DISFRUTES COTIDIANOS
Tachas 550 • Música 1923: Muestras centenarias • Fernando Cuevas
Fernando Cuevas

Algunas grabaciones que cumplieron un siglo de vida y que siguen formando parte de nuestro repertorio.
Dos legendarias cantantes originarias de Tennessee aportaron sus respectivas grabaciones. Acompañada al piano por Clarence Williams, Bessie Smith (1894-1937) grabó su versión blusera del clásico ‘Tain’t Nobody's Bizness If I Do, composición de Porter Grainger y Everett Robbins sobre la importancia de tomar las propias decisiones sin importar las críticas, además de incluir Keeps on Rainin’ en el sencillo. Por si fuera poco, grabó los clásicos Down Hearted Blues, Nobody Knows You When You're Down and Out y Gulf Coast Blues, entre otros, abriendo en definitiva el camino para las vocalistas mujeres del género.
Por su parte, la también eterna compositora Alberta Hunter (1895-1984), desafiante de costumbres y convenciones sociales, imprimió He’s a Darn Good Man, así como Chirping the Blues, acompañada por Somebody Else Will Take Your Place con Fletcher Henderson en el piano. Nacida en Indiana, Marion Harris (1896-1944) le entró con soltura y plena convicción a You’ve Gotta See Mama Every Night, original de Rose y Conrad en la que se clama el derecho a tener un marido fiel: ragtime adelantado a las justas exigencias de cualquier mujer. En el terreno del country, destacó la grabación de Fiddlin’ John Carson (1868-1949) que contenía dos lados: The Little Old Log Cabin in the Lane y The Old Hen Cackled and the Rooster's Going To Crow, piezas inscritas en el género con todas las de la ley.
Al Jolson (1886-1950), nacido en Lituania y quien se haría famoso por su participación en The Jazz Singer (Crosland, 1927), nos regaló la elusiva Toot, Toot, Tootsie Goodbye, ¡mientras que I’ve Got the Yes! We Have No Banana Blues, original de Hanley y Brown, encontró una lúdica interpretación en la voz del también comediante Eddie Cantor (1892-1964) e Isham Jones (1894-1956) propuso Swinging Down the Lane, melódica pieza instrumental en tesitura del jazz predominante; Beside a Babbling Brook, como un regreso a la vida en el campo, fue la contribución de Irving Kauffman(1890-1976) para acompañar el viaje rumbo a los ambientes rurales.
Jelly Roll Morton (1890-1941), uno de los patriarcas del jazz oriundo de Nueva Orleans, se dio a conocer con Presenting Jelly Roll Morton, álbum integrado por 31 piezas al piano que son todo un reflejo de la época y un anticipo fundamental de los tiempos por venir en el terreno de la música popular. Joe “King” Oliver (1881-1938), nacido en Louisiana y convertido en otro de los patriarcas jazzeros, presentó su King Oliver’s Creole Jazz Albums: The Complete Set, en el que puso uno de los principales pilares del dixieland, estilo característico de Nueva Orléans, bien secundado por una joven promesa en la segunda corneta que respondía al apellido de Armstrong.
En el terreno de la música clásica, el maestro húngaro Béla Bartók (1881-1945) compuso Dance Suite para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la unión de las ciudades Buda y Pest, para lo cual retomó melodías arábigas, rumanas y húngaras y estructuró seis movimientos que rondan los quince minutos en total, durante los cuales las orquestaciones se encienden para invitarnos al bailable festejo que se toma sus momentos de calma preparatoria. Con sensibilidad melódica y una conjugación brillante entre el piano, el violín y el chelo, intercambiando protagonismos, el músico y profesor galo Gabriel Fauré (1845-1924), gran influencia para las innovaciones sonoras del siglo XX, entregó Piano Trio en D menor, opus 120, obra de su etapa final conformada por tres movimientos que suenan al tejido que va del romanticismo al modernismo.
El renovador compositor austriaco-estadounidense Arnold Schoenberg (1874-1951) se aventuró a componer Suite para piano, opus 25 fue compuesta de 1921 a 1923 a través de la técnica dodecafónica, en la que las 12 notas tienen un mismo nivel de protagonismo y presencia en una octava: integrada por seis movimientos de aliento barroco, la obra se va percibiendo extrañamente familiar. En tanto, el genial finlandés Jean Sibelius (1865-1957) entregó su Sinfonía no. 6 en D menor, opus 104 después de nueve años de trabajar en ella: cuatro movimientos orquestados a partir de la interacción entre alientos y cuerdas que conversan con tranquilidad mientras se visualiza un paisaje que cambia paulatina y discretamente de texturas y colores, abiertos a ser escrutados con mayor atención.
El genio ruso Igor Stravinsky (1882-1971) concluyó su Octeto para instrumentos de viento, estructurado en tres movimientos que toman diversas formas como la sonata -con una clara apertura, un desarrollo y el epílogo- o algunas prestadas de danzas eslavas, además de jugar con tesituras que van de una aparente ligereza a cierta gravedad en el tono, más expectante y resolutivo, en función de cómo se articulan los sonidos de la flauta, el clarinete, los fagots, las trompeta y los trombones En tanto, el francoestadounidense Edgard Varèse (1883-1965), presentó Hyperprism, pieza experimental interpretada con instrumentos de viento, diversos tipos de percusiones de todas partes y hasta una sirena para crear esas exaltaciones encubiertas.
Ralph Vaughan Williams (1872-1956) entregó Sea Songs, un trío de composiciones tradicionales arregladas por el gran compositor inglés en las que combina metales y percusiones en forma efusiva, como si en efecto el mar se alebrestara con alegría, como la que Heitor Villa-Lobos (1887-1959), el representativo músico clásico carioca, nos obsequió con Noneto, pieza integrada en un solo movimiento cuyo subtítulo refiere a la rápida impresión de todo Brasil, especie de collage sonoro que de pronto apuesta por una aparente improvisación y brusca transformación armónica, de aliento tribal con sus episodios percusivos y corales, justo para referir a una nación de tan notorios contrastes.