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CUENTO

Tachas 477 • El perro flaco • Bruno A. Arredondo

Bruno A. Arredondo

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Tachas 477
Tachas 477 • El perro flaco • Bruno A. Arredondo


Este era un perro flaco, ‘de la calle’, pero de buen corazón; de pelos cafés, orejas flácidas y cola larga y que a veces se enroscaba como una argolla sobre de su espalda. Sus ojos eran amables, su expresión era amable y su corazón todavía más amable. De colmillos blancos cubiertos por un hocico negruzco, se apoyaba en unas patas delgadas que le hacían ver más alto de lo que era. A grandes rasgos era un perro bonito. Pulgoso, pero bonito.

Perro cabrón, así le llamaba lo que podría ser su dueño –pero Chucho le era más común-, el velador que cuidaba una obra en construcción, de esas que duran años sin avanzar. Chucho era el hijo de una camada de diez: algunos se fueron, otros se los llevaron, uno nació muerto y otro murió en la noche. 

La noche en que varios hombres llegaron a la obra, Chucho estaba acostado bajo un refugio improvisado con lonas de un diputado de hacía dos presidentes; escuchó voces enojadas y caminó hacia ellas. Cuatro siluetas aluzadas por un tambo en llamas le gritaban al velador. Enojados, uno de ellos le atizó un golpe en la quijada y lo tiró a la pared para hacerlo rodar inerte al piso. Chucho les gruñó antes de lanzarse de colmillos pa’fuera, solo para recibir una patada que también le tiró al piso con un chillido agudo. Indómito, Chucho se lanzó de nuevo, hincando los colmillos en un chamorro forrado de mezclilla sucia. Resistió más patadas e insultos, mientras los otros hombres se reían de su compañero que no podía separarse de las fauces cánidas de aquel –bonito- perro cabrón.

Uno de ellos, eufórico, soltó una botella de vidrio que tronó en el suelo, asustando a Chucho lo suficiente para que abriera sus fauces y aquella pierna ensangrentada le diera otra patada, esta vez, rompiéndole una de sus famélicas costillas. Otro, entre risas y burlas sacó de su pantalón un objeto metálico alargado que culminaba en una punta brillosa que se dirigía al velador. El velador atacó a los hombres con un pedazo de madera astillada, defendiendo su vida y la de su perro. Aquellos hombres desistieron de seguir golpeando al hombre, y entre maldiciones y amenazas se fueron.

Chucho lamía sus heridas mientras, acurrucado con el velador, éste le agradecía rascándole la cabeza al tiempo que le decía, con una débil sonrisa: ese es mi perro cabrón.  

Al amanecer, el velador no se movía. Sus dedos estaban tan rígidos como la sonrisa que se aferró a su rostro. Chucho intentó despertarlo lamiéndole el rostro, y, al cabo de un par de días, llegó a la conclusión que el velador no se levantaría. 

Al darse cuenta de que ahora estaba solo, caminó por la construcción, ladrando y aullando sin cesar por la tristeza y el hambre. El amanecer le irradió el rostro con luces tan doradas como su corazón, y Chucho, decidido, dio el primer paso afuera, hacia el siguiente capítulo en su vida.

Bruno A. Arredondo. 1990. Mercadólogo y fotógrafo, Bruno comienza su acercamiento a la lectura con autores clásicos de horror como Lovecraft, Poe, y la novela negra con Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Interesándose en la escritura, actualmente desarrolla dos proyectos literarios: la antología “Cuentos del Cosmos”, y la novela “2056”.
 

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