ENSAYO
Tachas 580 • El trabajo doméstico de las mujeres • Mireille Neptune Anglade
Mireille Neptune Anglade

La disponibilidad para el trabajo doméstico marca todo el tiempo de las mujeres y no solamente el tiempo efectivamente usado en la ejecución de las tareas domésticas.
Ya de entrada, al tratarse del caso haitiano, es importante establecer firmemente una distinción entre los servicios tradicionalmente llamados domésticos en Haití, que son de hecho servicios comerciales, y el trabajo doméstico en el sentido en el que comúnmente se entiende esta expresión científica.
La amplitud del fenómeno de la domesticidad es tal, y su incrustación en las mentalidades tan profunda en todas las categorías sociales, que prácticamente jamás nos encontramos con alguien que no haya sido reticente en calificar de domésticas las tareas llevadas a cabo “gratuitamente” por la mujer en beneficio de la familia. Mucho más allá de la inquietud de las “jefas de hogar” (verdadera realización de varios actores del trabajo doméstico: cocinera, lavandera, mujer de limpieza, niñera, mayordomo, peón de cuadrilla, etc.) que la confusión posible con sus “empleadas” intriga, ya esta constatación habla de uno de los mecanismos ideológicos más violentos de la infravaloración de las clases sociales dominadas.
El “tout moun pas moun” (no todas las personas tienen derecho a la dignidad humana) se aprende y se impone antes que nada en las relaciones con la domesticidad; y esta violencia a veces mediatizada en las capas sociales superiores es totalmente directa a medida que descendemos en la escala de los estatus socioeconómicos.
También, por causa del caso haitiano que estudiamos, tenemos que definir de manera precisa lo que entendemos por trabajo doméstico versus trabajo comercial.
La distinción común sitúa al trabajo doméstico, no productivo o no remunerado, como vinculado a la producción de valores de uso, y el trabajo comercial como vinculado a la producción de bienes y servicios, valores de cambio, contra remuneración. Las expresiones “trabajo doméstico” y “producción doméstica” son a veces empleadas indiferentemente una en lugar de la otra aunque producción doméstica permita por un lado, tener en cuenta “no solamente el trabajo cumplido sino el conjunto de bienes y servicios domésticos producidos”[1], y otro lado, precisar la idea de que en ese sector doméstico “el factor trabajo no se intercambia en un mercado, los bienes o servicios producidos tampoco”[2].
Trabajo doméstico se identifica a veces con trabajo del hogar incluso si trabajo doméstico parece más apropiado ya que “el objeto de estudio es el trabajo gratuito efectuado por otro en el domus en sentido amplio y sociológico” (Delphy, 1978: 39). Es válido entonces volver a la definición del trabajo doméstico como “todo trabajo efectuado por otro en el marco del hogar o de la familia y no pago” (Delphy, 1978: 53). Una última precisión terminológica: en el debate trabajo doméstico o tarea doméstica, la primera expresión resalta la existencia obligatoria de relación laboral (por lo tanto, implica una o más personas a cuenta de quienes este trabajo será efectuado de forma gratuita), pero estos matices terminan por alcanzar un límite de tolerancia, y en nuestro texto las expresiones trabajo doméstico y tarea doméstica serán utilizadas como sinónimos.
Sobreponer en relación trabajo doméstico/trabajo y comercial/domesticidad
En Haití, como fuera de ella, el trabajo doméstico compete a las mujeres. En cuanto al reparto de estas tareas, la división en ciertos países desarrollados y subdesarrollados (los hombres limitados a la esfera proveedora y las mujeres a cargo de las tareas domésticas)[3] no corresponde en absoluto a la distribución de estas tareas en Haití, salvo un poco en las categorías sociales más acomodadas.
En efecto, las mujeres asumen prácticamente solas las tareas domésticas, si bien en Haití encontramos la tasa de actividad femenina más alta de las Américas, y por lo tanto una de las tasas más altas del mundo. Ocupan, entonces, buena parte de los roles generalmente masculinos dado el porcentaje elevado de la población activa total que estas representan; cumplen además, a nivel del trabajo doméstico, los roles femeninos sin disponer en la mayoría de los casos de cualquier tipo de equipamiento adecuado; y a estos roles se suman tareas que en países desarrollados son asumidas por el Estado o colectividades. El trabajo comercial de las mujeres haitianas no provocó en su magnitud una “reestructuración de los roles tradicionales en Haití”[4].
El hombre haitiano, sea proveedor o no, cumple, por lo tanto, raramente con las tareas domésticas consideradas como tareas femeninas. Este no compartir de hecho tiene que estar ligeramente matizado ya que hemos observado que para enfrentar dificultades económicas graves, la mujer es a veces obligada a dejar temporariamente el sector agrícola para ir a la ciudad a la búsqueda de la supervivencia de los suyos (situación extrema que genera la imposibilidad material para la mujer de estar presente en la casa), obligando de este modo al hombre a otorgar más de su tiempo y de sus preocupaciones a las tareas del hogar (cocina, conseguir agua) y a la educación de los niños[5].
Estas nuevas exigencias a la que se enfrentan de hecho un gran número de haitianos en diáspora estarían llamadas a crecer en este campesinado, cada vez más acorralado; pero este reparto obligatorio es en sí el efecto de una degradación económica o de una coyuntura particular y no es probable que perviva (y de hecho no lo hace) en caso de una mejora o retorno de la diáspora. La equivalencia trabajo doméstico/trabajo de las mujeres está tan anclada en la cultura que en las categorías urbanas desfavorecidas, allí donde las mujeres trabajan como obreras por ejemplo, estas últimas se consideran “con suerte” por tener un compañero desempleado que acepte “ayudarlas” ocupándose de las tareas más urgentes, como el cuidado de los niños durante el día, o preparando las comidas[6].
En resumen,
una tasa de participación elevada de la mano de obra femenina en el trabajo no puede ser considerada un elemento positivo de crecimiento económico, sino un factor negativo de educación familiar y de salud materna, a menos que esta participación elevada sea compensada con un sistema apropiado de ayuda familiar y comunitaria. (OIT: 1980)
De hecho, entre el rol ideal de la mujer, el que el hombre está condicionado a esperar de ella en tanto esposa y madre perfecta, y el rol real de la mujer, el de una vida cotidiana en el hogar en tanto encargada, debe haber una identidad absoluta. De lo contrario, entre el rol ideal del hombre en tanto jefe de familia y su rol real en la vida cotidiana, hay pocas coincidencias. El hombre que no responde a la expectativa social de las mujeres (no asumiendo su rol de responsable económico del hogar) no lo perturba esta contradicción. Estima que todos sus derechos se desprenden del hecho de ser el hombre de la casa. (Figueiredo, 1980: 871-891)[7]
Además, las condiciones en las que se ejercen generalmente las tareas domésticas aumentan su efecto de sometimiento que puede culminar, a nivel rural y urbano, en la suma de tareas de trabajadoras familiares contadas como mano de obra activa pero no remuneradas.
La baja remuneración con la que podemos obtener servicios por parte de un “personal” acarrea una ausencia toral de reconocimiento del trabajo doméstico. La mujer que cumple para su familia con las tareas del hogar, lejos de sentirse valorizada se identifica con la “empleada”, categoría social particularmente infravalorada (y por lo tanto juzgada inferior) en Haití (Haldeman-Bernardin, 1972: 174)[8].
Es entonces en la invisibilidad, la descalificación, la opresión, la desvalorización y la sobrecarga que este trabajo de la mujer subvenciona ampliamente la economía nacional volviendo realizable el trabajo comercial de la sociedad y asumiendo las condiciones de su reproducción en aumento. El rol de millones de horas de trabajo invisibilizado en la acumulación primitiva del capital, en la transferencia de los valores de sectores “feminizados” a sectores “masculinizados” y en la extorsión de la producción doméstica de una plusvalía realizada en la fijación de los salarios del trabajo comercial, empieza a salir de la invisibilidad: 9 “The necessary labor of a worker is not sufficient to reproduce his/her labor power” (Larguia & Dumoulin, 1971; 1975: 5). Buscamos cuantificar esta muestra operada en el trabajo femenino; y si Samir Amin tenía que señalar que “al mismo tiempo que cada uno de sus obreros, el capital explota simultáneamente a diez campesinos que proveen el excedente agrícola necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo de este obrero”, solo con cierta voluntad para sacar el trabajo de la mujer de la invisibilidad es que Andrée Michel agregaba: “estos diez campesinos son de hecho campesinas” cuyo trabajo no pago” (1981).
En resumen, el trabajo doméstico de las mujeres, incluido su trabajo no remunerado en la empresa familiar agrícola o urbana, aparece como la subvención oculta y ocultada que permite realmente a la economía nacional funcionar, y por lo tanto a los hombres (aunque estén ellos entre los más pobres) enriquecerse con este trabajo al dejarlos a ellos disponibles para el mercado de trabajo. Nuestra hipótesis de partida sobre “el trabajo de las mujeres o cómo se enriquecen los hombres”, por más extraña que sea a primera vista en este caso de pobreza extrema, nos parece ya justificarse decentemente en esta etapa del trabajo sin que pueda identificarse ninguna actitud de provocación. Lo que decía de hecho Susan George al escribir: “¿Existe acaso alguien más subalimentado y más desesperado que un pobre en la escala social de un país subdesarrollado? Sí, su mujer y por lo general sus hijos” (1978: 47).
Extraído de Neptune Anglade, M. 1986 L'autre moitié du développement. À propos du travail des femmes en Haïti(Éditions des Alizé & ERCE) pp. 55-73. Traducción por Eugenia Pérez Alzueta.
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Mireille Neptune Anglade. (1944-2010) Economista y activista feminista, fue una reconocida intelectual en Haití y en la diáspora en Canadá. Se doctoró en economía en 1986 en París con la tesis La otra mitad del desarrollo: sobre el trabajo de las mujeres en Haití, publicada al año siguiente, que se ha convertido en un clásico en el tema de la integración socioeconómica de las mujeres en el contexto haitiano. Participó en los trabajos preparatorios de la Conferencia Mundial de Beijing de 1995, e integró la delegación haitiana en la Conferencia Regional del Caribe. Fue miembro del gabinete de Marie Thérèse Guilloteau, Ministra de la Condición de la Mujer y los Derechos de la Mujer en 1995 y 1996, y trabajó en la reforma del Código Civil haitiano. Fue cofundadora en 1996 y miembro activo de la Liga para el Empoderamiento de las Mujeres (LIPOUFANM), de la cual fue presidenta desde diciembre de 2009 hasta su muerte.
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[1] Proyecto de investigación sobre la producción doméstica, op. cit., p. 129.
[2] Ibídem, citado en página 130 de Chadeau y Fouquet, op. cit., 1981.
[3] De hecho, este es uno de los principales problemas de las intervenciones extranjeras en el tercer mundo. Los estereotipos alimentaron la concepción de proyectos que esperaban no ver (y por lo tanto no vieron) más que mujeres cuyo rol era de asumir las tareas domésticas mientras que los hombres eran los proveedores en el sentido de ganar el pan para las familias. Ahora bien, esto no tiene estrictamente nada que ver con la situación de hecho en el caso haitiano, y también en muchos otros cosas en los diferentes países del tercer mundo; sin embargo las evidencias aplastantes del trabajo comercial de las mujeres y de su rol como jefas de familia siguen siendo ignoradas en los enfoques que implican que la mujer está en búsqueda de la protección marital, no hecha para la cooperación y las cooperativas, lejos de los compromisos con el mercado económico, y evidentemente buena para mantener alejados los asuntos públicos. El feminismo de la pobreza tiene allí un serio combate a llevar adelante para hacer aceptar su diferencia.
[4] Esta reestructuración, incluso incompleta, tiene más probabilidades de producirse en algunos países occidentales en los que las transformaciones en curso conducen a un nuevo reparto, pero la tendencia en un país como Haití es más bien el agravamiento de la situación de las mujeres cada vez más jefas de hogar por efecto de la emigración y urbanización, cada vez más convocadas a sestar en el mercado del trabajo por la necesidad de sobrevivir en una coyuntura bloqueada, frente a hombres cada vez más aferrados a sus privilegios de machos que son su última compensación en la debacle generalizada. Sobre esta reestructuración de los roles en países occidentales, léase Andrée Michel (1974: 17).
[5] Observaciones corroboradas por nuestras discusiones con los agrónomos e interventores en el territorio, principalmente en la zona llamada Madian-Salagnac. Véase también como comparación, ONU (1980: 194).
[6] Encuesta del Movimiento haitiano por la realización del niño (MHEE), proyecto Mujeres obreras de Haití, op. cit., dossier nº 2 (pp. 31-35).
[7] Esta conclusión de la investigación en un pueblito de pescadores del Estado de Bahía (Brasil) muestra hasta qué punto en el tercer mundo las situaciones de las mujeres pueden estar cerca una de las otras (esta cita habla tanto de Haití que quisimos incluir la mayor extensión posible) y cuánto puede aportar el trabajo comparativo de la experiencia de los otros en el enfoque, la formulación y la resolución de nuestros propios problemas.
[8] Además, hay que señalar que la particularidad “de tener reemplazantes para el trabajo doméstico” hace que la “la gratuidad del trabajo del hogar del que tanto informó el desarrollo de la teorización feminista en los países desarrollados”, nunca estuvo en el dentro de las preocupaciones de los movimientos feministas en países subdesarrollados, principalmente latinoamericanos (Cahier des Amériques Latines, 1982: 5); y sin embargo, es necesario insistir sobre el hecho de que esta facilidad “de tener reemplazantes para el trabajo doméstico” es el medio ideológico tal vez más poderoso de la falta de consideración hacia las mujeres (ya que el trabajo doméstico está fuertemente feminizado) y que no se podrá lograr una construcción en la que el “tout moun pas moun” devenga “tout moun se moun” si el estatus de la pequeña Restavek se mantiene y si las condiciones de trabajo de la domesticidad siguen emparentándose con el modelo dominicano del “esclavo doméstico”. Un movimiento feminista en situación de pobreza, si bien siempre lo ponen en marcha las mujeres de las capas favorecidas, debería poder volver a cuestionar este punto central que está en la base de una gran disponibilidad (de las capas de mujeres acomodadas del tercer mundo) producida por el traslado, a un costo prácticamente insignificante, a otras mujeres de las faenas domésticas. He ahí uno de los nudos de la dificultad para pensar, para hacer operativa y para fundar una ética de las reivindicaciones feministas en el Tercer Mundo. Por otra parte, si es relativamente fácil en Haití, teniendo en cuenta la existencia de sustitutos comerciales a la mayoría de los servicios domésticos (limpieza, planchado, costura, cuidado de los niños, etc.), evaluar monetariamente la producción doméstica, su infravaloración y su desconsideración sesgan radicalmente estas estimaciones. Si volvemos frecuentemente sobre esta cuestión a lo largo del trabajo es por su importancia teórica, ideológica y política.