jueves. 17.04.2025
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POESÍA

Tachas 532 • Canto citadino de un transeúnte • Juan Carlos Mares Páez

Juan Carlos Mares Páez

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Tachas 532 • Canto citadino de un transeúnte • Juan Carlos Mares Páez



 

A Leopoldo Navarro
        por las complicidades poéticas



 

Afuera es abril y mi voz discurre sobre el lila que inunda el viento
es la ciudad extendida con su esencia multicolor de tristeza
son los viejos bares donde aprendí a mutilar la belleza nocturna de las palabras sencillas
por el afán de la precisión y la imagen novedosa; trampas silenciosas que se decían en las
tertulias equivocadas de lugar.
Nada era imposible
se estrangulaba la imaginación frente a un vaso de vodka y la compañía siempre lastimera
de los hielos de la melancolía
se aspiraba el humo crítico de la arrogancia y no había piedad para el advenedizo.
A veces, una mujer llegaba a encajar los alfileres inteligentes y punzantes de
su último poema en desnudez sobre la pizarra de los desalmados
y entre cigarro y cigarro y el monólogo inclaudicable del silencio
la voz era apenas audible y se perdía en el estertor del dialogo entre batería y guitarra
de un jazz meditabundo y extraviado en la bruma cotidiana de la indiferencia.
Eran tus sabores a dulce beso y oscuro alquitrán 
extraviados en las silentes bocas rojas del amanecer.
Era tu voz de ciudad penetrando por las escuálidas y empañadas ventanas
tus muslos tibios de nylon evadiendo las ternuras de mis correrías noctívagas
cuando nada estaba prohibido
cuando solía caminarte en tu desnudez cruda de calles marchitas, de plazas abandonadas 
de luces solitarias 
en los quicios de viejos hoteles 
donde alquilar la soledad era un asunto
tan solo de precio y de clientes satisfechos.
Supe que te quería
por la alevosa soberbia de encontrarte una vez más a la mañana siguiente
con los brazos abiertos al renovado sol
con la juventud a cuestas
y la sed apremiante por consumir los años
en avenidas taciturnas de escasa inspiración.
Todo era permisible 
hasta fingir la muerte propia en las notas escritas en la memoria de una servilleta de papel
entre improperios y casi siempre, entre alcoholes y reincidencias baratas 
sin musas
sólo la aspiración de quebrar las palabras como rama de pirul; inflexibles y correosas.
Sé que he pretendido dejar de nombrarte y saber de ti
pero finalmente te llevo en la sangre, en las arterías de tus calles frías 
cuando transito hasta mi madrugada
donde te beso, abrazo y recobro tu cariño citadino de virgen de media noche
y a viva voz te declaro mi amor en tu estrecha y longeva calzada
con las últimas notas de un blues que camina con sigilo
sobre los adoquines del atrio de un poema 
que nunca se acaba de construir.



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