NI BIOGRAFÍA NI ANÁLISIS TEXTUAL
Tachas 532 • Introducción a la obra y figura de Roberto Bolaño • Joserra Ortiz
Joserra Ortiz

Disclaim: Esto no es una biografía ni un análisis textual
I.
No es necesario que pasen muchos años para que un escritor se convierta en un clásico y su obra literaria se consolide como parte de un canon al que se debe volver, repetidamente, para comprender el transcurso y las transformaciones artísticas de la literatura y la cultura de la humanidad. Estamos en el año 2023 y hace apenas veinte que falleció Roberto Bolaño, novelista, cuentista, poeta y brevemente ensayista chileno que hace 25, en 1998, dio a la imprenta la novela que lo consagraría para siempre como uno de los mejores y mas audaces escritores universales: Los detectives salvajes. Tenía entonces 45 años, una edad bastante avanzada para comenzar apenas a abrirse brecha en el competidísimo panorama de la literatura en español, un espacio que consagra sus mayores esfuerzos editoriales para las letras de la juventud febril y la mayoría de sus autores y autoras más populares conocen la fama y la buena reputación en la medianía de sus veinte años, para irse diluyendo lentamente en tanto vayan apareciendo nuevos muchachos con otras ideologías y diferentes hábitos de consumo. Pero Bolaño no empezó a escribir en ese 1998 que ganó el premio Herralde. Un par de años antes, en 1996, había publicado con Seix Barral, esa editorial española fundamental, las novelas La literatura nazi en América y Estrella distante. La segunda, que nace de la primera, presenta fielmente dos de los temas literarios que lo obsesionaron toda su vida creativa: la vida vivida como una obra de arte total y totalitaria, a pesar de la personalidad del individuo, y, sobre todo, la poesía entendida como un mecanismo que surge de las violencias y produce otras tantas. Por su parte, como carta de presentación a la que ha sido y será una obra literaria que surge de la conjunción de la experiencia de vida y el amor por las posibilidades de la fabulación, La literatura nazi en América es un caleidoscopio de vidas imaginarias que testifica el lugar que le corresponde a Bolaño como autor de las últimas modernidades, las que pasaron de Michel Schwob por todas las vanguardias y que fueron de Kafka y Borges a los novelistas posmodernos de la generación X anglosajona. Estos valores que siguen siendo muy actuales—en el sentido que Roberto Bolaño es un autor de hoy, nuestro contemporáneo cuando los mejores de su generación continúan publicando e incidiendo en la discusión literaria—, estaban también ahí, aunque apenas dibujados, en la que sí fue su primera novela, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, escrita a cuatro manos con Antonni García Porta en 1984.
II.
Antes de ser novelista, sin embargo, fue poeta, y, como tienden a anotar sus críticos y biógrafos, sería poeta toda la vida. Esta distinción me parece importante, siempre, sobre todo pensada a la luz de lo que Jean Paul Sartre planteó en su seminal ensayo “Qué es la literatura”, de la revista Tiempos Modernos, de 1945, en donde distinguió que la poesía no es literatura, sino una forma de arte más perfecta que se acerca antes que nada a la música. El poeta no está obligado a lidiar con la realidad, como sí lo estaría el literato, cuya función, según el existencialista francés, es domar la realidad para explicarla. La poesía no es la representación de la realidad, sino una parte de ella y una forma de vivirla, lo que es la materia anecdótica más importante de Los detectives salvajes, una novela sobre poetas que buscan insistente y poéticamente la poesía, sin disculpar el pleonasmo, y terminarán buscando a una poeta entre la poesía del mundo, hasta acabar con todo, incluso con la poeta y con la poesía. En ese sentido, Los detectives tiene esa función proteica para con la literatura que treinta años antes tuvo Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez: presentar la creación de un mundo que es toda la historia del mundo, operación solo posible a través del lenguaje, para luego destruirlo en sí mismo y acabar con todo, con la literatura y la poesía misma incluso, de un junto. En el caso de Bolaño, sus personajes encargados de tal tarea no son pioneros de la civilización, como en la novela de García Márquez, sino jóvenes poetas sin un futuro real en el campo de la literatura hispanoamericana, agrupados bajo el epíteto de “real visceralistas”, y que los conocedores reconocen como los miembros de la vanguardia perdida y hasta entonces casi olvidada llamada Infrarrealismo, movimiento estético y contracultural que adquirió un tamaño mítico y atención muy sonada a partir de la aparición de la novela. Mencionar en esta reflexión a la figura de García Márquez no es gratuito, no solo porque Bolaño definitivamente pertenece a la estirpe de los autores monumentales de nuestra lengua y nuestro continente, ni tampoco por los paralelismos biográficos que podrían encontrarse, como la necesidad creativa y económica que a ambos los obligó a desplazarse y a vivir como escritores errantes que finalmente consolidaron su carrera latinoamericana desde Europa. La anécdota paratextual es conocida por todos los lectores: en la contratapa de la edición de Anagrama de Los detectives salvajes, se leía, en palabras de Enrique Vila-Matas, que esta novela daba “un carpetazo histórico y final a Rayuela”, la novela de Cortázar que no solo fue una de las cumbres creativas y de ventas del Boom latinoamericano, sino que antecede a Bolaño en la presentación de las vidas públicas, privadas y literarias, de jóvenes bohemios con la núbil ansia de romper con todo, obligar al tiempo a comenzar con ellos, y a narrarse en un aparato literario que desafía las formas concebidas tradicionalmente para la novela.
III.
La novedad es el ánimo inquebrantable de la creación artística en la Modernidad: anular lo anterior para sobrepasarlo y conseguir así un lugar en el mundo. Si bien en la literatura hay quienes se suben sobre hombros de gigantes para ver el infinito, hay muchos otros que, de manera simultánea, son el David que asesina a su Goliat para plantarse en el suelo y echar raíces. Los primeros son escritores en concordancia con las tradiciones que los anteceden y que siguen el ritmo natural de los devenires creativos. Los segundos, la mayoría de las veces incomprendidos en algún momento de sus carreras creativas, son raros, contestatarios y ponen en crisis el sistema de valores y las estructuras que conforman a las literaturas. En el siglo XX a esta clase de escritores que han existido desde siempre en la Modernidad, y no por nada Cervantes es el primero de ellos, se les llamó vanguardistas. La vanguardia es una forma de la máxima freudiana que indica que, para hacerse de una vida propia hay que matar al padre o huir de él. Bolaño y en su momento sus amigos infrarrealistas optaron por el parricidio para confrontar las hegemonías discursivas, estilísticas y políticas de las letras mexicanas de la década de los setenta, pero Bolaño, como su mayor exégeta, las llevó al plano de la literatura en español histórica. Para mi es evidente que las escrituras sucedidas durante el Boom fueron, en mayor o en menor medida, dependiendo de su artífice, igualmente vanguardistas. Por no ir más lejos y volver a las novelas ya mencionadas: Cien años de soledad desplaza definitivamente la obligatoriedad realista de los relatos latinoamericanos poscoloniales. García Márquez no fue el primero en transformar el elemento fantástico hacia una estética de lo maravilloso naturalista, pero sí el que definió todo su universo creativo desde la literalización de lo mágico y dislocó los parámetros habituales del contar. Por su parte, Rayuela, esa mención obligada en el contexto del análisis histórico de Los detectives salvajes, postula, entre otras cosas el acto novelístico no como un relato presentado sino como un cuento de posibilidades abiertas para su estructuración y disfrute, trasladando la responsabilidad narrativa del autor al lector. Originalmente, Julio Cortázar quería titular su novela “Mandala” como esas representaciones gráficas del budismo y el hinduismo que simulan el espacio sagrado de un viaje espiritual. Como trazo, la mandala, es una estructura de líneas concéntricas organizadas alrededor de un punto. Fue la editora Carmen Balcells la que supuso que no mucha gente reconocería la referencia, ni la entendería con relación a la estructura de la novela, por la que se simplificó a la idea de una rayuela—el juego infantil de saltos accidentales y azarosos que también se conoce como avión o bebeleche. Pero, así como no hay nada azaroso en la novela Rayuela, tampoco lo hay la literatura ni en la poesía, ni en Los detectives salvajes, en donde el narrador García Madero reconoce en un momento que “El azar nos guía, aunque nada dejemos al azar”, y que si los escritores “no tuviéramos, encima, que leer, nuestro trabajo sería un punto suspendido en la nada, un mandala reducido a su mínima expresión, nuestro silencio, nuestra certeza de tener un pie cristalizado en el otro lado de la muerte”. En una medida importante, me parece, el sentido vanguardista del infrarrealismo, que es el de Bolaño, indica que el escritor que rompe con la tradición es sobre todo el escritor que lee, y precisamente por eso, la literatura del escritor chileno se puede entender mucho como un programa, si no una propedéutica, de lectura: desfilan en sus líneas y páginas decenas de autores, docenas de títulos, a los que se califica, se recomienda, y se reutiliza, aunque sea anecdóticamente, para alimentar más la obra propia. Bolaño es un lector que lee y luego escribe, un sentido contrario a lo que la mayor parte del mediocre espacio literario en español propone: catervas de escritores que leen por accidente y no destruyen nada, mucho menos crean, solo repiten sin saber que están repitiendo. Las novelas de Bolaño son mandalas mínimos porque están ahí en las manos de sus lectores, pero enormes porque se extienden por todas las bibliotecas, como en sus momento Borges o Eco habitaron la de Babel.
IV.
En este sentido, Bolaño es continuidad de una poética histórica que hasta él y con su muerte sucedida en 2003, conocimos como Literatura Hispanoamericana, o Literatura Latinoamericana, como gusten; una literatura de rompimiento constante. Todavía hoy, los estudios y la crítica literaria mantienen vigentes ideas muy antiguas que no caben ya en nuestros manuales, simplemente porque vivimos de una manera completamente distinta a cuando se pensaron por primera vez. La literatura es sociedad y debe considerarse como el producto de una estructura cambiante que depende, primeramente, de su lugar de enunciación: el reduccionismo, sin embargo, sitúa este espacio en el lugar simbólico de lo geopolítico. Las literaturas, de ahí, se consideraron nacionales desde la perspectiva que se tenía en el siglo XIX de nación. En ese sentido, sor Juana Inés de la Cruz era una escritora mexicana, El poema de Mio Cid era una épica española y el Inca Garcilaso el primer autor nacional del Perú. Esta visión tiene un extraño aperturismo muy oportunista, también en la misma época del surgimiento de los estudios filológicos, que cambia cuando quiere las fronteras por gramáticas, y extiende las nacionalidades hacia las lenguas: Shakespeare era el bardo del inglés trasatlántico, Dante era el poeta de una Italia única y ficticia y El Quijote el ascendiente de lo real maravilloso de Alejo Carpentier, según anotó él mismo. Curiosamente, conforme el mundo se fue haciendo más 'ancho y ajeno', y las fronteras geopolíticas y lingüísticas se fueron diluyendo más hacia una cultura global, más insistentes han sido los estudios literarios en acotar limites referenciales para la expresión literaria: la posmodernidad, tan abundante y abierta, fraccionó la literatura en cotos cada vez más reducidos, donde los textos supuestamente comparten experiencias únicas no reconocibles en la tradición internacional de la escritura. Pero eso no es así, y, en este sentido, no existe ya algo tan reduccionista para el siglo XXI como el campo de la Literatura Latinoamericana. Como mucho, la literatura latinoamericana fue un fenómeno literario que duró más o menos un siglo y que entre muchas, muchísimas cosas, se distingue sobre todo por un ánimo universalista de la escritura, un impulso cosmopolita de alcances que miraba en cualidad de igualdad a las literaturas históricamente más establecidas en occidente, como la francesa, la alemana, la inglesa y la española. Fue una escritura mundial escrita en español porque esa era la lengua materna de sus productores. Inicia en el modernismo hispanoamericano de finales del XIX y tuvo su momento cumbre en el evento del Boom y el ánimo del post-boom de las décadas de 1960 y 1970. Después de un lento declive, tendría un último estertor en la obra de un grupo de autores sudamericanos que ha seguido trabajando hasta ahora, como Rodrigo Fresán, César Aira o Diamela Eltit, pero sorprendieron al mundo inicialmente en los 90, década clave en tanto que también dio a la luz movimientos como el Crack y el de la anotlogía McOndo. Roberto Bolaño fue sin duda la punta de lanza de ese último momento de una literatura que marcará para siempre la historia de la creatividad en nuestro lenguaje compartido trasatlánticamente; un poeta que se hizo novelista para terminar con una pretensión positiva y optimista que duró un siglo. Los siguientes cinco años a la publicación de Los detectives salvajes, escribiría fervientemente y completaría una obra general que, publicada durante su vida o de forma póstuma, abarca hasta ahora, ocho poemarios—incluida la publicación de su poesía completa—, así como cinco libros de cuentos y uno de ensayos, y quince novelas, de entre las que se destaca como un monstruo la kilométrica 2666, uno de los esfuerzos más brutales por conseguir la novela total, el relato totalitario, que nadie antes ni después ha intentado en español, y que se coordina perfectamente con los esfuerzos de toda su vida por entender el horror, y hacer de la expresión literaria no un modelo, sino un sistema de significaciones y estructuras diversas y polifónicas. Una manera muy adecuada, perfecta e inimitable de acercase a la realidad de un mundo que ya no existe y que probablemente Bolaño sabía que se acababa hace un cuarto de siglo: el de las poéticas comprensibles y universales y en el que era posible militar desde la vanguardia porque había un objetivo visible, no como ahora que vivimos condenados a una realidad sin programa contra el cual discernir, porque verdaderamente hoy ya no hay nada.
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Joserra Ortiz es lector profesional y doctor en estudios hispánicos por Brown University. Publicó Los días con Mona, El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal y La conquista del Monte de Venus. Puedes seguir su contenido literario en Instagram (@joserraortiz) y en TikTok (@eljoserraortiz).
La versión leída por el autor se encuentra en su canal de videos de YouTube (@joserraortiz). La producción cuenta con archivo de video de la entrevista que le hizo el periodista Fernando Villagrán para el programa literario de la TV chilena Off The Record.