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EXPERIMENTAL

Tachas 491 • Agenda diaria • Jeanne Karen

Jeanne Karen

Imagen de IA
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Tachas 491 • Agenda diaria • Jeanne Karen

Un mes cualquiera y los apuntes importantes estaban ya sobre mi escritorio, un poco revueltos por el paso de los días y las cosas por hacer, pero siempre ahí, en hojas sueltas, en notas, en trozos de papel que apenas alcanzaba a guardar antes de que el viento del otoño pudiera colarse por completo por la ventana para dispersarlos a través de la pequeña habitación. Luego pasé a la libreta de instrucciones, algo así como una lista semanal de actividades, a veces la olvidaba y luego la volvía a retomar, era una belleza llena de recortes, flores secas, dibujos y hasta fotos del paso de mi vida, no me gusta decir que el paso de los días, porque vamos a ser honestos, lo que va pasando es nuestra vida en sí. 

Ya con los años y a fuerza del olvido, el descuido y la falta de concentración, tuve que tomar definitivamente una agenda diaria, una encuadernada y de pasta gruesa, con las columnas perfectamente marcadas para definir todo tipo de grandes y pequeños acontecimientos, pero ¿por qué llegué a ella?

Ya era imposible sostener el caos, la terrible cantidad de pensamientos, ideas, textos por terminar, acciones por comenzar, entonces tomé la decisión de dividir todo lo que escribo; la poesía va en una libreta que llevaré siempre a lo largo del año, más bien la uso únicamente para la poesía en prosa; luego, los archivos de Word que tengo abiertos, que son para los libros de poemas que deseo terminar de escribir algún día, para las novelas o el de cuentos, que están todos en la misma situación, los he comenzado pero no sé cómo seguir o más bien no he logrado acomodar el sinfín de imágenes que rondan por la cabeza.

Por último, llegamos a la querida agenda diaria, que es algo así donde va todo lo que debo realizar durante el día, pero que rigurosamente debo mantener fuera de la memoria, no necesito que ocupe un lugar dentro de tan apreciado espacio de mi cerebro. Entonces por las noches anoto con cuidado y en la mañana basta con echarle un ojo para saber cómo será mi día, claro que no cuentan los imprevistos, mi distracción o las ganas de ser totalmente espontánea e inventar algo después de las ocho de la mañana, que es la hora de la primera taza de café y el momento de pasar a revisión cada columna, cada hora, casi cada minuto, con el deseo de que entre tanto, no haya quedado sin resolver algo que era vital.

 A veces todo me hace ruido, los colores de la agenda, los renglones oscuros, las gruesas líneas que dividen los días. Pienso en eso, en esas líneas intensamente marcadas y de pronto caigo en la tristeza, siento que cuando sobrepase una, habré tenido que cumplir con cada objetivo anotado, que no podré pasar esa línea si no está mi vida en orden; luego viene la angustia, el deseo de alargar la llegada de la siguiente línea gruesa, como si existiera algún poder capaz de recorrerla hasta la orilla de la página y así dejarme completar en paz cada reto; pero no resulta y hay pendientes que van de un día a otro, de un lado de las líneas al otro, hasta convertirse en una especie de renglón que va calcándose y que pareciera remarcarse a sí mismo con el afán de recordarme o que los días son demasiado cortos o que al final hago muy poco; toda esa idea cae sobre mis hombros y me sobrepasa; sin embargo sigo adelante, con la convicción de que alguna vez veré la columna totalmente en blanco, una especie de zona desértica, un horizonte para mí sola, libre de todo, que me permita comenzar e inventar otra vez.

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