jueves. 23.01.2025
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Cine • El algoritmo personificado en el hombre perfecto • Fernando Cuevas

Fernando Cuevas

El hombre perfecto (Alemania, 2021)
El hombre perfecto (Alemania, 2021)
Cine • El algoritmo personificado en el hombre perfecto • Fernando Cuevas


Escuchamos música, leemos libros, hacemos búsquedas sobre temas de interés, opinamos en foros diversos, compramos algo, viajamos a algún sitio, vemos películas o series en la red y surge una compleja función que se supone nos conoce mejor que nosotros mismos: nos recomienda, sugiere, guía e ilumina el camino rumbo a lo que nos va a hacer sentir bien o a gustar. Pero la vida, como diría Kundera, parece que sigue estando en otra parte. Y también la felicidad, supondríamos. Si a ese algoritmo derivado de los hábitos o inclinaciones propias lo trasladamos a personas (un poco el match que hacen las plataformas para buscar pareja), se puede encontrar la contraparte perfecta, la que siempre soñamos y, dicho sea de paso, a donde de pronto pretendemos llevar a la persona real y presente con la que estamos: previsiblemente, el asunto no es tan simple.

Una investigadora, premeditadamente llamada Alma, al frente de un equipo que trabaja en el Museo de Pérgamo de Berlín sobre escrituras cuneiformes de las culturas mesopotámicas, acepta participar en un experimento inusual a cambio de recibir apoyo para su proyecto: tendrá que vivir tres semanas con un robot humanoide llamado Tom diseñado para hacerla feliz, de acuerdo con una programación que incorporó múltiples datos acerca de ella en particular y de la población alemana en general. La mujer, en sus cuarentas, está enfocada totalmente a su trabajo y terminó una relación con un compañero de trabajo (Hans Löw), ahora formando un nuevo hogar, en tanto Tom, después de una pequeña falla de diseño en la primera cita, termina por ser ajustado para convivir los 21 días señalados.

Basada en un relato de Emma Braslavsky y dirigida con cercanía por la también actriz Maria Schrader (miniserie Unorthodox, 2020), aquí escribiendo el guion junto con Jan Schomburg, tal como lo hiciera enStefan Zweig: Adiós a Europa (2016), El hombre perfecto (Alemania, 2021) es una mirada cálida y reflexiva sobre las relaciones humanas, en particular las de pareja, como un vehículo para alcanzar ese difuso estado que llamamos felicidad, integrando elementos equilibrados de drama y humor sobre una base ciencia ficcional, sin salirse de su tesitura en cuanto a volverse pretenciosa, manipuladora o cursi, a sabiendas de que los parámetros subjetivos del espectador juegan constantemente.

El relato nos va mostrando la incomprensión del robot pero también su interés por entender ciertos comportamientos de las personas, desde que se rían por ver videos de gente fallando en sus intentos (de paso provocando que nosotros también nos riamos como para comprobar la premisa), hasta las decisiones erráticas o contradictorias que nos definen como personas y que, paradójicamente, pueden terminar uniéndonos con alguien más en las mismas condiciones. La investigadora, por su parte, empieza la prueba con distancia, escepticismo, desdén y sorpresa hacia su nuevo compañero, pasando al rechazo y a cierta aceptación, con todo y que por momentos puede estar convencida de la relación, y en otros ser consciente del artificio: una obra de teatro sin público, sin coprotagonista y al final, un autoengaño, como ella misma lo dice.

Porque es difícil resistirse y no caer en la fantasía, como le sucede a un conocido que se encuentra la protagonista y le comenta que nunca había sido tan feliz como ahora que está con su mujer humanoide. En efecto, el robot es bien parecido, atentamente anticipado, servicial, buen conversador con dotes políglotas, cómplice cuando haga falta, con sentido del humor y, en este caso, hasta con olfato para buscar nuevas líneas de investigación frente a la noticia de que alguien más, en Buenos Aires, ya publicó lo que el equipo berlinés estaba buscando. La acompaña con su padre en pleno proceso de pérdida de memoria y con su hermana, incluso hasta a la nueva casa de la ex pareja; se inserta en la narrativa de los recuerdos de la infancia y le intenta poner ciertos límites por el bien de ella, según su información automatizada. Pero la investigadora no responde a la lógica del 93% de las mujeres alemanas.

La cinta gana mucha calidez gracias a las interpretaciones de la pareja protagonista: Maren Eggert, quien se llevó el Oso de Plata en Berlín por su interpretación, consigue abarcar el amplio rango de emociones que vive su personaje, en principio una mujer que parecería muy estructurada y con la vida ya establecida y definida en soledad; en tanto, Dan Stevens le da el tono justo a su humanoide personaje con todo y su capacidad para el cálculo mental y la recitación de poesía, pasando como alguien de carne, hueso y alma tanto en las fiestas de hologramas como en las distintas situaciones a las que se enfrenta, pero con las necesarias reacciones para revelar su sello de origen, una empresa de la que solo conocemos a una paciente supervisora que funge también como terapista de pareja, por si se ofrece (Sandra Hüller).

Con puntuales incursiones del piano, la fotografía se da vuelo con los espacios abiertos berlineses y privilegia la perspectiva de la protagonista, ya sea desde el balcón de la casa o cuando observa a su inesperado compañero, cuya mirada también refiere a un mundo por descubrir. El momento reflexivo llega con la evaluación final de Alma tras la vivencia y los diversos eventos sucedidos, mientras van proponiéndose secuencias visuales que dan cuenta de cómo finalmente se fue desarrollando la experiencia, dejando pensamientos y aprendizajes nuevos para ella, acaso inesperados y potencialmente renovadores. No lo sabíamos, pero del “todos son iguales” a “el hombre perfecto no existe” sólo hay un paso.

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