ficción que va escribiendo de a poco. Diez años después, el ahora novelista es un dechado de éxito —al grado que su historia va rumbo a la adaptación cinematográfica-, mientras que la pianista se quedó dedicada a la relación de pareja y a participar en concursos locales, situación que tarde o temprano empezará a generar tensiones. La premisa básica es qué sucedería si fuera al revés y, en un mundo paralelo, ella fuera una concertista de talla mundial y él tuviera que reconquistarla siendo un profesor de instituto.

Con destellos de humor, provenientes sobre todo de Benjamin Lavernhe interpretando al amigo que no falla; con un guion relativamente predecible en su construcción y conclusión; con un dinámico trabajo de edición que mantiene el interés en el desarrollo de los sucesos, y bienvenidas actuaciones tanto de François Civil como de Joséphine Japy en los papeles protagónicos, la película dirigida y escrita por Hugo Gélin (Dos son familia, 2016; Como hermanos, 2012), apunta en la dirección comentada párrafos arriba: la dificultad que implica saber combinar y, sobre todo, valorar el desarrollo profesional y la vida del hogar en pareja, romance incluido.


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