DIGRESIÓN
Tachas 482 • 545 días • Alejandra Galván
Alejandra Galván

Últimamente he pensado que cada uno de mis pasos me lleva para donde sea constantemente: a la escuela, a casa, al trabajo, a casa, a donde sea; y siempre son los mismos lugares.
Ha pasado un año y seis meses desde que mis padres murieron, la pandemia sorprendió a más de una familia y se llevó muchas vidas. No he podido vivir el duelo debido a la burocracia, afortunadamente mi padre dejó un par de asuntos solucionados que han facilitado algunos trámites. La rutina de mi vida como la conocía murió junto con ellos y nada ha sido igual desde entonces. Antes mi padre, cuando tenía problemas, solía decirme que todo estaría bien, y sinceramente ahora que todo el mundo se empecina en decirme que todo estará bien, me cuesta mucho trabajo creerlo.
Últimamente siento que quiero estar donde sea: en la cama hasta la una, en la calle hasta las seis, bailando todo el fin de semana, o irme de viaje hasta la taquería porque no he comido nada en todo el día.
Comer se ha vuelto una actividad desagradable, nada sabe como lo preparaba mamá, mis horarios de comida han desaparecido, así como los horarios del resto de mis actividades, a excepción de la universidad o el trabajo que son imposición institucional, labores que realizo casi en automático. Abrir los ojos cada mañana es un suplicio, no sé qué diablos voy a hacer todo el maldito día, si no fuera porque sí sé qué haré todo el maldito día; lo mismo que he hecho durante todo este tiempo de su ausencia: seguir viviendo como me lo aconsejan. Respirar me raspa en el pecho y el pensamiento se me disuelve en sus recuerdos; hay tantas cosas que disipar. Tomo pastillas para conciliar el sueño, una pausa para la economía, el futuro, la incertidumbre. Otra vez abro los ojos.
A la hora de la cena nos sentábamos los tres en la mesa y platicábamos de todo, peculiarmente hablábamos de la muerte; en la familia de mi padre fueron trece hermanos de familia, así que el acercamiento con ella había estado muy presente durante los últimos quince años, al menos una vez al año murió un tío, sumando incluso a los cuñados. La muerte, la muerte, la muerte. Buenas con la muerte, dijeron mis padres finalmente.
Últimamente he soñado que voy a lugares inimaginados, como a la casa, la escuela, el trabajo, la casa.
Ahora que estoy sola me doy cuenta que bajo sus alas me encontraba dormida, con ellos nada me faltaba, actualmente hacerme cien por ciento responsable de mí es aterrador, pero también fascinante. Normalizaron tanto la muerte, su muerte, que aunque me duele, de alguna forma he logrado sobrevivir a estos 545 días y no sé cómo lo estoy haciendo. Quizá sólo sea cuestión de tiempo, pero no encuentro si el tiempo da para lo bueno o lo malo.
Hoy estoy sin ellos pero viva gracias a ellos. Nos aceptamos durante 24 años y seis meses que estuvimos juntos y nos amamos. Últimamente de alguna manera he logrado sacar la cabeza y no ahogarme, incluso en ocasiones la vida me parece estúpidamente bellísima y divertida. Será porque así como mis padres me hablaron incansablemente de que era normal morir, también me hablaron de lo perfectamente miserable y hermosa que puede ser la vida y eso también es normal. Unos optimistas irremediables. Aun así…
Últimamente quisiera morir donde sea.
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Alejandra Galván. Estudiante de Artes Visuales.