Del año 2022 quedarán muchas lecciones, entre ellas algo que nos tocó vivir alrededor del mundo: la pospandemia. En nuestra memoria reciente conviven los momentos amargos y la incertidumbre; algunos perdieron todo, otros fuimos testigos de lo sucedido, pero creo que la inmensa mayoría tomamos acciones para dejar atrás las pesadillas de enfermedad y muerte. De una u otra forma unimos fuerzas, arropamos a los más débiles, apoyamos y nos dejamos ayudar, lloramos mucho, pero también creo que aportamos tanto como nos fue posible. 

Acomodar ahora nuestras vidas después del dolor y la pérdida, será difícil, estamos frente a una tarea que nos llevará mucho tiempo; recuperarnos cansa, parafraseo el poema Trabajar cansa, de Pavese.

Siento que volver a nuestro centro como humanidad, al centro de cada uno, ese sitio que parece que nos queda ahora cuesta arriba, nos costará tal vez volver a escribir las instrucciones, volvernos a mirar, discernir, comprender lo que ha surgido, entender lo que seremos, abrazar lo que realmente importa. Necesito tener esperanza en cada una de las personas que viven en nuestro tiempo. Quiero creer que podemos salir, que podemos cambiar la historia; empezar a ver que las cosas que en algún tiempo nos parecían primordiales, han quedado en segundo o tercer plano, que debemos ver nuestra fragilidad ante lo inconmensurable o en el caso de Covid, ante lo diminuto y desconocido.

¿Estamos desviando nuestras miradas, nuestra energía en diálogos que ahora no son necesarios?, tal vez no exista respuesta o no una sola, sino un sinfín de respuestas. 

¿Qué nos depara el 2023, qué habrá en nuestro destino?

¿Vale la pena hacer planes para lo que viene?

¿Se deben retomar las discusiones sobre los mismos temas o habrá que enfrentar de una vez y con mucho valor lo nuevo, lo desconocido, lo que apenas ha revelado su naturaleza?

[Ir a la portada de Tachas 499]