sábado. 20.04.2024
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RESEÑA

Tachas 490 • Computer love, transmitir la posibilidad • Minerva Magaña

Minerva Magaña

Kraftwerk
Kraftwerk
Tachas 490 • Computer love, transmitir la posibilidad • Minerva Magaña

Computer love
Computer love
Another lonely night
Stare at the TV screen
I don’t know what to do
I need a rendezvous
Computer love
Computer love
I call this number
For a data date
I don’t know what to do
I need a rendezvous
Computer love
Computer love

Kraftwerk, 1981

 

 

 

Dirijo mis caminos a capricho, esta vez, me doy la libertad de escribir sobre la canción cuya letra quise recordar al iniciar este texto.

Confieso que cuando me enteré del año de su publicación no lo podía creer, fue mucho después a que me gustara Kraftwerk; intuía por algunos videos que por azar me tocó ver del grupo, que eran bastante visionarios, me contaban que incluso elaboraron algunas adecuaciones a los sintetizadores, en general la experiencia que percibía de quienes escuchaban a esta banda alemana era una sensibilidad futurista o la intención de hablar de sonidos nuevos, revolucionarios.

No es la intención escribir sobre lo mucho que esta agrupación abonó a la música electrónica (tema harto interesante), ya mucho escrito y opinando en ese tenor; ni tampoco quiero describir la obsesión personal que tengo por esta canción que, dado el espacio narcisista, me permito presumir que puedo escucharla infinidad de veces sin hartazgo, que es para mí un fractal musical al que cada vez que la escucho de nueva cuenta encuentro un nuevo rizo de belleza matemática y emotividad.

No. Computer love es el estandarte que uso en estas letras para escribir opiniones sobre computadoras y música; digitalización de la sensibilidad, y cómo la expresión de la música como movimiento social puede sentirse e interpretarse menos empática y más codificada. A data date pide la canción en un ejercicio mecánico donde un hipotético humano solo, frente a la pantalla del televisor, llama a un número buscando amor. Una clara despersonalización ante el artificio.

Dice Bifo, el filósofo italiano Franco Berardi, que las generaciones actuales han sufrido una mutación generada por la tecnología, desde su mirada apocalíptica nos narra cómo “la voz se ha descarnalizado”, poblaciones que han aprendido a hablar a través de una máquina, no de su mamá. Personas a quienes su presente se instauró dentro de una miríada frenética de información a través de televisores, computadoras, teléfonos, etc. no del eco de la voz en la anatomía humana.

Somos testigos de esta automatización de la percepción, de la imaginación y hasta del deseo, coincido con Bifo. Y evidentemente esto se reproduce en la música, cada vez nos acercamos más a algoritmos electrónicos que enfrascan el corazón en el hardware, la música electrónica se ha expandido a diversos campos, DJ´s, VJ´s que recrean sonidos raros a través de imágenes disonantes. Las experiencias se trazan en lenguaje análogo, en un cifrado traducido por acordes de sintetizadores o maravillas de software que a la altura de un click reproducen con altísima fidelidad todos los instrumentos musicales nacidos a lo largo de la historia. Ya no es el eco en la madera de los violines, ni la tensión en la cuerda de la guitarra, o el revuelo del viento en la cavidad de un saxofón, sino el millar de combinaciones y tiempos en el instante creador a través del CPU.

Y entonces escuchas, por ejemplo, a Philippe Jaroussky, y te preguntas: ¿cómo alguien preferiría cambiar de escuchar la voz humana al producto de una máquina? De qué manera se ha dado esta transformación en masa que llena sitios grandísimos para escuchar a Steve Aoki, a Daft Punk, o Fatboy Slim, sin juzgar su calidad, sino la asistencia que es de diferente medida como lo sería con grupos que aún privilegian la voz e instrumentos tocados en vivo. Precisamente aquí la cuestión, es un lenguaje, cada vez de mayor dominio por los nuevos nacidos, con mayores referencias, con una velocidad congruente a la costumbre, el campo múltiple en el que estamos inmersos.

En lo particular juzgo que esta jerga musical no es un exilio del alma humana, sino una mutación; recuerdo la metáfora de la película TRON (Lisberger, 1982) donde justamente es este mundo virtual el que permite el nacimiento de nuevos seres, humanoides creados en este nuevo espacio irreal. Escucho Computer love y en el minuto 3:52 aparece un sonido más cálido, menos duro, que crece como un bucle de colores suaves y se extiende hasta el final de la canción, pienso, aquí la intención humana en carne de metal y cableado; das cuenta que estuvo desde el principio, pero de manera sutil, una composición casi mágica que también retiembla en el cuerpo y lo estremece, como la voz de Elvis Presley o el sonido bellísimo de un cello. Esta creación humano-máquina nacida en este lenguaje y universo de posibilidades infinitas, que apenas estamos conociendo.

Si tuviera que resumirlo, diría que la música electrónica transmite posibilidades que aún no advertimos, que es un nuevo territorio a descubrir, aunque la mirada nos deje una visión de desastre por las pérdidas naturales que suceden en cualquier cambio de paradigma. Para mí eso es la música, sonidos que abren horizontes, desde una cítara, un tambor africano, un piano, la voz de Nina Simone, de Franco Corelli, los coros de la novena sinfonía, y, claro, Computer love y sus derivados.




 

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Minerva Magaña. Estudió filosofía y se ha comprometido con la educación. Por puro disfrute bebe cine, series y objetos multimedia. No la han querido doctorar en memes ni recibe apoyo por distribuirlos. 





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