jueves. 17.04.2025
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Tachas 532 • El supermercado como asunto de clase • Alejandro Badillo

Alejandro Badillo

Mira las luces, amor mío, de Annie Ernaux
Mira las luces, amor mío, de Annie Ernaux
Tachas 532 • El supermercado como asunto de clase • Alejandro Badillo

La escritora francesa Annie Ernaux en su libro Mira las luces, amor mío –una mezcla de crónica y diario personal– examina el supermercado al que asiste como un microcosmos no sólo de la sociedad francesa sino de la cultura capitalista global. Cada vez más grandes y, por supuesto, desplazando a las tiendas de barrio, estos lugares son percibidos como una suerte de utopía al consumo en donde se puede conseguir de todo. Estos negocios funcionan, muchas veces, como “negocios ancla” de centros comerciales que monopolizan el abastecimiento de casi cualquier producto en las grandes ciudades. Estos “no lugares” –usando el término acuñado por el recién fallecido antropólogo Marc Augé– materializan la idea de una ciudad privada que, incluso, puede ofrecer servicios médicos, escolares, gimnasios, entre muchos otros. No es necesario salir al espacio público para satisfacer tus necesidades.

El supermercado, también, ejemplifica una contradicción del mercado actual: atrás de la fantasía de la diversidad de marcas en los pasillos, hay un puñado de corporaciones cuyo número se reduce todos los años. La ideología del libre mercado y la libre competencia contrasta con el sometimiento del consumidor a una práctica oligopólica de facto. La idea del supermercado global –el imaginario homogéneo que representa– con sus pasillos, cajas de cobro, refrigeradores y demás, también es un espejismo, pues estos centros de consumo se configuran dependiendo la clase social a la cual se dirigen. No es sólo la abundancia de productos de lujo en los supermercados para el consumidor con alto poder adquisitivo, es la manera en la cual se trata al cliente y que resume muchos aspectos problemáticos de nuestras sociedades.

Cruzar las puertas de un supermercado enfocado en el sector popular significa someterse a una vigilancia constante que va más allá de las cámaras repartidas en todo el lugar. No se puede entrar con mochilas o bolsas. Cuando se logra entrar con alguna de ellas, los policías se aseguran de cerrar con unas tiras de plástico los cierres. En una ocasión me tocó atestiguar una advertencia de un empleado al cajero que me atendía: una familia había entrado con muchos vales de despensa y le recomendaba revisarlos bien, pues esta circunstancia, a su juicio, no era normal. No está de más recordar los testimonios de personas con tatuajes, peinados o ropa “llamativos” que son sometidos a un seguimiento personal, una práctica que, por supuesto, viola sus derechos humanos, aunque se normaliza en México. Por el contrario, en los supermercados de lujo no hay prácticas que incriminen de antemano a los clientes, aunque sí hay distintas formas de acoso para las personas que no representen el consumidor ideal. Sin embargo, la ubicación de estas tiendas de lujo –lejos del transporte público y de las colonias populares– segregan desde antes a estos clientes indeseables, además de los precios. 

La diferencia de clase más reciente en los supermercados tiene que ver con la automatización: en apariencia, la reconversión de algunas cajas en estaciones de auto-cobro se ha llevado a cabo en todas las cadenas. No es así: las sucursales de alto perfil mantienen todas las cajas atendidas por empleados. Es en las tiendas de rango medio o bajo de ingresos en las que existe la automatización. Esto responde a una lógica: el trato con una máquina le quita poder al cliente, pues no hay posibilidad de ayuda cuando se está frente a un sistema que sólo lee precios y te da la cuenta final. El contacto humano sólo aparece cuando falla el sistema. La falta de personal para atender estas estaciones –pues otra de las razones para automatizar el proceso de cobro es eliminar puestos de trabajo– hace que el cliente se las arregle como pueda, se forme en las pocas cajas abiertas atendidas por empleados o, en el peor de los casos, renuncie a su compra. Esto es diferente en los supermercados de lujo en los cuales siempre hay personas cobrando y resolviendo cualquier problema que tenga el comprador. El trato humano vendido como parte de una experiencia de lujo también marca la diferencia entre el Norte y el Sur Global. A inicios de este año, algunos medios reportaron que la firma Jumbo, que tiene sus operaciones en Países Bajos y Bélgica, había puesto en operación “cajas lentas” para que los adultos mayores no sólo evitaran las prisas en sus compras, sino que, además, tuvieran oportunidad de conversar con el empleado y aliviar, aunque sea momentáneamente, su soledad, fenómeno común en varios países de Europa.   




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Alejandro Badillo (CDMX, 1977) es narrador, ha publicado tres libros de cuentos: Ella sigue dormida (Fondo Editorial Tierra Adentro/ Conaculta), Tolvaneras (Secretaría de Cultura de Puebla) y Vidas volátiles (Universidad Autónoma de Puebla); y la novela La mujer de los macacos (Libros Magenta, 2013).


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