RESEÑA
Tachas 511 • La uberización del trabajo • Omar de Felipe
Omar de Felipe

Media hora de ida, media hora de regreso, viajes a la universidad. Quince minutos en metrobús, y otros quince caminando, respectivamente. Pura anulación el caminar. Empero, sin desearlo registraba caras, sombras y profundidades. Hacía la noche, me apabullaban en números, voces superpuestas, luces y texturas. En alguna de esas ocasiones me percaté de ellos.
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Mi primer viaje fue hacia la central de autobús. Un coche negro me recogió. El conductor se deshizo en atenciones. En realidad, lo único que buscaba era no platicar. Y así fue. Un silencio solipsista.
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“Pensamiento vacío, toda la jornada […] animada por el hecho de que tengo un «trabajo bueno», aunque duro”
-Simone Weil, La condición obrera
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La estrategia de Uber encuentra su equivalente en el blitzkrieg: una guerra relámpago, para evitar la guerra total. Uber pone un pie en la puerta y dice mea culpa. Que el inicio de sus operaciones sea ilegal le parece peccata minuta. Análisis necesario el de Radetich en este frente. La transnacional ganó la batalla legal sin demasiados costes. Peor aún: su presencia (me) es natural ahora.
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Los observaba sentados a la sombra en las banquetas, al lado de sus motocicletas. Se congregaban afuera de farmacias y restaurantes. Desde entonces los percibía alejados, de especie distinta; el mío, un mirar inhumano. Los imaginaba viajando juntos, como en parvadas, hablando en lenguas incomprensibles para neófitos. Si escribiera un cuento acerca de la especie, comenzaría así: “Descansan en la resolana vespertina…”
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El silencio es un bien comunal, titula Illich uno de sus célebres textos. En él, indica lo siguiente: “[...] fácilmente podemos hacernos cada vez más dependientes de las máquinas para hablar y pensar, del mismo modo que ya somos dependientes de las máquinas para trasladarnos”. Radetich continúa el análisis bajo la misma línea, expropiación de conocimientos, y va más allá: no solo dependemos de las máquinas para trasladarnos, sino también dependemos de la cartografía digital para ubicarnos, situarnos. El conocimiento del gremio taxista se desvanece en el aire.
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El teatro Insurgentes es un lienzo de nervaduras de luz. Reverberan en el bloque de agua que se alza por todo el bulevar. El silencio reposa en la calle, en las banquetas, se mece cual diminuta marea en una piscina. Es un silencio que proviene de mi interior, de mi propia vacuidad. A lo lejos están las marchas, manifestaciones, gritos, toda esa parafernalia de la cuál, sin saber por qué, me mantengo alejado. El espejo de agua se arruga con los exabruptos lejanos, con la furia y la confusión de masas enfrentadas.
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A mí me llaman contribuidor individual en mi propio trabajo. Hay compañeros que prefieren diluir sus relaciones laborales, y “transgredir” las relaciones verticales en las corporaciones, hacerse amigos de los superiores. Yo prefiero mantener visible la cadena jerárquica. Para los conductores de Uber, como lo señala la autora, socio es el sustantivo que los nombra. La palabra da pauta a al menos dos componentes: el ideológico y el legal. Para el primero, la multinacional despliega un marketing donde se muestra al conductor libre de trabajar las horas que desee, al ritmo que desee. Tan libres como cualquier hombre es libre, a final de cuentas, tan libre como uno puede ser en esta región del mundo con desempleo acuciante, y o bien trabajos que rayan en la miseria. De esta manera, por la libertad que nos ha sido otorgada, la mayoría de los conductores laboran entre seis y siete días a la semana, usualmente más de ocho horas al día.
El segundo componente, el legal, proporciona a la plataforma las bases para deslindarse de cualquier responsabilidad hacia sus socios. Todo corre por cuenta de ellos: seguro de auto, refacciones, lesiones provocadas por las largas jornadas, o bien sea el minúsculo daño de morir durante un asalto mientras operan.
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Si escribiera un cuento acerca de la especie, comenzaría así: “Llegan en grupos de cinco o más, bloquean la avenida entre miradas ansiosas y furtivas, no vacilan en prender fuego a sus propios vehículos en favor de la marcha…”
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Fue en uno de los últimos viajes que hice que me di cuenta. Subí al coche y noté que los interiores habían sido protegidos con duct tape. Hubo algo molesto en ello, en que el conductor se preocupara abiertamente por el cuidado de su vehículo. Tardé unos días en procesarlo: esperaba la total anulación del conductor, que fuera absorbido por el algoritmo. Algocracia como lo llama Radetich.
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La placa líquida en la calle se cimbra con más frecuencia conforme el cielo se astilla en retazos de fuego. Seis coches aceleran por el bulevar, extienden banderas rojinegras en las ventanas. Tras unos segundos, dos patrullas pasan por detrás. Otra muerte, me imagino.
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Tengo esta sensación de que técnica y tecnología están en un camino de sublimación. Sin embargo, no dejan de ser humanas. La incomprensión siempre ha sido humana.
El cuerpo del conductor es un recordatorio de lo profundamente material de cualquier plataforma.
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Si escribiera un cuento acerca de ellos
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Si escribiera un cuento acerca de ellos
Cappitalismo. La uberización del trabajo, Natalia Radetich. Siglo XXI editores, primera edición 2022