NARRATIVA
Tachas 587 • Animales marinos • Román Villalobos
Román Villalobos
Todos los días nos levantamos muy temprano a quitar los restos humanos que ensucian la entrada del estacionamiento. Para las nueve y media ya estamos haciendo el desayuno. En lo que Layla pone los cubiertos, cruzo la calle para comprar dos jugos.
—¿Los de siempre? —me pregunta el señor.
—Sí, naranja y betabel.
Este día, jueves, el hombre de los jugos tiene una sorpresa: unas naranjas de cáscara muy roja, algunas casi rozando el tinto.
—¿Cómo ve, joven? Son novedad.
Parte una por la mitad. La pulpa es aún más oscura.
—Mire, vea ese color. Nunca vi algo parecido, y tengo años en este negocio.
Yo sí he visto esos tonos. Cada mañana, por ejemplo, en la carne suelta y dispersa. En las manchas del asfalto. En el lavabo, antes del desayuno. Ya son meses de carnicería. El conflicto permanece.
Exprime la naranja con su mano, una mano fuerte como una maza, y la fruta queda convertida en una especie de exótico animal marino, alguna anomalía del trópico con pequeños tentáculos y caparazón blando.
Vuelvo con los jugos. Me pregunto si Layla notará los matices. Prueba el jugo. Dice que sabe mejor que el de ayer, aunque inferior al del lunes. A mí sólo me parece más ácido, ni mejor ni peor.
Después del desayuno, la rutina continúa como la hemos sostenido todos estos meses. Coger, el baño, la comida. Por la tarde vamos a visitar a mi viejo. De regreso, vemos a la madre de Layla, a unas calles. Afuera es todo correr, ser invisibles, moverse entre escondrijos. Volver con las botas llenas de sangre.
Cuando llegamos a casa, cogemos otro rato, buscando otro tipo de carne y de miembros y de piel. A veces, como hoy, Layla se sienta en mi rostro y se mueve suave y lento mientras dice algunas frases: soy como el mar, me parezco al mar, me parezco a la marea.
Ahora dice: mi marea es del color de la tinta. Esa es la segunda sorpresa del día. Son sólo esas pequeñas variantes las que nos permitimos deslizar de vez en vez. El espacio del azar.
Por la noche nos encerramos a trabajar mientras escuchamos los enfrentamientos. Hoy se cae el internet de CableCom un rato. Pasa muy rara vez. Es la tercera sorpresa. Layla se cruza de brazos frente a su máquina y da vueltas en la silla. Le marco a Richard, un amigo que trabaja para CableCom.
—Un comando interceptó a unos técnicos por error. Nadie sobrevivió. Pero danos una media hora y todo se restablece.
De fondo, las detonaciones, los gritos.
—¿Tú cómo vas, Richard?
—Todo bien, hermano, un poquito resfriado, sólo eso.
Esta noche, esperando el internet, nos arrulla el gemido usual de los caídos. Sueño que una medusa en forma de naranja roja se adhiere a mi rostro y lo muerde. Pero despierto y es el beso de Layla.
—Todavía sabes al jugo de sangre del desayuno.
La oigo suspirar.
—¿O te mordí la boca?
***
Román Villalobos (Lagos de Moreno, 1991). Licenciado en Humanidades por la Universidad de Guadalajara. Autor de los libros de poesía Pequeña ciudad eléctrica (Montea, 2016), john lurie: outside forever (Broken English, 2018), Si el mundo no se acaba lo termino yo (Perniciosa, Argentina, 2018, 2020), Final del rey (Ediciones O, 2018), Sutra del vagón (Universidad de Guadalajara, 2019), El primer paso para llegar afuera es verse afuera (Perniciosa, 2020) y Shooter (Matrerita, Argentina, 2020). Está incluido en la antología Un canto me demanda: memoria de poesía laguense(Papalotzi, 2011) y en la Enciclopedia de escritores en Jalisco (Seminario de Cultura Mexicana, 2020). Fue becario del PECDA, en la disciplina de Poesía, durante la emisión 2017-2018. Actualmente trabaja como profesor de nivel medio superior y superior y ha iniciado Chikala 776, un proyecto de literatura electrónica (Twitter: @776Chikala).