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ROADSIDE PROPHETS

Roadside Prophets • El Santo de los Perros, de Andrés Camarena • Oscar Luviano

Oscar Luviano

Oscar Luviano
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Roadside Prophets • El Santo de los Perros, de Andrés Camarena • Oscar Luviano


Una serie de reseñas de libros sobre la vida en Ecatepec, Estado de México. El hecho de que muchos no se hayan escrito todavía, ni lo sean alguna vez, no impide leerlos, de esa misma manera en que en Ecatepec hay casas sin número en calles sin nombre, que la gente habita y llama hogar.

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Más que un libro, este cuadernillo reproduce la carta enviada a la Santa Sede por el exsacerdote de la congregación de Jaltenco, Andrés Camarena, y cuyo objeto era abogar por la santificación de Juan Ene, conocido como el Santo de los Perros.

Se trata de un material que ha ido escalando posiciones entre los más vendidos por el escándalo mediático que lo rodea, y no por los méritos narrativos que encontramos en él, y que a la luz de las conversaciones y litigios a su alrededor podrían pasar desapercibidos.

Pasto de memes y de rutinas de standuperos, la publicación masiva de esta carta ya no impulsa su objeto original: la Oficina Papal dio acuse de recibo de la solicitud de lo que la prensa mexicana llamó la santificación de un nuevo San Francisco, si bien en el mismo comunicado la Congregación de las Causas de los Santos desestimaba de entrada cualquier posibilidad de un Decreto de Heroicidad de Virtudes que elevase a la santidad al indigente que “habla con los animales, de todas las especies, de mar y Tierra, Cielo y espesura, puras e impuras”.

Tampoco suma a la fama de Juan Ene, ahora en paradero desconocido, aunque su rostro reflota de tanto en tanto para llenar los huecos de los noticieros y sigue siendo un estandarte de la causa animalista, insignia de las páginas de refugios de perros y gatos y sujeto de la oferta millonaria de una empresa de alimento para mascotas que lo quiere como su imagen corporativa.

Ni trata de atenuar el conflicto entre ambos protagonistas: el que fuera confesor y su confesante, y cuyas demandas y contrademandas les dieron una visibilidad que, primero, fue nota pintoresca, y después motivo de un culto que no para de crecer en adherentes.

Los motivos de su publicación, entonces, deben ser aquellos que el prólogo del sacerdote desarrolla: una urgencia, la advertencia ante una justa rebelión, el inminente ocaso de la raza humana ante un culto que es deber de la Iglesia frenar con su ortodoxia, con esas herramientas que ha usado a la largo de la historia para frenar otros cultos paganos ávidos de sangre.

Lo cito sin ironía alguna.

Rememoro, en el insólito caso de que algún lector no conozca los antecedentes del caso: Camarena oficiaba en un templo ruinoso de Jaltenco, esa masa de unidades habitacionales y pantanos de grasa que requieren la toma de dos peseras al menos para otearlo siquiera. Esa misma iglesia que ahora luce cubierta de fotos de mascotas con peticiones de regreso y de curas milagrosas, de exvotos con cacomixtles y mamuts levitantes, de centenares de billetes enrollados que cuelgan en trenzas de pelo de burro y de caballos, y que nadie toma. Ese templo entonces vacío, en ladrillo visto y goteras calcificadas, con filas de sillas plegables para una feligresía compuesta por un puñado de mujeres apenas, y entre las que destacó por su mugre y sus aromas, Juan Ene.

Llegó un día, con la bolsa inmensa que todo teporocho lleva a cuestas —narra el prólogo–, y una constelación de animales— perros, gatos, tres burros y dos caballos emancipados de los carretones de los ropavejeros, pero también una vaca fugada del matadero, con tanta pelambre retorcida encima que no se encontraba rastro de ella más que su furia—; una feligresía que permaneció afuera de la iglesia, en un primer instante creí que era por respeto, para no ensuciar con sus heces y pelos el suelo consagrado, cuando la verdad es que no deseaban pisarlo…

Ese mismo día, tras permanecer al fondo, escuchando la misa, tan inerme que parecía dormido, Juan Ene espero a que las mujeres en rebozo y con tembloroso rosario se fueran y lo dejaran a solas con el prelado. Alguna se demoró en ofrecerle el tupper con chilaquiles que el sacerdote no quiso.

Camarena dice que se acercó, traspasando la nube de moscas, la espantosa realidad de la mugre humana, para ver si podía confortar el alma de aquel indigente, alma perdida en sus propios infiernos. En alguna de las pocas entrevistas que concedió, Juan Ene asegura que el sacerdote, en realidad lo quería echar del templo. En ambos casos ambos coinciden: Se puso de pie, dejando caer el enorme saco lleno de croquetas, y me pidió que lo confesara.  

La carta que Camarena dirigió al Vaticano para solicitar el inició de la insólita santificación en vida de Juan Ene antes de abandonar los hábitos, abunda poco en el contenido de la confesión murmurada a su oído, con palabras de pestilencia peor que la de su boca. Camarena se ofrece “como hombre curado de la fe” a narrar a los obispos de la Congregación de las Causa de los Santos, “o a su Santidad en Persona” todo lo que Juan Ene le narró bajo el secreto de confesión.

Camarena desarrolla un plan que requiere de la complicidad de los altos poderes de la iglesia para detener al Espartaco de las Bestias, y un derramamiento de sangre tan justo como inédito en la historia de los hombres: Santifiquemos a éste que habla la lengua de los que no tienen alma, y que tras de él vengan como las ratas que seguían a flautista aquel todas las formas vivas de la creación, del behemot a la bacteria (… traigamos a linces y orugas a le fe de Cristo, como hiciéramos con los bárbaros y los caníbales, enseñémosles las virtudes de la mansedumbre y de la compasión antes de que sea demasiado tarde…

En El Santo de los Perros hay un solo párrafo sobre esta confesión: la visión tras la que, supuestamente, Juan Ene adquirió la lengua de los animales y supo de sus planes para recuperar todo esto que abarca la mirada y que era y es y será suyo.

Cito:

Venían en primero las aves, que son las más rápidas, más ligeras que los querubines, llenando la calle con sus trinos, que eran como campanas sumergidas de tan oscuras, y supe así que estaban muertas, y que las bestias tras ellas también lo estaban, y eran sus almas, las que el Señor niega, las que se me mostraban en torrente de sombras, y venían los ciervos erizados de flechas, y los conejos gaseados, y las vacas estrujadas en los mataderos, y los cerdos desventrados, y todos como olas de dolor y de furia, y como puños los gatos arrojados a los ríos, y los extintos y los osos y los esqueletos de ballena de cantos portentosos, y los zorros sin piel y los zorros destrozados en soberanas cacerías, y más atrás como si me cayera en el tiempo los enormes mamuts de ojos como ventanas, y por encima de una pareja de ellos, montada en sus lomos olorosos a piedra, con los tubos que le salían del pecho y en su traje de astronauta, Laika, la perrita rusa, hecha de pura ceniza, ladrando su advertencia muda, como un meteoro que no se detendrá…

 

 

El Santo de los Perros

Andrés Camarena

Edición de autor, 2021

20 páginas

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Óscar Luviano (Ciudad de México, 1968). Narrador y poeta. Cuentos suyos se incluyen en Nuevas voces de la narrativa mexicana (Planeta, 2003) y en Así se acaba el mundo (SM, 2012). Colabora en diversos medios y publicaciones.

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