lunes. 16.09.2024
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EL TONTO EN LA COLINA

Tachas 582 • Calor • Jorge Luis Flores Hernández

Jorge Luis Flores Hernández

Imagen generada con IA
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Tachas 582 • Calor • Jorge Luis Flores Hernández

Lunes

Una ola de calor se ha cernido sobre Barcelona. Es el calor que temía, del que me habían prevenido y que este año se había demorado en llegar. Noches a 27 grados, días que llegan a 34. Quizá no suene a tanto, pero al leer esto, el lector debe imaginarse la humedad densa y el sol inclemente que famosamente se cierne sobre España. El lector debe imaginarme sudando, el teclado de mi computadora con grandes gotas de sudor esparcidas aquí y allá, sobre la “z”, sobre la “k”, otra más sobre la “m”. El lector también debe saber que pasé los últimos seis años de mi vida viviendo en Estonia, donde los veranos generalmente eran benévolos y breves.

Pero esta semana debo mantenerme optimista, no dejar que el calor me amedrente porque estoy preparando una reseña sobre una película que no solo me encantó, sino que me mostró una imagen de tranquilidad y de aceptación de las circunstancias a la cual aspirar: Perfect Days de Wim Wenders.

El calor, sin embargo, no me deja en paz. Me desespero y doy vueltas como tigre de circo. Me rocío agua en la cara, el cuello y la espalda. Me molesto con mis glándulas sudoríparas, con mis poros, con mi cuerpo demasiado caliente.

Martes

Esta mañana he despertado de un sueño intranquilo empapado en sudor. He decidido salir de casa, caminar. Afuera se está mejor pues cuando menos corre una brisa tímida que alivia el bochorno. Mientras camino, pienso en Perfect Days, en su protagonista, Hirayama, un limpiador de retretes públicos en Tokio, quien vive una existencia callada, contemplativa, totalmente rutinaria, pero donde la rutina es transmutada en una serie de rituales que ayudan a habitar el presente.

Habitar el presente. Qué difícil. El presente no tiene sitio. Está siempre diferido. Pensaré en él mañana, cuando sea un pasado del que me arrepiento por no haberlo notado mientras ocurría. Es por ello que esta película me ha afectado tanto y es la razón, también, por la que sospecho que ha tenido una recepción tan cálida con la audiencia. Sí, es bellísima en su simpleza, en su proceder metódico y meditativo, en la construcción de su personaje central entrañable de quien a la vez sabemos tanto y no sabemos nada; pero más allá de estas virtudes, Perfect Days nos habla porque nos recuerda algo que el mundo actual, cronófago, nos ha hecho olvidar: “La próxima vez será la próxima. Esta vez es esta vez”. En el mundo hiperconectado de la modernidad tardía, esta vez es todas las veces pasadas y todas las posibilidades de veces futuras, es decir, esta vez no existe más que como receptáculo para cualquier momento menos el actual.

Hoy hemos alcanzado los 39.5 grados. Nuevo récord. Siento el calor en mi cuerpo, el sol quemándome la piel, el agua salada resbalando por mi espalda, mi frente, mi cuello. Respiro. No es una sensación placentera, pero me ancla en mi cuerpo, ese viejo desconocido: habito mi piel, mi cabello, la calidez que irradia de esta carne y sangre que soy y que se une con el calor del ambiente. Mañana quizá sea mejor, pero mañana será mañana y hoy es hoy.

Miércoles

Despierto ya familiarizado con mi nuevo estado semilíquido. Bebo agua fría, rotundamente agradecido por el H2O, por el refrigerador, por las terminaciones nerviosas que me permiten sentir la baja temperatura y por mi cerebro que lo interpreta como una sensación agradable. Salgo de casa de nuevo y voy a la biblioteca Joan Benet, donde se está muy fresco.

Dos de mis películas preferidas son de Wim Wenders: Las alas del deseo y París/Texas, y es porque siento que hay en su cine una especie de serenidad, una disposición paciente ante la realidad que no exige, sino que espera. No obstante, ambas historias están llenas de intranquilidad, de desasosiego y de añoranza. En la primera, un ángel quiere poder desear como los humanos; en la otra, un hombre quisiera dejar de desear. En Perfect Days pareciera que Hirayama ha logrado desprenderse de esos lastres.

Ayer vi un documental sobre Wim Wenders, encerrado en mi cuarto que se asemeja a un sauna, con un ventilador dándome directamente en la cara, y comprobé lo que ya sospechaba. Wenders no es un hombre que ha alcanzado la paz: está en busca de ella. Recuerdo un pequeño ensayo íntimo de Hermann Hesse donde el sabio de la Selva Negra se lamenta de nunca haber conseguido la tranquilidad que anhelaba. Retratamos lo que quisiéramos para nosotros y que se nos escapa.

Esta tarde voy con B. a Montjuïc, a una muestra de cine al aire libre. Vemos Billy Elliot. Nos sentamos en unas tumbonas junto al castillo y, mientras esperamos a que comience la función, bebemos unas cervezas frías, gozamos del clima templado en esta altura y de la sombra que nos regala la fortaleza. La brisa recorre el jardín, un trío de jazz toca en el escenario, la gente charla contenta. Por ahora estoy aquí, de verdad aquí y no en otros sitios ni en otros tiempos. Por un par de horas, esta vez es esta vez.

Al joven Billy Elliot le pregunta un jurado qué siente al bailar y él responde que es como si desapareciera, como si de pronto fuera electricidad. Ahora desaparezco. Esto es la felicidad.

Jueves

El calor se ha vuelto realmente insoportable. He pasado una noche espeluznante. Desperté en la madrugada irradiando calor y sudando como un cerdo. El cubrecama podría ser exprimido y llenaría una cubeta. Además, no hay internet en casa. Parece ser que el modem se ha freído por las altas temperaturas. Salgo de nuevo.

Tomo notas, mas no me concentro. Esta ola de calor no es una ola. Las olas van y vienen, pero este caldo viscoso se ha anegado aquí, sobre esta ciudad. Absurdamente, pienso en leer los libros que Hirayama lee en la película: Palmeras salvajes de Faulkner, Once relatos de Patricia Highsmith y Árbol de Aya Kōda. Comienzo a leer el primero y me fascina la prosa de Faulkner, mas pronto me doy cuenta de que no tendré tiempo de leer ni siquiera este libro antes de la fecha de entrega.

Por la noche voy a nadar con B. Sumergido en la piscina, dando brazadas, me distiendo un poco, comienzo a desaparecer de nuevo. Pienso en lo afortunado que soy. En el lujo increíble que es poder nadar, poder ir al cine al aire libre, poder pasar mis días paseando bajo el sol abrasador pensando en una película y en un cineasta al que tanto admiro. Pronto volveré al trabajo y pronto tendré que enfocarme en mi tesis de nuevo y estos días los recordaré como una fortuna inmerecida.

Viernes

Me refugio en un café barato, no muy bueno, pero que tiene internet y aire acondicionado. Miro Perfect Days de nuevo. Me quedo ahí, en ese anodino espacio más de dos horas, mirando la película de nuevo, conmovido de nuevo. Quiero escribir como Hirayama limpia baños: con humildad, pero a la vez con orgullo; meticulosamente, consciente del servicio que presta a otros, dejando espacio incluso para el juego y la espontaneidad, para la risa. En sus descansos, que a veces son breves como un respiro, se recrea en las sombras de los árboles que se mecen, en la luz del sol filtrada entre las hojas, en los reflejos coloridos que la ropa de los transeúntes proyecta en la superficie metálica de un techo.

No obstante, noto en esta segunda visita a Perfect Days que no todo es como parece en la vida de Hirayama. Que en realidad, como otros personajes de Wenders, él también está un tanto extraviado y que su historia también es una de redención. Su búsqueda está paralizada gracias a que se ha esforzado en vivir en el ahora. Pero el arrepentimiento (que es el pasado) y el deseo (que es el futuro) lo obligan a aceptar que la vida no puede ser solo este instante. En la escena final vuelvo a derramar lágrimas, sin importarme realmente cuán ridículo pueda verme.

Sábado

B. y yo vamos con O. y L. a Tarragona. En esa ciudad Romana, donde el pasado habita y moldea el presente, no pienso en Perfect Days ni en mi reseña, ni en Wim Wenders ni en la búsqueda de la paz. Siento el sol ardiente en mis brazos, cuello y cara; siento la brisa y la sombra que me refrescan el cuerpo; miro el mar mediterráneo y las ruinas del circo romano, del anfiteatro, y camino con B. y mis amigos. No tenemos tiempo de ver todo lo que quisiéramos. Ya será la próxima vez.

La próxima vez será la próxima. Esta vez es esta.

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