(Segunda parte, el regreso)

Recuerdo las más de trescientas fotos y los casi cincuenta videos que tengo en el teléfono celular. Siempre me sucede lo mismo, deseo compartir algo en redes sociales, pero después lo pienso mucho y ya no sucede. 

Me gusta ver esos contenidos donde las personas disfrutan de lo que hacen, se reúnen, sonríen, viven sus vidas, y de alguna manera quiero ser parte de ello, poner en algún lugar también lo que amo, lo que disfruto, pero al final no sé qué subir o cómo.

El poeta tiene una visión del mundo intensa a veces, encuentra la aventura y el sobresalto, su día a día parece interesante, sin embargo, casi no existe el impulso al final de ponerlo todo para compartir con los amigos, con el público o con alguien en particular; quizá porque ninguno de esos destinatarios existe o porque son tan distintos que las publicaciones deben ser diferentes y las ideas se agotan, se desgastan.

Termino cansada de tanto pensar y guardo para mí cada una de las imágenes, intentando también guardar el sentido, el valor de lo vivido, el peso justo de cada día. Quizá formo parte de los nuevos introvertidos. ¿Han visto esas imágenes movidas, borrosas, con poca luz, la foto de un objeto, sin contexto?, esas son las cosas que hago, acompañadas de un par de renglones, que casi nunca dicen nada en concreto, como una voz que se pierde; una parte de mí sabe que no debería hacerlo, que así no son las cosas, pero vence el primer pensamiento: ser sutil, tal vez demasiado. 

Vuelvo a mi material audiovisual, trato de describirlo con palabras y de guardar las imágenes para mí, también intento darles a los lectores nuevas imágenes a través de la palabra escrita: En las fotos y videos están los paisajes de la noche, los paisajes del día. Los nombres de extrañas constelaciones que inventé para que no me ganara el sueño, para mantenerme atenta a la carretera, al desplazamiento velocísimo del vehículo, a las líneas dibujadas sobre el asfalto, a los puentes.

Perdí la cuenta de las desembocaduras de los ríos, los vagones de los trenes y las torres de energía eólica. No pude contar ni un solo venado. Amo sentir el movimiento, mirar la oscurecida bóveda celeste donde suceden miles de historias que nos son ajenas. 

El café nos acompaña, es parte de la vida del que se mueve, del que viaja, del que busca; también es parte de mi vida cuando escribo, porque voy como por la carretera: tratando de nombrar algo que se escapa irremediablemente.

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Jeanne Karen (San Luis Potosí, México, 14 mayo 1975). Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Temas como la muerte, la introspección y la complejidad semántica en la comunicación en relación con el autismo y las ciencias exactas como las matemáticas y la física, influyen su trabajo en un debate casi ético. Premio estatal de poesía Viene la muerte cantando (1998) Premio de Poesía Salvador Gallardo Dávalos (1999), de Poesía Manuel José Othón (2002 y 2006) Premio de Periodismo Francisco de la Maza por Publicación o Programa de Difusión Cultural (2009).

Ha publicado los libros: Simulación dinámica (Bitácora de Vuelos, 2015), Cementerio de elefantes (Múltiples editoriales). Hollywood (Ponciano Arriaga), Menta (Ponciano Arriaga).

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