DISFRUTES COTIDIANOS
Charlie Watts, la piedra angular • Fernando Cuevas
Fernando Cuevas
Marcaba el ritmo desde el asiento de atrás, dejando la pirotecnia y la gestualidad en manos de sus célebres colegas rodantes. Cual ancla, mantenía el equilibrio y cuando se requería, se convertía en un elegante driblador en corto, soltando redobles que abrían el panorama para las resoluciones armónicas. Los aplausos regalados a sus compañeros se prolongaban cuando era presentado: el respetable reconocía que sin él no hubiera sido posible presenciar semejantes actos escénicos y sonoros, en los que participaba además con el diseño de la propuesta visual, dada su agudeza para las formas y los colores, en cierto modo expresada también en la manera de tratar a la batería.
Charlie Watts (Londres, 1941-2021) empezó a interesarse en el jazz desde niño y saltó del banjo a los tambores; junto con su vecino Dave Green estableció una buena complicidad musical e incluso tocaron juntos en la banda Jo Jones All Stars, durante la segunda mitad de la década de los cincuenta. Se atravesó el interés en el diseño gráfico que ejerció profesionalmente pero la música terminó por prevalecer, sin anular este otro gran interés del baterista, a estas alturas ya pisando otros terrenos estilísticos como el R&B y el Blues. A principios de los sesenta, Alexis Corner lo invitó a Blues Incorporated, banda en la que participó en simultáneo con sus chambas de diseño.
Conforme crecía su admiraciones por monstruos del jazz como Ellington, Mingus, Coltrane y Davis y sus obras clave de aquella época, en 1962 conoció en el ambiente de los clubes a unos tipos que respondían a los nombres de Brian, Ian, Mick y Keith, quienes formaron una banda a la que invitaron a Watts para suplir en la batería al efímero Tony Chapman. Por fin aceptó y en enero de 1963 se integró a un grupo poco conocido llamado The Rolling Stones, para tocar la batería y apoyar en el diseño de las portadas: permaneció durante 58 años como la piedra angular que sostenía la imponente edificación, reconocida como una de las dos asociaciones principales de la historia del rock y la más longeva, que requería un hombre como Watts, aceptado líder tras bambalinas.
Su impronta dentro del grupo se puede apreciar en discos como Sticky Fingers (1971), Exile on Main St. (1972), Black and Blue (1976) y Tattoo You (1981), con Sonny Rollins, coloso del sax, y en canciones clásicas como Paint It Black, I Can’t Get Satisfaction, Ruby Tuesday, Sympathy for the Devil, Angie, 19th Nervous Breakdown, Brown Sugar, Honky Tonk Women, Miss You, Jumpin’ Jack Flash, Start Me Up y Get Off My Cloud, entre otras: llevar el pulso desde el ensimismamiento pero al pendiente de la locura que giraba a su alrededor. Él permanecía impasible, dando la seguridad necesaria al caos para, en un momento determinado, volver al cauce planeado. Moderación para bordar un tapiz de fino hilado y dejar que los colegas lo llenaran de sugerentes figuras sonoras y presencia imbatible.
En contraste con bateristas frenéticos como Keith Moon y John Boonham, así como de los elusivos solos del jazz, el progresivo y el metal, su enfoque era más dirigido hacia la contención, manteniendo un patrón que cambiaba justo lo necesario y de manera oportuna, tremendamente orientativo para sus compañeros. Con la influencia del sonido de Louis Armstrong, el swing y el sonido característico de las Big Bands, integró un estilo de notable versatilidad, siempre con los pies bien puestos en los pedales y las baquetas asumidas como extensiones de sus brazos. Jugaba con resonancias en función de la canción, atacaba y se replegaba en el momento exacto y ralentizaba tensiones para dejar la mesa puesta a los riffs o las vocales.
Piedra de toque
Colaboró junto a Clapton, Winwood y Wyman, ahí nomás, para grabar The London Howlin’ Wolf Sessions (1971), bluseando sabroso y acompañando los aullidos del gran Lobo. Se integró a la banda Rocket 88 con su viejo colega Ian Stewart, el ex Cream Jack Bruce y con el saxofonista Dick Morrissey, en la que tocaban básicamente boogie woogie, como se advierte en el burbujeante disco homónimo Rocket 88 (1981); con la Charlie Watts Orchestra presentó Live at Fulham Town Hall (1986). Participó en el supergrupo Willie and the Poor Boys y en una gira con los saxofones del freejazzero Evan Parker y de Courtney Pine, además de otra vez Bruce, explorando otros territorios del jazz en frontera con el blues y el rock.
Formó el Charlie Watts Quintet, en el que estaba su viejo vecino Green, para brindarle el reconocimiento a uno de sus grandes referentes: de ahí surgieron From One Charlie (1991) y el homenaje capturado en Tribute to Charlie Parker with Strings (1992), gigante del saxofón a quien le había dedicado unos dibujos animados publicados en 1964; en esta línea creativa, también produjo algunos libros infantiles en los que ponía en juego su capacidad para el diseño. Le siguieron Warm & Tender (1993) con formación quíntuple y Long Ago & Far Away (1996), firmado por él e insertando algunos estándares del jazz estadounidense.
Para el nuevo milenio, unió rítmica con el sesionista Jim Keltner para desarrollar Charlie Watts/Jim Keltner Project (2000), álbum de corte instrumental con notas tecno cuyas canciones fueron nombradas para brindar tributo a grandes bateristas. Se volvió a presentar con Watts at Scott's (2004), integrado por cortes de algunos de sus ídolos jazzeros, y regresaría a ese género que tanto le llamaba la atención a través de un par de álbumes: The ABC&D of Boogie Woogie – The Magic of Boogie Woogie (2010) y The ABC&D of Boogie Woogie Live in Paris (2012). Tras participar en el Blue Eyed Slide (2012) con Brian Knight e Ian Stewart, finalizó su trayectoria fuera de su longevo grupo con Charlie Watts meets the Danish Radio Big Band. Live At Danish Radio Concert Hall, Copenhagen 2010 (2017), combinando clásicos stonianos con algunos otros jazzeros y bluseros.
Hombre de un matrimonio hasta que la muerte lo separó, rompía con el estereotipo de la estrella del rock y toda su parafernalia: solo un corto periodo lidió con adicciones que él mismo cortó de tajo y se mantenía ajeno al trajín de la cultura del espectáculo. Elegante cual gentleman inglés, de maneras recatadas y escaso hablar, sólo ponía las cosas en su sitio cuando era indispensable, como en aquella famosa anécdota en la que tuvo que gritarle a Mick Jagger que no era su baterista, sino al contrario, que aquél era su cantante: la flema británica se encendía pero pronto volvía a su nivel acostumbrado. Distinción y sobriedad para conducirse arriba y debajo del escenario, compartiendo silencios constructivos y dejando un banquillo imposible de cubrir: descanse rítmicamente en paz, piedra de toque, Charlie Watts.