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ROADSIDE PROPHETS

Roadside Prophets • ‘Las aventuras de GG Allin en Lechería’ de Beatriz Cañón • Oscar Luviano

Oscar Luviano

Prophecy Projects
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Roadside Prophets • ‘Las aventuras de GG Allin en Lechería’ de Beatriz Cañón • Oscar Luviano

Roadside Prophets es una serie de reseñas de libros sobre la vida en Ecatepec, Estado de México. El hecho de que muchos no se hayan escrito todavía, ni lo sean alguna vez, no nos impide leerlos —de esa misma manera en que en Ecatepec hay casas sin número en calles sin nombre, que la gente habita y llama hogar.

*

La vida del fundador y único auténtico representante del shock rock Kevin Michael “GG” Allin (1958) se divide en dos periodos. El primero es aquel que termina en 1993 cuando, tras su último concierto, luego de una larga persecución por sus fans y la policía, murió asfixiado por una sobredosis de heroina en el piso de un hotel neoyorquino.

El segundo periodo comienza en la frontera sur mexicana en 2017, en las vías que ahí comienzan y atraviesan en país, entre la espesura selvática y brumosa en la que, nunca se sabrá por qué razón, GG decidió volver de la muerte, acaso porque así es el espíritu del rock (indomable e incuestionable en sus expresiones más banales), acaso porque tenía que llevar a su fin la gira que planificaba con su novia mientras se iba quedando dormido a causa de las contusiones, el alcohol y los heroína sobre la alfombra sarnosa del hotel St. Marks.

La periodista Beatriz Canon viajó en su busca para documentar ese periodo, si bien no pudo sacar mucho en claro en este largo reportaje sobre las motivaciones de la primera y última gira de Allin en territorios guatemaltecos y mexicanos, no por que no lo intentase con sopesadas preguntas y paciencia, sino porque Allin responde con monosílabos o encendidos discursos en los que apenas se reconocen invectivas para que la reportera se una a él, se desnude, se embadurne en su mierda y se lo coja o se deje coger analmente. Fracasada la vía del testimonio, Canon hace lo que mejor sabe hacer: sigue a su personaje y deja su retrato en manos de los actos, de las compulsiones, del exhibicionismo preternatural del líder de The Murder Cowboys.

El libro se compone de una serie de fotos que condensan los últimos conciertos de GG Allin salpicada con pasajes del diario persona de Canon. Fotos de los conciertos de la frontera con Belice, de los conciertos sobre los basurales hoteleros de Xcarey, de los conciertos en las garitas abandonadas de PEMEX …

El volumen abre con el último concierto de Allen ants de su resurrección del excantante, en una indeterminada estación de gasolina abandonada en el extrarradio neoyorquino. Se trata de capturas de los videos que circulan en YouTube (grano grueso, confusas sombras, voces que se pierden indescifrables en el movimiento frenético de la cámara) y que la periodista resume así (página 25): “Sorpresivamente, el público no se queja del frío, de la falta de equipo de sonido o de la ausencia de la mitad de la alineación de los Murders. Reclaman a Allin que, tras 15 minutos de concierto, no parece decidido a cumplir lla promesa de suicidio en público sobre la que había cimentado su carrera. Por toda respuesta, Allin interrumpe lo que parecía una canción y que sólo es un regodeo en el síndrome de abstinencia, y se desnuda, defeca en sus manos y le arrojas las heces a la audiencia. El grupo abandona al cantante, que escapa cubierto de mierda y su propia sangre…”

Reproduzco el fragmento porque, al parecer, Jesucristh Allin (el nombre que figuraba en sus actas de nacimiento y defunción) era víctima de la tenacidad que termina por devorar a los resucitados, y se lanzó a repetir esa ceremonia a todo lo largo de nuestra frontera sur, en conciertos que Canon documenta en puestos de aduana, en burdeles de soldados, en los palenques selváticos de la mara salvatrucha. En todos los casos, Allin y su biógrafa conseguir escapar apenas, cada vez que Allin arroja su mierda a la audiencia. Vagan tropezando sobre los vericuetos de la selva baja, cubiertos de mierda y de su propia sangre, perseguidos por sicarios, soldados y prostitutas poco familiarizados con los usos del shock rock.

De esta guisa, en diciembre de 2017, la reportera y su objeto de estudio terminan siguiendo el trazo de unas vías veracruzanas (aunque entre el hambre y la fiebre no les importaba en dónde estaban, ni si van al sur o al norte). Canon resume: “Cada vez que le hago señas de que busquemos comida —un mono, una rata—, GG me invita a desnudarme y coger sobre su mierda. Le digo que vaya y chingue a su madre, lo que le da mucha risa. Ya no tiene dientes —los rigores de la gira— y solo va cubierto por unos calzones Trueno que una buena samaritana le rogó que se pusiera. Eso sí: llevas las Doc Mactens impecables. Es el orgullo punk. Es el alma punk. Es el último punk.”

En todo caso, cerca de Amatlán escuchan el chanto del bebé.

“Parecía un mono”, anota la periodista, saca la navaja suiza. Unos metros adelante, sobre la gravilla entre los durmientes, ven el bulto que se agita. Está desnudo y aprieta la carita en un intento por negar ojos y bocas a las moscas. Está cubierto de grasa y Canon comprende que lleva noches enteras ahí, que lo han abandonado para que el tren se encargue, que más de una vez le ha pasado encima un tren, pero que es demasiado pequeño…

Es Allin quien rompe la inmovilidad tomando al bebé en su mano inmensa, en la que el bebé cabe como en una cuna, y se lo pega al cuerpo. Canon cree con horror que le trata de dar el pecho. Un estruendo sacude la selva y lo evita. Es el tren.

Se apartan para que pase la enorme locomotora a diésel. Allin, exasperado por la lentitud de su avance, sacude el brazo libre. Desde los techos de los vagones le responde decenas de hombres y mujeres agitando los brazos. “La Bestia”, dice Canon.

Ocurre que los migrante los ven tan de plano jodidos, tan miserables con su bebé mugroso y hambriento, que los urgen para que monten antes de que la selva o los del Instituto de Migración los capturen y sometan a vejaciones inimaginables. Aceptan, si bien trepar al tren requiere de varios intentos y caídas.

Ya en lo alto Allin rompe con las etiquetas y camina con paso majestuoso (increíblemente soberano para un sesentón en calzones faroleados) a pesar del viento en contra y del bamboleo, y de las familias y de los viudos y viudas, huérfanos y niñas embarazadas que le suplican que se vuelva, que eso no se hace, que la locomotora es sagrada.

Allin los ignora y se planta sobre la cabina del maquinista, con el bebé recostado sobre las piernas entrecruzadas. De tanto en tanto, los virajes y las hondonadas lo derriban al frente u de costado, y todos asumen que en cualquier el bebé terminará por caer bajo las ruedas de metal.

Por su parte, la criatura, aturdida por el hambre o por una conciencia inexplicable sobre la identidad de su captor, no emite sonido, y permanece inmóvil, quieto, como un Niño Dios que pasado por un mal día de la Candelaria.

Canon, agasajada con los víveres miserables y el agua tibia que los migrantes le comparten, es interrogada sobre la identidad del “ensebado” aquel. Les dice sin más, que se trata del último punk. “Va a dejar morir de hambre el escuincle”, le dice una mujer que lleva en un rebozo a su propio bebé. “Es lo más seguro”, dice Canon.

Las estrellas titilan sobre la selva cada vez más escasa y entre el humo apestoso de la locomotora. Desde los últimos vagones pasa de mano en mano, de techo en techo, una guitarra. “Para el músico”. Se rumora que se llama Cristo, que viene de la muerte. Canon le toma una foto a lla guitarra: la chaquira brilla a todo lo largo de su mástil. Con reverencia, se la pasan a GG Alllin, en espera de una canción, cualquiera, definitiva Aguardan en el silencio que permite el traqueteo del tren.

Sin embargo, Allin mira la guitarra con desdén, y la deja a su lado, hasta que las turbulencias del tren la hacen salir volando como una hoja de papel. La mujer del bebé cuenta Canon, se exprime un seno y llena una botellita. Allin la recibe, y observa a bebé en sus brazos incapaz de establecer una relación entre él y la leche.

La última foto del libro lo muestra así: a contraluz de las decenas de luces que iluminan en patio de maniobras de Lechería, entrando al Estado de México, como la promesa  de alguien que viene o que se va.

Las aventuras de GG Alin en Lechería

Beatriz Canon

La Mosca ediciones, 2019

180 páginas

* Óscar Luviano (Ciudad de México, 1968). Narrador y poeta. Cuentos suyos se incluyen en Nuevas voces de la narrativa mexicana (Planeta, 2003) y en Así se acaba el mundo (SM, 2012). Colabora en diversos medios y publicaciones.