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Tachas 506 • No parece lo que es • Federico Urtaza

Federico Urtaza

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Tachas 506 • No parece lo que es • Federico Urtaza

¿Qué es más abrumador, la duda o la verdad? Decimos que queremos saber, aseguramos ser capaces de asumir cualquier verdad que se nos lance al rostro incluso si de momento nos resulta difícil comprenderla; insistimos en seguir adelante. O retrocedemos. O nos quedamos estupefactos balbuceando lo que pareciera o quisiéramos la mejor explicación. No, no. Eso no explica, sólo interpreta. ¿No dijo Nietzsche que no hay hechos sino sólo interpretaciones y estas reflejan los intereses de quien enfrenta el hecho? Cada cual ve lo que quiere ver; incluso si lo que se ve se corresponde con la realidad, si de entrada no se interpreta, ¿no suele pasar que, bajo presiones externas de toda índole, por supuesto basadas sobre intereses específicos, quien intenta no interpretar resbala con una cáscara de duda y llega hasta claudicar y resuelve hacer suya la interpretación ajena, bien sea por miedo evidente o por conveniencia (modo sazonado del temor a perder un bien actual o posible)?

Tenemos que andar con pies de plomo porque incluso nuestro cerebro está constituido de tal manera que con frecuencia somos testigos poco fiables. Ya se ha visto el ejemplo muy esclarecedor en Rashomon, la película del maestrazo Kurosawa y, recientemente con mérito bastante menor en El último duelo de Ridley Scott. Incluso cuando se trata de uno mismo y su acontecer, con frecuencia lo que se cree y lo que se recuerda no son como para asentarlos en un acta.

En materia forense (no, no es necesariamente eso de muertos en una plancha o gaveta refrigerada, sino que viene del foro, vamos, los tribunales), el desahogo del testimonio de diferentes testigos sigue reglas orientadas a establecer si han sido aleccionados o si de veras dicen lo que saben y les consta; es así que cuando los testimonios concuerdan en lo sustancial son de tomarse en cuenta y no así cuando coinciden incluso en detalles improbables.

Vemos así que se trata de llegar al conocimiento lo más objetivo posible de un conjunto de hechos que hagan probable determinar una responsabilidad de la naturaleza que sea de una o más personas; no es cosa de ponerse intuitivo ni jugar a las adivinanzas (eso tampoco funciona al jugar a la Lotería o al Melate). Para emitir juicios sumarios están las tías chismosas y los vecinos metiches.

Sin embargo, en la novelas, películas y series policiales, para comodidad, solaz y esparcimiento de los lectores o los espectadores el azar es sólo un truco para agregar suspenso a la trama; al final, el muchacho o la muchacha o lo que sea protagonista habrá de develar el misterio, con golpizas, persecuciones o, por qué no, en una de esas nos quedamos con que no todo es lo que parece y aunque sí lo sea, el (la) criminal se sale con la suya por lo que usted elija que para eso está la realidad con infinidad de variantes para tal efecto.

Pero qué tal si a una historia detectivesca le damos un poco de acción a Cupido para que, como acostumbra, tire sus flechas en direcciones rara vez afortunadas desde el punto de vista de sus víctimas.

Gracias a eso que luego pasó a ser conocido como Film Noir que como género no es invento de los franceses (pero sí su conceptualización), sino se lo debemos a los novelistas norteamericanos que lo incorporaron a Hollywood y de ahí al mundo, incluso a México que para eso tuvimos a Juan Orol, faltaba más. Fue así que de las revistas pulp y las novelas paperback pasaron a la pantalla no sólo gángsters y policías sino también simples mortales que sacaban a relucir lo peor de sí mismos (así como en las guerras, ya se ha visto, cómo personas “normales”, teniendo chance, se largan a cometer cuanta barbaridad se le ocurra). Y un tema recurrente en ese giro negro de la vida se presenta cuando un hombre y una mujer (o haga usted la combinación que de su preferencia le salga) se percatan de que sus corazones y sus partes pudendas se entrelazan y dejan fuera al cerebro y, no solo esto, claro que no, hay algo que les impide realizar su pasión, lo que nos pone de lleno en el trampolín de donde saltará la acción como en toda película que aspire a ser bien aceptada por los espectadores. 

  

Descubrir la verdad en el mar de la pasión. No soy mucho de apartarme de la obra sobre la que escribo porque considero que ésta debe sostenerse por sí misma, pero en este caso es pertinente señalar que el director de Decisión de partir (2022), el coreano Park Chan-wook (Seúl, 1963) tiene una larga filmografía como director, guionista y productor y como lo primero realizó, entre las más destacables, La chica del tambor (miniserie, 2018), La doncella (2016), Stoker (2013),Sed (2009), Soy un cyborg (2006), Señora Venganza (2005), Old Boy (2003) y El nombre de la venganza (2002).

Además, quiero señalar que a lo largo de su trabajo ha sido fiel a un propósito: “Siempre he tratado de no caer en las mentiras que dicen cosas como 'puedes hacer cualquier cosa si tienes la voluntad' o que 'eres el único que puede forjar su propia vida'. De acuerdo con las creencias de los miembros de la audiencia, podrías llamarlo la voluntad de Dios o los sistemas sociales o el destino; pero al final, lo que estoy tratando de decir es lo mismo. Y eso es, 'La vida no sigue tu propio camino'.”

La más reciente, Deseo de partirse inicia con la investigación de la muerte aparentemente accidental de un montañista, a cargo del detective Jang Hao-joon, insomne sin remedio, marido de fin de semana y perseverante, muy perseverante. El cadáver ya lleva un buen rato ahí donde cayó pero en una de sus uñas encuentran tejido adenoso de alguien más (claro, cualquiera sabe que eso es señal ominosa), lo que lleva a Jang a entrevistarse con la recién viuda (mucho más joven que el finado, recién jubilado de su empleo añejo de funcionario de migración) Song Sao-rae, china y casi recién desempacada en Corea; y aquí es donde los detalles se convierten en pistas, damas y caballeros: el ahora extinto ha plasmado sus iniciales en todas sus pertenencias y, claro, como Jang corrobora al examinar contusiones que le presenta Song cuando reconoce que el vejete la maltrataba y que por eso del rasguño que presenta en la mano izquierda algo de su piel fue a parar a la uña de Molcas. Pero ahí no para el asunto, porque la ahora sospechosa no muestra estar impactada por la noticia y como el Meursault camusiano se pone bajo la lupa, declara que odia la montaña y en general las alturas donde quiera que se le presenten. Mmm. La ahora sospechosa… Jang, con ojo detectivesco agudo y bien entrenado percibe a una posible asesina, pero, más que eso, a una mujer fatal de gran inteligencia, así que ¡ugh!, flechazo directo a donde ya podemos imaginar, lo que lo lleva a un estado de fascinación tal que aprovechando el insomnio y su soltería de días laborables, se dedica a vigilar a Sao en las noches, mientras que en el día recaba más información sobre ella y sus antecedentes ─y qué creen, mató a su mamá en China, cierto que como acto de piedad, pero la mató)…

Claro que Sao le toma la medida a Jang y sabe lo que está haciendo, ¡qué manera de jugar de ambos, qué manera! Pero no diré nada más, estoy dejándome llevar por el entusiasmo.

La construcción narrativa es genial, llena de pistas evidentes que en ocasiones no llevan a nada y otras que van quedando sembradas para brotar en el momento oportuno, pero todas sirviendo de indicio claro de la creciente pasión entre el policía y la sospechosa. La relación es ambigua para quien ve la pantalla: si hay sexo, pareciera que no, que es irrelevante pues la energía que fluye y los encapsula (“energía”, perdón, no se me ocurre otra manera de designar lo que sucede entre ellos) es más fuerte que la gula carnal; la relación es como para que la hubiera novelado George Bataille.

 Lo que sí queda claro es que, a pesar del elaboradísimo erotismo, la duda prevalece con la misma intensidad del deseo de desentrañar la verdad absoluta del caso: Jang no se la cree todita, Sao lo sabe, pero confía en su propia fuerza y en la debilidad del policía por ella que, bueno, de momento como que también anda emocionada, pero aguanten, aguanten, porque cuando aparecen pruebas que confirmarían un suicidio del montañista uno diría “¡Uf!, Pues claro, ya decía yo.” Pero no. Donde la historia parece terminar y se disipan las dudas con el poder de deducción detectivesca y la intuición femenina de Sao, se abre un paréntesis para continuar con una segunda parte todavía más emocionante de la que deberá ocuparse el espectador en su debida oportunidad.

 Esta es una de esas historias que uno quiere saborear a la vez que siente urgencia de que termine para saber el desenlace, porque el desarrollo de los personajes y de la trama nos involucra activamente al hacernos partícipes con la forma narrativa a la que recurre Chan-wook que en la linealidad temporal va insertando destellos que sugieren algún antes o un después o una simultaneidad, además de en las secuencias de interrogatorios jugar con espejos. Por otra parte, por así decir, los teléfonos celulares juegan un papel fundamental tanto en el desarrollo de la historia como en el conocimiento de los hechos y la ratificación de los sentimientos sospechados, y qué decir del aparatito traductor al que recurre Sao cuando siente que su coreano es muuuy deficiente como para darse a entender y acompaña a la traducción con mímica confirmatoria.

¡Ay, si en los afectos todo resultara obvio y transparente! Pero no, no es así en la vida real ni en esta película; la pasión ─arrolladora e irracional por definición─ genera un ambiente raro, neblinoso donde lo verdadero ─que no esa abstracción que es La Verdad y aquí no juega─ unas veces parece no dejar lugar a dudas y otras más bien da pie a desconfiar sin tener claro de qué ni por qué.

Visualmente, la acción transcurre más bien en espacios confinados, incluso cuando es en el exterior como en la estrujante secuencia final a orillas del mar.

 Esta es una obra en la que el espectador inevitablemente es partícipe, entran en juego sus emociones y su mente en reacción a lo que va sucediendo en la pantalla.

Además, del género del film noir me atrevo a decir que cuando una de sus obras representativas da en el clavo, uno reconoce que, como dice Park Chan-wook, “La vida no sigue tu propio camino.” Y, así las cosas, hay que estar siempre a las vivas. Uno cree que todo está bajo control, pero… Ya se irá viendo.



 

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Federico Urtaza Hernández. Abogado y escritor con raíces leonesas. Nacido en 1952, estudió la carrera en Chihuahua y en 1982 se trasladó a la CDMX donde escribió sobre literatura y teatro. Antes de regresar a León EN 2016 fue Director de Locaciones de la Comisión de Filmaciones del DF y Secretario Técnico del Fideicomiso de Apoyo al cine del DF.


 

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