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CON EL DESARMADOR EN LA MANO

Han vendido la ciudad, de Ana Maria Ortese • Esteban Castorena Domínguez

Esteban Castorena Domínguez

Han vendido la ciudad, de Ana Maria Ortese
Han vendido la ciudad, de Ana Maria Ortese
Han vendido la ciudad, de Ana Maria Ortese • Esteban Castorena Domínguez

 

La ciudad donde crecí está diseñada de forma circular. Son tres grandes avenidas las que funcionan como vías principales. Desde un punto de vista urbanístico, los anillos concéntricos resultan eficientes para la movilidad y para dotar de cierto orden a la urbe. Por otro lado, analizando el mismo fenómeno desde una perspectiva sociológica, la estructura en anillos evidencia las diferencias sociales y económicas de la ciudad. Si uno transita por la avenida más lejana al centro, entonces pueden verse las colonias de interés social. Una casa minúscula y gris junto a otra exactamente igual. Estos barrios excéntricos, además, resultan de difícil acceso en el transporte público. Pareciera que la ciudad termina donde terminan sus anillos; ir más allá de esta frontera impuesta por las avenidas implica algo así como dejar la ciudad y llegar a otro estado.

En la capital del país el fenómeno va un paso más allá. La gentrificación avanza a un ritmo constante. Poco a poco se reconstruyen los barrios más cercanos al centro para satisfacer nuevas necesidades. A menudo derrumban las casas o las vecindades antiguas y en su lugar levantan edificios de lofts y departamentos. Un batallón de albañiles, comandados por un puñado de arquitectos, se encargan de materializar los enormes complejos residenciales. Casi todas estas construcciones se parecen. Están de moda los grandes ventanales, los balcones, el roof garden. Es interesante el contraste, un edificio enorme y nuevo colinda con casas viejas que muchas veces se están cayendo a pedazos.

La especulación inmobiliaria, la gentrificación y los desplazamientos hacia la periferia de la ciudad no son fenómenos nuevos ni exclusivos de una determinada población. Durante la época del boom económico italiano a finales de los años 50 y durante la década de los 60, las migraciones desde el sur de la península hacia ciudades del norte, como Milán, aceleraron estos procesos. Italo Calvino escribió La especulación inmobiliaria (1957) como un retrato de lo sucedido; Francesco Rossi  hizo lo propio con la película Las manos sobre la ciudad (1963). En ambos casos, el punto de vista se focaliza sobre aquellos que construyen y reconstruyen a voluntad.

Ana Maria Ortese opta por explorar este fenómeno desde la perspectiva de los desplazados. “Han vendido la ciudad” (1957), texto publicado como un artículo de revista, constituye una narración híbrida entre la crónica y el cuento. La autora, mediante la creación de atmósferas, la contraposición de escenarios y el desarrollo de conflictos internos en sus personajes, logra retratar los contrastes de una ciudad en pleno crecimiento.

La narración inicia directamente con un verbo de movimiento y la imagen de los suburbios: “Atravieso el parque en taxi, voy directo a los suburbios, a un campo llano y pálido, lacerado por el silbido de los trenes”. La voz narrativa aclara inmediatamente que no está dejando Milán, sino que se muda de un suburbio a otro. El personaje de la narradora, hay que decirlo, bien podría tener tintes autobiográficos de la autora. Al momento de escribir el texto, Ortese vivía en Milán; ella misma era una migrante en su propio país, pues se había mudado desde el sur de la península en busca de trabajo en los medios y las editoriales.

El lector se desplaza por la ciudad junto a la narradora. Las descripciones se focalizan en el Duomo de la ciudad, luego vienen los grandes edificios que se ven como un “mar de mármol, de vidrio, de materiales preciosos”. La ciudad, en el centro, es rica y demuestra su opulencia.

En el párrafo siguiente, sin embargo, esta riqueza queda atrás. La narradora entra en el edificio donde estaba viviendo. Tiene que ir ahí y recoger unas maletas. Apenas entra en el edificio, la autora ofrece una descripción detallada. Entramos con ella a un sitio oscuro, viejo, las paredes se ven erosionadas y hay cosas tiradas en el suelo. Ortese construye una atmósfera claustrofóbica, gris y opresiva. Ofrece el contrapunto a los materiales preciosos, al brillo de los edificios y al mármol. La descripción continúa cuando la narradora entra a su antiguo departamento, toma sus pertenencias y entonces debe marcharse. Antes de dejar ese sitio, la narradora quiere despedirse de la mujer que le rentaba una habitación. La señora Elisa es una mujer mayor, perdió a su hijo y a su esposo en la guerra. Resulta simbólico que la mujer estaba dormida cuando la narradora entra a despedirse. El sopor de Elisa pareciera el sopor de una población.

Al momento de salir del edificio, la narradora encuentra al portero, el señor Carlo. Ocurre un diálogo de despedida, la chica revela el sitio al que se está mudando, se hace mención de que está lejos. Carlo pregunta si a su nuevo cuarto entra el sol y está bien iluminado. No es así, la ventana de su habitación da hacia un muro. El señor Carlo entra en cólera, despotrica contra el exceso de muros que se construyen, el enojo detona el estrabismo del hombre. Una vez más Ortese retoma el motivo de la oscuridad y la luz, el contraste entre las ratoneras en las que vive un sector de la población y el brillo y opulencia de la otra. La esposa del portero sale de un cuartito, quiere calmar a su esposo. Al momento de despedirse de la chica, la mujer del portero entrega unos recibos que están pendientes de pago.

El viaje en taxi continúa, el desplazamiento de una periferia a otra, de un tipo de periferia a otra. Durante el recorrido, el monólogo interior de la narradora sigue reflexionando sobre el estado actual de Milán. Se acercan al nuevo barrio en el que se muda la protagonista. El taxista vive en el mismo lugar. Pasan frente a su casa y el hombre la señala orgulloso. Esta mención a la casa da lugar al último diálogo del relato. Un diálogo significativo porque ocurre precisamente en el movimiento del carro y porque lleva a una toma de conciencia por parte del taxista.  Una conciencia que lo humilla y lo avergüenza; el hombre prefiere quedarse callado y pisar el acelerador.

[Si quieres leer el cuento, lo encuentras aquí.] (La traducción es de Esteban Castorena Domínguez)

 

 

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Esteban Castorena (Aguascalientes, 1995)
es Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Por su trabajo como cuentista ha sido becario del Festival Interfaz (2016), del PECDA (2016) y del FONCA (2018). Su obra ha sido publicada en diversos medios impresos y digitales. Gestiona un sitio web en el que comparte sus traducciones de literatura italiana.

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