ENSAYO
Tachas 589 • El neoliberalismo como destrucción creativa • David Harvey
David Harvey

El neoliberalismo es, de entrada, una teoría de prácticas de política económica que propone que la mejor manera de fomentar el bienestar humano es mediante la maximización de la libertad de empresa dentro de un marco institucional definido por el derecho a la propiedad privada, la libertad individual, el libre mercado y el libre comercio. El papel del Estado consiste en crear y preservar un marco institucional apropiado para dichas prácticas. El Estado se debe ocupar, por ejemplo, de la calidad y la integridad de la moneda. También debe ejercer las funciones militares, defensivas, policiales y jurídicas necesarias para asegurar el derecho a la propiedad privada y para apoyar la libertad de los mercados. Además, si no existe mercado (en ámbitos como la educación, la salud, la seguridad social o la contaminación ambiental), este se debe crear, si es necesario mediante la acción estatal; pero más allá de estas tareas el Estado no debe intervenir. La intervención estatal en los mercados (una vez creados) se debe mantener en un mínimo porque puede que el Estado no posea información suficiente para interpretar las señales del mercado (precios), y porque será inevitable que intereses poderosos distorsionen y sesguen la intervención estatal (en especial en las democracias) en su propio beneficio.
Las prácticas del neoliberalismo con frecuencia divergen de este modelo por diversas razones. Aun así, en todas partes ha existido un giro radical, dirigido ostensiblemente por la revolución Thatcher/Reagan en Gran Bretaña y los Estados Unidos de América, en las prácticas y el pensamiento político económico desde la década de 1970. Estado tras Estado, desde los nuevos surgidos del colapso de la Unión Soviética hasta los estados del bienestar socialdemócratas de viejo cuño como Nueva Zelanda y Suecia, han adoptado, a veces voluntariamente y en otras ocasiones como respuesta a presiones coercitivas, alguna versión de la teoría neoliberal y han ajustado al menos una parte de sus políticas y prácticas. La Sudáfrica postapartheid adoptó con rapidez el marco neoliberal, e incluso la China contemporánea parece que se dirige en esa dirección. Además, los defensores de las vías neoliberales ocupan puestos de influencia considerable en la educación (universidades y muchos think tanks), en los medios, en los consejos de administración y en las instituciones financieras, en organismos clave del estado (ministerios de economía, bancos centrales) y también en las instituciones internacionales como el FMI y la OMC que regulan las finanzas y el comercio globales. En definitiva, el neoliberalismo se ha vuelto hegemónico como un tipo de discurso y tiene efectos generalizados en la manera de pensar y en las prácticas político-económicas hasta el punto que se ha incorporado al sentido común con el que interpretamos, vivimos y comprendemos el mundo.
En efecto, la neoliberalización ha barrido el mundo como si se tratara de una ola de reformas institucionales y de ajuste discursivo, y aunque existe total evidencia de su desarrollo geográfico desigual, no queda ningún lugar que sea totalmente inmune (con la excepción de unos pocos estados como Corea del Norte). Además, las reglas de participación establecidas a través de la OMC (que gobierna el comercio internacional) y del FMI (que gobierna las finanzas internacionales) han colocado el neoliberalismo como un conjunto de reglas globales. Todos los estados que participan en la OMC y el FMI (¿y quién se puede permitir quedar fuera?) aceptan someterse a estas reglas (aunque con un «periodo de gracia» para permitir un ajuste suave) o se enfrentan a graves sanciones.
La creación de este sistema neoliberal ha provocado obviamente mucha destrucción, no solo de marcos y poderes privados o institucionales (como la supuesta soberanía estatal sobre los asuntos político-económicos) sino también de las divisiones del trabajo, relaciones sociales, prestaciones sociales, componentes tecnológicos, formas de vida, apegos a la tierra, costumbres ancestrales, maneras de pensar, etc. Hace falta alguna valoración de los aspectos positivos y negativos de esta revolución neoliberal. A continuación, esbozaré algunos argumentos preliminares para comprender y evaluar esta transformación en el funcionamiento global del capitalismo. Para ello, nos centraremos en las fuerzas subyacentes, los intereses y los agentes que han impulsado el avance de la revolución neoliberal con esta implacable intensidad. Para volver la retórica neoliberal contra sí misma, razonablemente podríamos preguntarnos: ¿ en el interés particular de quién el estado ha adoptado una actitud neoliberal y de qué manera estos intereses particulares han usado el neoliberalismo para beneficiarse a sí mismos más que, como pretenden, a todo el mundo, en todas partes?
La «naturalización» del neoliberalismo
Para que cualquier sistema de pensamiento se vuelva hegemónico es necesaria la articulación de conceptos fundamentales que se inserten tan profundamente en el sentido común que se den por supuestos y estén más allá de cualquier cuestionamiento. Para ello no sirve cualquier concepto antiguo. Se debe construir un aparato conceptual que apele casi «con naturalidad» a nuestras intuiciones e instintos, a nuestros valores y deseos, así como a las posibilidades que parecen inherentes al mundo social que habitamos. Las figuras fundacionales del pensamiento neoliberal consideraron sacrosantos los ideales políticos de la libertad individual, como «valores centrales de la civilización», y al hacerlo tomaron una sabia y acertada decisión porque, efectivamente, se trata de conceptos muy emotivos y atrayentes. Afirmaron que estos valores no solo estaban amenazados por el fascismo, las dictaduras y el comunismo, sino por cualquier forma de intervención estatal que impusiera decisiones colectivas por encima de la libertad de elegir de los individuos. Así llegaron a la conclusión que sin «el poder difuso y la iniciativa asociadas con él (la propiedad privada y el mercado competitivo) resulta difícil imaginar una sociedad en la que se pueda preservar con efectividad la libertad»[1].
Dejando de lado la cuestión de si la parte final del argumento es una consecuencia necesaria de la primera, no hay duda de que los conceptos de libertad individual son poderosos y atrayentes por sí mismos, incluso más allá de los territorios en los que la tradición liberal ha tenido una presencia histórica fuerte. Estos ideales impulsaron los movimientos disidentes en la Unión Soviética y Europa oriental antes del final de la Guerra Fría, así como a los estudiantes de Tiananmén. El movimiento estudiantil que sacudió el mundo en 1968 (desde París y Chicago hasta Bangkok y México) estuvo animado en parte por la búsqueda de mayor libertad de expresión y de elección individual. Estos ideales han demostrado una y otra vez que son una poderosa fuerza histórica de cambio.
Por eso no sorprende que los llamamientos retóricos a la libertad nos rodeen por todas partes y llenen todo tipo de manifiestos políticos. Sobre todo en los Estados Unidos de América en los últimos años. En el primer aniversario de los ataques del «11-S», el presidente Bush, por ejemplo, escribió un artículo para el New York Times que resumía algunas ideas del documento US National Defense Strategy publicado poco después. «Un mundo pacífico cada vez más libre», escribió (mientras los Estados Unidos se preparaban para ir a la guerra en Iraq), «sirve a los intereses americanos a largo plazo, refleja los ideales americanos imperecederos y une a los aliados de América». «La humanidad», concluía, «tiene en sus manos la oportunidad de ofrecer el triunfo de la libertad sobre todas las enemistades inmemoriales» y «los Estados Unidos aceptan la responsabilidad de dirigir esta gran misión». Con mayor énfasis, proclamó más tarde que «la libertad es el regalo del Todopoderoso a cada hombre y mujer en este mundo» y «como la mayor potencia en la Tierra [los Estados Unidos tienen] la obligación de ayudar en la extensión de la libertad»[2].
Así, cuando se demostró que todas las demás razones para embarcarse en una guerra preventiva contra Iraq eran mentira o cuanto menos insuficientes, la Administración Bush apeló cada vez más a la idea de que la libertad otorgada a Iraq era por sí misma una justificación adecuada de la guerra. Pero ¿ de qué tipo de libertad se trataba?, porque, como comentó hace mucho tiempo el crítico cultural Mathew Arnold: «la libertad es un muy buen caballo para montar, pero hay que cabalgar en dirección a algún sitio» ( citado en Williams, 1958: 118). Es decir, ¿ hacia qué destino se esperaba que fuese el pueblo iraquí montado en el caballo de la libertad que con tanto desprendimiento se le había regalado por la fuerza de las armas?
La respuesta de los Estados Unidos se puso de manifiesto el 19 de septiembre de 2003, cuando Paul Bremer, al frente de la Autoridad Provisional de la Coalición, promulgó cuatro órdenes que incluían «la privatización completa de las empresas públicas, derechos de propiedad completos de los negocios iraquíes por parte de empresas extranjeras, repatriación completa de todos los beneficios extranjeros ... la abertura de los bancos iraquíes al control extranjero, tratamiento de las compañías extranjeras como si fueran nacionales y ... la eliminación de casi todas las barreras comerciales» Quhasz, 2004 ). Las órdenes se debían aplicar en todos los ámbitos de la economía, incluidos los servicios públicos, los medios, las manufacturas, los servicios, el transporte, las finanzas y la construcción. Solo quedaba excluido el petróleo. También se implantó un sistema impositivo regresivo impulsado por los conservadores y llamado impuesto de tipo único. Se prohibió el derecho a la huelga y los sindicatos fueron proscritos en sectores clave. Un miembro iraquí de la Autoridad Provisional de la Coalición protestó por la imposición por la fuerza del «fundamentalismo del mercado libre», describiéndolo como «una lógica falsa que ignora la historia» (Crampton, 2003: CS). El gobierno provisional iraquí nombrado a finales de junio de 2004 no recibió poderes para cambiar o redactar leyes nuevas: solo podía confirmar los decretos ya promulgados.
Está claro que los Estados Unidos intentaban imponer en Iraq un aparato de estado neoliberal en toda su extensión, cuya misión fundamental era y es facilitar las condiciones para una provechosa acumulación de capital por parte de todos los participantes, iraquíes y extranjeros por un igual. En definitiva, se esperaba que los iraquíes montasen en su caballo de libertad en dirección al corral del neoliberalismo. Según la teoría neoliberal, los decretos de Bremer eran necesarios y suficientes para la creación de riqueza y para la mejora del bienestar del pueblo iraquí. Son los cimientos adecuados para que reine la ley, la libertad individual y el gobierno democrático. Por eso la insurrección que siguió se puede interpretar en parte como la resistencia iraquí ante el abrazo del fundamentalismo del libre mercado en contra de su libre voluntad.
No obstante, debemos recordar que el primer gran experimento neoliberal de formación estatal fue Chile tras el golpe de Pinochet, casi treinta años antes del día en que Bremer publicó sus decretos, en el «pequeño 11 de septiembre» de 1973. El golpe, contra el gobierno socialdemócrata democráticamente elegido de Salvador Allende, estuvo respaldado por la CIA y apoyado por el secretario de Estado Henry Kissinger. Reprimió todos los movimientos sociales y organizaciones políticas de la izquierda y desmanteló cualquier forma de organización popular ( como los centros de salud comunitarios en los barrios más pobres). El mercado de trabajo se «liberó» de cortapisas regulatorias o institucionales (por ejemplo, el poder de los sindicatos). Sin embargo, en 1973 las políticas de sustitución de importaciones que habían dominado los intentos latinoamericanos de regeneración económica (y que habían tenido éxito en Brasil tras el golpe militar de 1964) habían caído en desgracia. Con la economía mundial en medio de una gran recesión, se necesitaba algo nuevo. Un grupo de economistas norteamericanos, conocidos como «los Chicago boys», por su seguimiento de las teorías neoliberales de Milton Friedman, que impartía clase en la Universidad de Chicago, fue convocado para ayudar en la reconstrucción de la economía chilena. Lo hicieron impulsando el libre mercado, privatizando bienes públicos, abriendo los recursos naturales a la explotación privada y facilitando la inversión extranjera directa y el libre comercio. Se garantizó el derecho de las empresas extranjeras a repatriar los beneficios de sus operaciones chilenas. Se favoreció el crecimiento a partir de las exportaciones en lugar de la sustitución de importaciones. La revitalización consiguiente de la economía chilena en términos de tasas de crecimiento, acumulación de capital y altas tasas de beneficio de las inversiones extranjeras proporcionaron las pruebas necesarias para que se pudiera componer el giro hacia políticas más neoliberales en Gran Bretaña (bajo T hatcher) y en los Estados Unidos (bajo Reagan). No por primera vez, un experimento brutal de destrucción creativa desarrollado en la periferia se convertía en un modelo para la formulación de políticas en el centro (Valdez, 1995).
Estas dos reestructuraciones similares del aparato del Estado en épocas tan diferentes y en partes del mundo tan diversas bajo la influencia coercitiva de los Estados Unidos se deben tomar como un indicio. Sugiere que el largo brazo del poder imperial de los Estados Unidos se encuentra detrás de la proliferación de formas de Estado neoliberales a lo largo del mundo desde mediados de la década de 1970. Aunque haya habido aspectos importantes de ello que han estado en funcionamiento durante los últimos treinta años, esto no constituye de ningún modo toda la verdad. Después de todo, no fueron los Estados Unidos los que obligaron a Margaret T hatcher a emprender la senda neoliberal en 1979, y a principios de la década de 1980 Thatcher fue una defensora mucho más consistente del neoliberalismo de lo que lo fue nunca Reagan. Tampoco fueron los Estados Unidos los que forzaron a China en 1978 a emprender una liberalización que la ha acercado cada vez más al neoliberalismo. Resulta difícil atribuir los movimientos hacia el neoliberalismo en India y Suecia en 1992 a la influencia imperial del poder americano. El desarrollo geográfico desigual del neoliberalismo en la escena mundial ha sido un proceso muy complejo que ha implicado múltiples decisiones y no poco caos y confusión. Entonces, ¿por qué tuvo lugar el giro neoliberal y cuáles fueron las fuerzas que lo impulsaron hasta el punto de convertirse ahora en un sistema tan hegemónico en el capitalismo global?
¿Por qué el giro neoliberal?
Hacia finales de la década de 1960 el capitalismo global estaba deteriorándose. A principios de 1973 tuvo lugar una recesión importante: la primera desde la gran crisis de la década de 1930. El embargo petrolífero y el aumento del precio del petróleo ese mismo año como consecuencia de la guerra árabe-israelí, exacerbó problemas que ya eran serios. Estaba claro que el «capitalismo integrado» del periodo de posguerra con su énfasis en un acuerdo complejo entre capital y trabajo, sostenido por un estado intervencionista que prestaba gran atención al bienestar social (es decir, el Estado del bienestar) e individual, había dejado de funcionar. El sistema de Bretton Woods, establecido para regular el comercio y las finanzas internacionales, se abandonó por el tipo de cambio flotante en 1973. Este sistema había permitido altas tasas de crecimiento en los países capitalistas desarrollados y había generado cierta difusión de los beneficios (del modo más obvio en Japón, pero también de modo desigual en Sudamérica y algunos países del Sudeste asiático) durante la «edad de oro» del capitalismo en la década de 1950 y principios de la de 1960. Pero ahora estaba exhausto y parecía que se necesitaba alguna alternativa para reemprender los procesos de acumulación de capital (Armstrong et al., 1991 ). Estaba claro que las reformas debían buscar el restablecimiento de las condiciones apropiadas para la revitalización de la acumulación de capital. Cómo y por qué el neoliberalismo salió victorioso como la única respuesta posible a este problema es una historia demasiado complicada para exponerla aquí. En retrospectiva, puede parecer que la respuesta era inevitable y obvia, pero en su momento creo que es más justo decir que nadie sabía o comprendía realmente con certeza qué tipo de respuesta iba a funcionar y de qué modo. El mundo se movió hacia el neoliberalismo a través de una serie de giros y movimientos caóticos que en realidad solo convergieron en el neoliberalismo como la nueva ortodoxia con el llamado «Consenso de Washington» en la década de 1990. El desigual desarrollo geográfico del neoliberalismo, su aplicación frecuentemente parcial y asimétrica, de un Estado y formación social a otro, demuestra que las soluciones neoliberales son tentativas y las vías complejas en las que las fuerzas políticas, las tradiciones históricas y los acuerdos institucionales han marcado por qué y cómo se dio realmente el proceso de neoliberalización.
erece una atención específica. La crisis de acumulación de capital en la década de 1970 afectó a todo el mundo por la combinación de desempleo creciente e inflación acelerada. El descontento se extendió y la unión de movimientos sociales obreros y urbanos en la mayor parte del mundo capitalista desarrollado parecía que apuntaba hacia la aparición de una alternativa socialista al compromiso social entre capital y trabajo que había sostenido la acumulación de capital durante el período de posguerra. Los partidos comunistas y socialistas estaban ganando terreno en gran parte de Europa, e incluso en los Estados Unidos las fuerzas populares se movilizaban para exigir reformas e intervención estatal en todo tipo de temas, desde la protección ambiental hasta la seguridad y salud en el trabajo o la protección del consumidor ante las malas prácticas empresariales. Esto era una clara amenaza política contra las clases dirigentes, tanto en los países capitalistas desarrollados (como Italia y Francia) como en muchos países en desarrollo (como México y Argentina) pero, además, la amenaza económica a la posición de las clases dirigentes se estaba volviendo palpable. Una condición del acuerdo de posguerra en casi todos los países fue que el poder económico de la clase alta quedase restringido y que el trabajo recibiese una mayor porción del pastel económico. En los Estados Unidos, por ejemplo, la parte de la renta nacional que correspondía al 1% superior cayó desde el 16% de preguerra hasta menos del 8% al final de la Segunda Guerra Mundial y permaneció cerca de ese nivel durante casi tres décadas. Mientras el crecimiento fue fuerte, esta limitación no tenía importancia, pero cuando el crecimiento decayó en la década de 1970, cuando las tasas de interés real fueron negativas, y los irrisorios dividendos y beneficios eran lo único que se podía conseguir, la clase dirigente se sintió profundamente amenazada desde el punto de vista económico. Las clases dirigentes tenían que moverse con decisión si querían proteger su poder de la aniquilación política y económica.
El golpe en Chile y el gobierno militar en Argentina, ambos fomentados y dirigidos por las élites dirigentes con apoyo norteamericano, proporcionaron un tipo de solución, pero el experimento chileno con el neoliberalismo demostró que los beneficios de la recuperación de la acumulación de capital estaban muy sesgados. El país y sus élites dirigentes, junto con los inversores extranjeros, ganaron, mientras que el pueblo lo pasaba mal. Este ha sido un efecto suficientemente persistente de las políticas neoliberales a lo largo del tiempo como para considerarlo estructural al conjunto del proyecto. De hecho, Duménil y Lévy llegan a afirmar que el neoliberalismo fue desde el principio un proyecto para la restauración del poder de clase en el estrato más rico de la población. Muestran cómo desde mediados de la década de 1980 la proporción del 1% superior de las rentas subió hasta el 15% a finales de siglo. Otros datos muestran que el O, 1% superior aumentó su proporción de la renta nacional del 2% en 1978 a más del 6% en 1999. Otra medida muestra que la relación de la cuantía media de los trabajadores con respecto a los salarios de los consejeros delegados aumentó de poco más de treinta a uno en 1970 a más de cuatrocientos a uno en 2000. Casi con toda seguridad, con los recortes de impuestos de la Administración Bush, la concentración de ingresos y de riqueza en los escalones superiores de la sociedad sigue al mismo ritmo (Duménil y Lévy, 2004: 4; véase también Task Force, 2004: 3) y los Estados Unidos no están solos: el 1% superior de las rentas en Gran Bretaña ha doblado su proporción en la renta nacional del 6,5% al 13% durante los últimos veinte año; si miramos más lejos, vemos la extraordinaria concentración de riqueza y poder en una pequeña oligarquía tras la administración de la «terapia de choque» neoliberal en Rusia, y el aumento extraordinario de las desigualdades de renta y de riqueza en China al ir adoptando más prácticas neoliberales. Aunque existen excepciones a esta tendencia (numerosos países del Este y del Sudeste asiático han contenido las desigualdades de renta dentro de límites modestos, tal como han hecho Francia y los países escandinavos), las pruebas sugieren poderosamente que el giro neoliberal está asociado al proyecto de restaurar o reconstruir el poder de la clase alta.
Así, podemos examinar la historia del neoliberalismo como un proyecto utópico que facilita un modelo teórico para la reorganización del capitalismo internacional o como un proyecto político para el restablecimiento de las condiciones para la acumulación de capital y la restauración del poder de clase. A continuación, argumento qué ha dominado este último objetivo. El neoliberalismo no se ha mostrado demasiado eficaz en la revitalización de la acumulación de capital global, pero ha tenido bastante éxito en la restauración del poder de clase. En consecuencia, el utopismo teórico de los argumentos neoliberales ha funcionado más como un sistema de justificación y legitimación de las acciones para restaurar el poder de clase. Los principios del neoliberalismo se abandonan con rapidez cuando entran en conflicto con el proyecto de clase.
Hacia la restauración del poder de clase
Si existió un movimiento para la restauración del poder de clase dentro del capitalismo global, ¿cómo y quién lo hizo? La respuesta en países como Chile y Argentina fue tan sencilla como rápida, brutal y segura: un golpe militar respaldado por las clases altas y la represión feroz de todo tipo de solidaridad creada dentro de los movimientos obreros y sociales urbanos, que tanto habían amenazado su poder. En otros lugares, como en Gran Bretaña y México en 1976, fue necesario la amable insistencia de un FMI que aún no era ferozmente neoliberal para dirigir los países hacia prácticas (aunque no constituían en ningún sentido un compromiso político) de recortes en el gasto social y en el Estado del bienestar para restablecer el equilibrio fiscal. En Gran Bretaña, Margaret Thatcher tomó en 1979 el bastón neoliberal en venganza y lo blandió con grandes efectos, aunque no consiguió superar del todo la oposición dentro de su propio partido, y nunca pudo atacar con eficacia piezas centrales del Estado del bienestar como el Servicio Nacional de Salud. Es curioso señalar que no fue hasta 2004 que el gobierno laborista se atrevió a introducir una estructura tarifaría en la educación superior. El proceso de neoliberalización ha sido intermitente, geográficamente desigual y muy influido por el equilibrio de clases y de otras fuerzas sociales que se han situado a favor o en contra de sus propuestas centrales dentro de una formación estatal determinada e incluso en el marco de sectores particulares (como la salud y la educación) (Yergin y Stanislaw, 1999).
No obstante, tiene interés analizar cómo se desarrolló el proceso en los Estados Unidos, porque es el caso crucial que influiría en las transformaciones globales que ocurrieron más tarde. En este caso se entrelazaron varios hilos de poder para crear un rito de paso muy particular que culminó con la toma del poder legislativo por parte del Partido Republicano a mediados de la década de 1990, blandiendo lo que era un «Contrato con América» totalmente neoliberal como programa de acción interior. Pero antes de llegar a ese punto se dieron muchos pasos, cada uno de los cuales se basaba en y reforzaba a los demás.
Para empezar, hacia 1970 existía una sensación creciente entre las clases más altas de que el clima antinegocios y antiimperialista que había surgido a finales de la década de 1960 había ido demasiado lejos. En un famoso informe, Lewis Powell (a punto de ser elevado al Tribunal Supremo por Nixon) exigía a la Cámara de Comercio Americana en 1971 que montara una campaña colectiva para demostrar que lo que era bueno para los negocios era bueno para América. Poco después se formó una discreta pero muy influyente y poderosa Business Round Table (que aún existe y juega un papel estratégico significativo en las políticas del Partido Republicano). Los Corporate Political Action Committees (legalizados por las leyes de financiación de campañas post-Watergate de 197 4) proliferaron y, considerando que sus actividades estaban protegidas por la Primera Enmienda como una forma de libertad de expresión según una decisión del Tribunal Supremo en 1976, se inició la captura sistemática del Partido Republicano como el único instrumento de clase del poder colectivo (más que particular e individual) corporativo y financiero. Pero el Partido Republicano necesitaba una base popular. Esto era más problemático pero la solución fue la incorporación de los líderes de la Derecha Cristiana (presentada como «mayoría moral») a la Business Round Table. Una gran parte de una clase trabajadora desencantada, insegura y mayoritariamente blanca fue persuadida para votar sistemáticamente contra sus propios intereses materiales por motivos culturales (antiliberal, negro, feminista y homosexual), nacionalistas y religiosos. A mediados de la década de 1990 el Partido Republicano había perdido casi todos sus elementos «liberales» y se había convertido en una máquina derechista que conectaba los financieros del gran capital corporativo con una base populista entre la «mayoría moral» que era especialmente fuerte en el sur de los Estados Unidos (Edsall, 1984; Court, 2003; Frank, 2004).
El segundo elemento de la transición fue el problema de la disciplina fiscal. La recesión de 1973-75 disminuyó los ingresos fiscales a todos los niveles en un momento de aumento de la demanda de gasto social. Por todas partes apareció el déficit como un problema central. Había que hacer algo con la crisis fiscal del Estado. La restauración de la disciplina fiscal era esencial. Esto dio poder a aquellas instituciones financieras que controlaban las líneas de créditos al estado. En 1975 se negaron a renegociar la deuda de Nueva York y pusieron la ciudad al borde de la quiebra. Un grupo de banqueros se unieron junto con el poder estatal para disciplinar la ciudad. Esto significó la derrota de las aspiraciones de los poderosos sindicatos municipales, el despido de empleados públicos, la congelación de salarios, los recortes en servicios sociales (educación, sanidad, transportes) y la imposición de pagos a los usuarios (por primera vez se establecieron matrículas en el sistema universitario de la City University of New York). El rescate implicó la formación de instituciones nuevas con derechos preferentes sobre los ingresos de la ciudad para retribuir a los tenedores de bonos: lo que quedaba iba al presupuesto para los servicios esenciales. La humillación final fue la exigencia de que los sindicatos municipales invirtieran sus fondos de pensiones en bonos de la ciudad para asegurar que moderasen sus demandas y evitar la pérdida de los fondos si quebraba la ciudad.
Esto fue como un golpe de las instituciones financieras contra el gobierno democráticamente elegido de la ciudad de Nueva York y fue tan efectivo como el golpe militar en Chile. Gran parte de la infraestructura social de la ciudad quedó destruida y la infraestructura física (por ejemplo, el sistema de transporte) se deterioró gravemente por falta de inversión y mantenimiento. La gestión de la crisis fiscal de Nueva York fue un modelo para las prácticas neoliberales, tanto internas bajo Reagan como internacionales a través del FMI en la década de 1980. Estableció el principio de que, en caso de conflicto entre la integridad de las instituciones financieras y los tenedores de bonos por un lado y el bienestar de los ciudadanos por el otro, se debía favorecer a los primeros. Recalcó la visión de que el papel del gobierno era crear un buen ambiente de negocios más que procurar por las necesidades y el bienestar de la población en su conjunto. La redistribución de los beneficios entre las clases altas se produjo en medio de una crisis fiscal general. Queda abierta la cuestión de si todos los agentes implicados en este compromiso fiscal en Nueva York comprendían en aquel momento que se trataba de una táctica para restaurar el poder de la clase alta. La necesidad de mantener la disciplina fiscal es una cuestión importante por derecho propio y no tiene por qué conducir a la restauración del poder de clase. Por eso, no es probable que Felix Rohatyn, el principal banquero comercial que medió en el acuerdo entre la ciudad, el Estado y las instituciones financieras, tuviera en mente la restauración del poder de clase, aunque este fuese probablemente el objetivo de los banqueros de inversión. Casi con toda seguridad sí que era el objetivo del secretario del Tesoro William Simon que, después de ver con aprobación los progresos en Chile, se negó a ayudar a la ciudad y afirmó que quería que Nueva York sufriera tanto que ninguna otra ciudad en la nación se atreviera a asumir obligaciones sociales de esa manera (Alcaly y Mermelstein, 1977; Tabb, 1982).
El tercer elemento de la transición implicó un asalto ideológico a los medios y las instituciones académicas. Proliferaron los think tanks independientes financiados por individuos ricos y donantes corporativos ( encabezados por la Heritage Foundation) para preparar el asalto para persuadir al público del sentido común de las propuestas neoliberales. Un río de documentos y propuestas políticas, y un verdadero ejército de mercenarios bien pagados y entrenados para promocionar las ideas y los ideales neoliberales, junto con la adquisición corporativa del poder mediático, cambió eficazmente el clima en los Estados Unidos hacia mediados de la década de 1980. El proyecto de «sacarse el gobierno de encima» y de reducirlo hasta el punto de que se pudiera «ahogar en una bañera» se proclamó a todo volumen. En esto los promotores del nuevo evangelio encontraron una audiencia receptiva en el ala del movimiento de 1968 cuyo objetivo era mayor libertad individual, y liberarse del poder estatal y de las manipulaciones del capital monopolista. Los argumentos libertarios a favor del neoliberalismo demostraron ser una fuerza de cambio poderosa y, en la medida en que el propio capitalismo se reorganizó para abrir un espacio para las iniciativas empresariales individuales y centró sus esfuerzos en satisfacer los innumerables nichos de mercado ( en especial los definidos por la liberación sexual) que surgían a causa de un consumo cada vez más individualizado, pudo convertir las palabras en hechos.
Esta zanahoria del emprendimiento y el consumismo individualizado estaba respaldada por el gran palo que blandían el Estado y las instituciones financieras contra la otra ala del movimiento del 68 que aspiraba a la justicia social a través de iniciativas colectivas de solidaridad social. La destrucción de los controladores aéreos por parte de Reagan en 1 980 y la derrota de los mineros británicos por Margaret Thatcher en 1 984 fueron momentos cruciales en el giro global hacia el neoliberalismo. El asalto contra todas estas instituciones, como los sindicatos y las organizaciones de derechos sociales, que pretendían proteger y promover los intereses de la clase obrera, fue tan amplio como profundo. Además, los recortes salvaj es en gastos sociales y en el Estado del bienestar, dej ando toda la responsabilidad por el bienestar en manos de los individuos y sus familias, siguió adelante. No obstante, estas prácticas ni se detuvieron ni se podían detener en las fronteras nacionales. Después de 1 980, los Estados Unidos, ahora firmemente comprometidos con la neoliberalización y claramente apoyados por Gran Bretaña, buscaron, mediante una mezcla de liderazgo, persuasión (los departamentos de economía de las universidades de los Estados Unidos jugaron un gran papel en la formación de muchos economistas de todo el mundo en los principios neoliberales) y coerción para exportar la neoliberalización por todo el mundo. La purga de economistas keynesianos y su sustitución por monetaristas neoliberales en el FMI en 1 982 transformó el organismo (dominado por los Estados Unidos) en el agente supremo de la neoliberalización a través de los programas de reformas estructurales impuestos a todos los estados (y hubo muchos en las décadas de 1 980 y 1 990) que necesitaron su ayuda para devolver la deuda. El «Consenso de Washington» que se forjó en la década de 1 990 y las reglas de negociación propuestas por la OMC, que fueron establecidas en 1 998, confirmaron el giro global hacia las prácticas neoliberales (Stiglitz, 2002).
Pero esta dimensión internacional también dependía de la reanimación y la reconfiguración de la tradición imperial norteamericana. Esta tradición, que llegó a América Central en la década de 1 920, establecía un imperialismo sin colonias. Se podían mantener repúblicas independientes bajo la influencia de los Estados Unidos y en la práctica actuaban, en el mejor de los casos, como representantes de los intereses de los Estados Unidos, mediante el apoyo a un «hombre fuerte» (por ejemplo, Somoza en Nicaragua, el Shah de Irán y Pinochet en Chile) y una camarilla de seguidores con asistencia militar y ayuda financiera. Se disponía de asistencia encubierta para facilitar la llegada al poder de dichos líderes, pero en la década de 1970, quedó claro que se necesitaba algo más: la abertura de mercados, de nuevos espacios de inversión y campos despejados en los que los poderes financieros pudiesen actuar con seguridad, implicaban una integración mucho más estrecha de la economía global con una arquitectura financiera bien definida. La creación de nuevas prácticas institucionales, como las establecidas por el FMI y la OMC, proporcionaron vehículos convenientes a través de los cuales se podía ejercer el poder financiero y del mercado. Pero para que esto llegase a ocurrir era necesaria la colaboración de las potencias capitalistas más poderosas, y el G7 propició la unión de Europa y Japón con los Estados Unidos para dar forma al sistema financiero Y comercial global de manera que todas las naciones se vieran obligadas a someterse a él. Las «naciones rebeldes», definidas como las que no se querían adherir a dichas reglas globales, se podían domar con sanciones o incluso con la coerción militar en caso necesario. De esta manera, la estrategia imperialista neoliberal de los Estados Unidos se articuló a través de una red global de relaciones de poder, uno de cuyos efectos fue que las clases altas de los Estados Unidos pudieron extraer tributos financieros y captar rentas del resto del mundo como un medio para aumentar su ya apabullante poder (Harvey, 2003).
El neoliberalismo como destrucción creativa
¿ De qué modo se podría afirmar que la neoliberalización ha resuelto el problema de la decadente acumulación de capital? Su capacidad real para estimular el crecimiento económico es deplorable. Las tasas de crecimiento agregado se encontraban alrededor del 3,5 % en la década de 1960 e, incluso durante la turbulenta década de 1970, solo cayeron al 2,4 % . Pero las tasas de crecimiento global del 1,4 % y del 1,1 % de las décadas de 1980 y 1990 (y que casi no llega al 1 % desde 2000) indican que el neoliberalismo ha fracasado para estimular el crecimiento mundial (World Commission, 2004). Incluso si excluimos los efectos catastróficos del colapso ruso y de algunas economías de Europa central tras la terapia de choque neoliberal en la década de 1990, la evolución económica global, desde el punto de vista de la restauración de las condiciones de la acumulación general de capital, ha sido débil.
A pesar de toda la retórica sobre sanar economías enfermas, ni Gran Bretaña ni los Estados Unidos alcanzaron buenos niveles de comportamiento económico en la década de 1980. En realidad, la década de 1980 perteneció a Japón, a las economías de los «tigres» del Sudeste asiático y a Alemania Occidental como motores de la economía global. El hecho de que tuvieran mucho éxito, a pesar de unos acuerdos institucionales radicalmente diferentes, hace que sea muy difícil defender que un simple giro hacia (y mucho menos una imposición de) el neo liberalismo en el escenario mundial sea un paliativo económico obvio. Con seguridad, el Bundesbank alemán había seguido una línea fuertemente monetarista (coherente con el neoliberalismo) durante más de dos décadas, lo que sugiere que no existe una conexión necesaria entre monetarismo y restauración del poder de clase. En Alemania Occidental, los sindicatos seguían siendo muy fuertes y los niveles salariales siguieron siendo relativamente altos al lado de la construcción progresiva del Estado del bienestar. U no de los efectos fue estimular un alto nivel de innovación tecnológica, y esto mantuvo a Alemania Occidental muy por delante en el terreno de la competencia internacional. El crecimiento impulsado por las exportaciones permitió que el país se convirtiera en un líder global. En Japón, los sindicatos independientes eran débiles o inexistentes, pero la inversión estatal en el cambio tecnológico y organizativo y las estrechas relaciones entre empresas e instituciones financieras (un acuerdo que también se demostró positivo en Alemania Occidental) generaron un crecimiento sorprendente impulsado por las exportaciones, en gran parte a expensas de otras economías capitalistas como el Reino U nido y los Estados Unidos. Este crecimiento en la década de 1980 (y la tasa de crecimiento agregado en el mundo fue menor que la de la turbulenta década de 1970) no dependió, por tanto, de la neoliberalización. Por eso, muchos estados europeos se resistieron a las reformas neoliberales y encontraron cada vez más formas de conservar gran parte de su herencia socialdemócrata mientras se acercaban, en algunos casos con bastante éxito, al modelo de Alemania Occidental. En Asia, el modelo japonés implantado bajo sistemas de gobierno autoritario en Corea del Sur, Taiwán y Singapur también se demostró viable y consistente con una redistribución razonablemente equitativa. No fue hasta la década de 1990 cuando la neoliberalización dio sus frutos, tanto para los Estados Unidos como para el Reino Unido. Esto ocurrió en medio de un largo e interminable periodo de deflación en Japón y un estancamiento relativo en la Alemania recién unificada. No obstante, es objeto de discusión que la recesión japonesa fuera simplemente el resultado de las presiones competitivas o si fue planificada por poderosos fuerzas de clase en los Estados Unidos, usando todo su poder financiero para someter a la economía japonesa.
Entonces, frente a este resultado desigual cuando no deplorable, ¿por qué nos han convencido de que la neoliberalización es una solución tan exitosa? Por encima y más allá de la continua corriente de propaganda que emana de los think tanks neoliberales y que inundan los medios, destacan dos razones materiales. Primero, la neoliberalización se ha visto acompañada por una volatilidad creciente en el seno del capitalismo global. El hecho de que el «éxito» tenga que producirse en algún sitio ha tapado la realidad de que el neoliberalismo es en general un fracaso. La volatilidad extrema implica episodios periódicos de crecimientos separados por fases intensas de destrucción creativa, que habitualmente se describen como graves crisis financieras. Argentina se abrió al capital extranjero y a las privatizaciones en la década de 1990, y durante muchos años fue la favorita de Wall Street, hasta que cayó en el desastre total cuando el capital internacional se retiró al final de la década. Al colapso financiero y a la devastación social siguió rápidamente una larga crisis política. Las crisis financieras proliferaron por todo el mundo en desarrollo y en algunos casos, como en Brasil y México, repetidas oleadas de reformas estructurales y austeridad condujeron a la parálisis económica.
Pero el neoliberalismo ha sido un gran éxito desde el punto de vista de las clases altas. Ha restaurado el poder de clase de las élites dirigentes (como en los Estados Unidos y Gran Bretaña) o ha creado las condiciones para la formación de una clase capitalista (como en China, India, Rusia y otros lugares). Incluso los países que han sufrido intensamente con la neoliberalización han asistido a una enorme reordenación de su estructura de clases. La oleada de privatizaciones en México con la administración Salinas en 1992 permitió una concentración extraordinaria de riqueza en manos de muy pocos ( como Carlos Slim, que compró el sistema telefónico estatal y se convirtió instantáneamente en multimillonario). Con los medios dominados por los intereses de la clase alta, se pudo propagar el mito de que los territorios fracasaban porque no eran suficientemente competitivos (planteando así el escenario para más reformas neoliberales). El aumento de las desigualdades sociales en un territorio era necesario para animar al riesgo empresarial y a la innovación que permitieran aumentar la competitividad y estimulaban el crecimiento. Si se deterioraban las condiciones de las clases inferiores era porque habían fracasado, normalmente por razones personales y culturales, en el aumento de su capital humano (a través de la educación, la adquisición de una ética protestante del trabajo, la sumisión a la disciplina y la flexibilidad laboral, etc.). En definitiva, los problemas particulares surgían por la falta de fuerza competitiva o por fracasos personales, culturales y políticos. En un mundo darwinista, solo los más adaptados pueden y deben sobrevivir. Los problemas sistémicos quedan enmascarados bajo un alud de pronunciamientos ideológicos y bajo una plétora de crisis localizadas.
Si los logros principales del neoliberalismo han sido redistributivos más que generativos, entonces se debían encontrar vías para transferir bienes y redistribuir la riqueza y los ingresos, desde la masa de la población hacia las clases superiores o desde los países vulnerables a los países ricos. En otro lugar he explicado estos mecanismos bajo la etiqueta de «acumulación por desposesión» (Harvey, 2003: cap. 4). Con ello me refiero a la continuación y proliferación de las prácticas de acumulación que Marx había denominado como «primitiva» u «originaria» durante el ascenso del capitalismo. Esto incluye la mercantilización y privatización de la tierra y la expulsión forzosa de la población campesina (como en México y la India en tiempos recientes); la conversión de diversas formas del derecho de propiedad (por ejemplo, común, colectiva, estatal) en derecho a la propiedad exclusivamente privada; la supresión de derechos comunitarios; la mercantilización de la fuerza de trabajo y la supresión de formas alternativas (indígenas) de producción y consumo; los procesos colonial, neocolonial e imperial de apropiación de activos (incluidos los recursos naturales); la monetarización del intercambio y la fiscalidad, en especial de la tierra; el comercio de esclavos ( que continúa, especialmente en la industria sexual); y la usura, la deuda nacional y, lo más devastador de todo, el uso del sistema crediticio como un medio radical de acumulación primitiva. El estado, con su monopolio de la violencia y sus definiciones de la legalidad, juega un papel crucial en el respaldo y la promoción de estos procesos, y en muchos casos ha recurrido a la violencia. A esta lista de mecanismos, podemos añadir ahora una serie de técnicas adicionales, como la extracción de rentas de patentes y de derechos de propiedad intelectual, y la disminución o eliminación de diversas formas de derechos de propiedad común ( como las pensiones estatales, las vacaciones pagadas, el acceso a la educación y a la sanidad) conseguidos a lo largo de una o más generaciones de lucha de clases socialdemócrata. La propuesta de privatizar todas las pensiones estatales ( encabezada por Chile bajo la dictadura) es uno de los objetivos más deseados por los neo liberales en los Estados Unidos.
Aunque en los casos de China y Rusia pudiera ser razonable referirnos a los acontecimientos recientes con los términos «primitiva» u «originaria», las prácticas que han restaurado el poder de clase en las élites capitalistas en los Estados Unidos y otros sitios se describen mejor como un proceso continuado de acumulación por desposesión que rápidamente ha adquirido importancia bajo el neoliberalismo. He aislado cuatro elementos principales.
1. Privatización
La corporativización, la mercantilización y la privatización de bienes que antes eran públicos ha sido un elemento distintivo del proyecto neoliberal. Su objetivo principal ha sido abrir ámbitos nuevos para la acumulación de capital en dominios que hasta ese momento se consideraban fuera de los límites del cálculo de rentabilidad. Bienes públicos de todo tipo (agua, telecomunicaciones, transporte), servicios de bienestar social (vivienda social, educación, sanidad, pensiones), instituciones públicas (como universidades, laboratorios de investigación, prisiones) e incluso la guerra (como ilustra el «ejército» de contratistas privados que operan al lado de las fuerzas armadas en Iraq) han sido privatizados hasta cierto punto en todo el mundo capitalista. Los derechos de propiedad intelectual establecidos a través del llamado acuerdo TRIPS dentro de la OMC define los materiales genéticos, las semillas y otros muchos productos como propiedad privada. Así se pueden extraer rentas de poblaciones cuyas prácticas han jugado un papel esencial en el desarrollo de dichos materiales genéticos. La biopiratería florece y el saqueo de los recursos genéticos mundiales sigue en marcha en beneficio de unas pocas empresas farmacéuticas. El agotamiento progresivo de los bienes ambientales comunes (tierra, aire, agua) y la proliferación de la degradación del hábitat que no permite más que modos de producción agrícola intensivos en capital han sido también el resultado de la mercantilización de la naturaleza en todas sus formas. La mercantilización (a través del turismo) de las formas culturales, la historia y la creatividad intelectual conlleva una desposesión completa (la industria musical destaca por la apropiación y explotación de la cultura y la creatividad comunitaria). Como en el pasado, el poder del Estado se usa con frecuencia para imponer dichos procesos, incluso contra la voluntad popular. La derogación del marco legal diseñado para proteger el trabajo y el medioambiente de la degradación ha provocado la pérdida de derechos. La reversión de los derechos de propiedad común conseguidos a lo largo de la dura lucha de clases (el derecho a una pensión estatal, al bienestar, al sistema de salud nacional) hacia el dominio privado ha sido una de las políticas de desposesión más destacadas aplicada en nombre de la ortodoxia neoliberal. Todos estos procesos persiguen la transferencia de recursos, desde el dominio público y popular hacia el dominio privado y de las clases privilegiadas. Arundhati Roy afirma, en relación con el caso indio, que la privatización ha provocado «la transferencia de activos públicos productivos del Estado a las empresas privadas. Los activos productivos incluyen los recursos naturales. Tierra, bosques, agua, aire. Estos son los bienes que le ha confiado al Estado el pueblo al que representa ... Arrebatárselos y venderlos a empresas privadas es un proceso de una desposesión salvaje a una escala que no tiene paralelo en la historia» (Roy, 2001).
2. Financiarización
La fuerte oleada de financiarización que se inició a partir de 1980 se ha caracterizado por su estilo especulativo y depredador. El volumen diario total de las transacciones financieras en los mercados internacionales que se situaba en los 2.300 millones de dólares en 1983 ha subido hasta los 130.000 millones en 2001. Este volumen anual de 40 billones de dólares en 2001 contrasta con los 800.000 millones que se estima que serían necesarios para apoyar el comercio internacional y el flujo de inversiones productivas (Dicken, 2003: cap. 13). La desregulación ha permitido que el sistema financiero se convierta en uno de los principales centros de actividad redistributiva a través de la especulación, la depredación, el fraude y el robo. La promoción de acciones, los esquemas Ponzi, la destrucción estructurada de activos a través de la inflación, la liquidación de activos mediante fusiones y adquisiciones, la promoción de niveles de deuda que reducen a poblaciones enteras, incluso en los países capitalistas desarrollados, a ser esclavas de la deuda, sin hablar del fraude empresarial, la desposesión de activos (el saqueo de los fondos de pensiones y su devaluación con colapsos bursátiles y empresariales) mediante manipulaciones del crédito y de la bolsa, se han convertido en elementos centrales del sistema financiero capitalista. El énfasis en el valor de las acciones al unir los intereses de los propietarios y de los gestores del capital a través de la remuneración de estos últimos con stock options condujo, como sabemos ahora, a manipulaciones del mercado que proporcionaron una riqueza inmensa a unos pocos a expensas de la mayoría. El colapso espectacular de Enron fue emblemático de un proceso general que desposeyó a mucha gente de sus medios de vida y de sus derechos de pensión. Más allá de esto, también debemos analizar los asaltos especulativos por parte de fondos de alto riesgo (hedge funds) y otras grandes instituciones del capital financiero, porque forman la punta de lanza de la acumulación por desposesión en el escenario global, incluso si supuestamente aportan el beneficio positivo de «extender los riesgos» para la clase capitalista.
3. La gestión y la manipulación de las crisis
Más allá de la frivolidad especulativa y con frecuencia fraudulenta que caracteriza a gran parte de la manipulación financiera neoliberal, existe un proceso más profundo que consiste en alimentar «la trampa de la deuda» como medio principal de la acumulación por desposesión. La creación, gestión y manipulación de crisis en el escenario mundial se ha convertido en un arte de redistribución de riqueza desde los países pobres a los ricos. Al subir de repente los tipos de interés en 1979, Volcker aumentó la proporción de ingresos extranjeros que los países deudores debían dedicar al pago de los intereses de la deuda. Empujados a la quiebra, países como México tuvieron que aceptar reformas estructurales. Mientras que proclamaba su papel como el noble líder que organizaba «rescates» para mantener estable y controlada la acumulación global de capital, Estados Unidos también podía ir abriendo el camino para saquear la economía mexicana a través del despliegue de un poder financiero superior bajo condiciones de crisis local. El complejo Tesoro de los Estados Unidos/Wall Street/FMI se volvió un experto en hacer lo mismo en todas partes. Greenspan, en la Reserva Federal, desplegó la misma táctica de Volcker en muchas ocasiones a lo largo de la década de 1990. Las crisis de la deuda en países concretos, poco habituales durante la década de 1960, se volvieron frecuentes en las décadas de 1980 y 1990. No se libró casi ningún país en desarrollo y en algunos casos, en América Latina, dichas crisis fueron lo suficientemente frecuentes para considerarse endémicas. Estas crisis de la deuda fueron orquestadas, gestionadas y controladas para racionalizar el sistema y para redistribuir los activos durante las décadas de 1980 y 1990. Wade y Veneroso (1998: 3-23) captaron su esencia cuando escribieron sobre la crisis asiática de 1997 - 1998 (provocada por las actividades de hedge funds ubicados en los Estados Unidos):
Las crisis financieras siempre han causado transferencias de propiedad y poder hacia los que mantienen intactos sus activos y están en posición de generar crédito, y la crisis asiática no es una excepción ... no hay duda de que las empresas occidentales y japonesas son las grandes ganadoras ... La combinación de devaluaciones masivas, liberalización financiera impuesta por el FMI y recuperación facilitada por el FMI es posible que haya precipitado la mayor transferencia de activos en tiempos de paz de propietarios locales a extranjeros en los últimos cincuenta años en todo del mundo, haciendo pequeñas las transferencias de propietarios locales a norteamericanos en América Latina en la década de 1980 o en México después de 1995. Recordemos la afirmación atribuida a Andrew Mellon: «En una depresión, los activos regresan a sus verdaderos dueños».
La analogía con la creación deliberada de desempleo para generar un excedente de trabajadores con sueldos bajos, tan conveniente para seguir la acumulación, es exacta. Activos valiosos se dejan de usar y pierden valor. Quedan inactivos y durmientes hasta que capitalistas con liquidez deciden apropiárselos e infundirles una nueva vida. El peligro, no obstante, reside en que las crisis se puedan descontrolar y generalizar, o que se produzcan revueltas contra el sistema que las ha creado. Una de las funciones principales de las intervenciones estatales y de las instituciones internacionales es orquestar crisis y devaluaciones de manera que permitan la acumulación por desposesión sin derivar en un colapso general o en una revuelta popular. El programa de reformas estructurales administrado por el complejo Wall Street/Tesoro/FMI se encarga de lo primero, mientras que es tarea del aparato del Estado neoliberal (respaldado por la asistencia militar de la potencia imperial) en el país saqueado asegurarse de que no ocurra lo segundo. Sin embargo, muy pronto empezaron a aparecer signos de revuelta popular, primero con el levantamiento zapatista en México en 1994, y después con el descontento generalizado que surgió con el movimiento antiglobalización que tuvo su bautismo en la revuelta en Seattle.
4. Redistribuciones estatales
El Estado, una vez transformado en un conjunto de instituciones neoliberales, se convierte en el agente principal de las políticas de redistribución, revirtiendo el flujo de las clases superiores a las inferiores propio de la época de hegemonía socialdemócrata. Lo hace en primer lugar mediante un esquema de privatizaciones y recortes en los gastos estatales que sostienen los servicios sociales. Aun cuando la privatización parezca beneficiosa para las clases bajas, los efectos a largo plazo pueden ser negativos. A primera vista, por ejemplo, el programa de Thatcher de privatización de las viviendas sociales en Gran Bretaña parecía un regalo a las clases bajas, que ahora podían pasar de arrendatarios a propietarios a un coste relativamente bajo, conseguían el control de un activo valioso y aumentaban su riqueza. Pero una vez completada la transferencia, se desató la especulación inmobiliaria, en especial en barrios del centro, la cual acabó expulsando la población pobre a la periferia en ciudades como Londres, y convirtiendo viviendas de clase obrera en centros de una intensa gentrificación. La falta de viviendas asequibles en las zonas centrales provocó la pérdida del hogar para muchos y viajes extraordinariamente largos para los que tenían trabajos en el sector servicios con sueldos bajos. La privatización de los ejidos en México, que se convirtió en un elemento central del programa neoliberal durante la década de 1990, tuvo efectos parecidos para las perspectivas del campesinado mexicano, obligando a muchos residentes rurales a abandonar el campo por la ciudad en busca de empleo. El estado chino ha tomado toda una serie de pasos draconianos gracias a los cuales los activos se han concentrado en una pequeña élite en detrimento de la mayoría de la población.
El Estado neoliberal también busca la redistribución a través de otras medidas como la revisión de la legislación fiscal para primar los beneficios sobre las inversiones en lugar de a los ingresos y salarios, la promoción de elementos regresivos en la fiscalidad (como impuestos sobre las ventas), el desplazamiento de los gastos del Estado y el acceso libre para todos mediante el pago por uso (por ejemplo en la educación superior) y la provisión de un extenso abanico de subsidios y moratorias de impuestos a las empresas. Los programas de bienestar empresarial que existen en la actualidad en los Estados Unidos a nivel federal, estatal y local representan una amplia redirección de dinero público en beneficio de las empresas (directamente, como en el caso de los subsidios a las empresas agrarias, e indirectamente, como en el caso del sector militar-industrial), de la misma manera que la deducción fiscal por la tasa de interés hipotecaria actúa en los Estados Unidos como un subsidio masivo a los propietarios inmobiliarios con grandes ingresos y a la industria de la construcción. El aumento de la vigilancia y la policía y, en el caso de Estados Unidos, el encarcelamiento de los elementos más recalcitrantes de la población, evidencian un siniestro papel de intenso control social. En los países en desarrollo, donde la oposición al neoliberalismo y a la acumulación por desposesión puede ser más fuerte, el estado neoliberal asume con rapidez el papel de ejercer una represión activa hasta el punto de una guerra de baja intensidad contra los movimientos de oposición (muchos de los cuales se pueden designar ahora convenientemente como «terroristas» para conseguir la asistencia y el apoyo militar de los Estados Unidos) como los zapatistas en México o el movimiento de los campesinos sin tierras en Brasil.
omía rural de la India, que es el medio de vida de setecientos millones de personas. Los campesinos que producen demasiado están angustiados, los campesinos que producen demasiado poco están angustiados y los jornaleros agrícolas sin tierras se quedan sin trabajo cuando las grandes granjas y explotaciones despiden a sus trabajadores. Llegan en masa a las ciudades en busca de empleo» (Roy, 2001). En China se estima que la urbanización deberá absorber al menos a quinientos millones de personas en los próximos diez años si se quiere evitar el caos y la revuelta rural. No está claro lo que harán en las ciudades, pero los enormes planes de infraestructura física que están ahora en marcha absorberán el excedente de trabajo liberado por la acumulación primitiva.
Las tácticas redistributivas del neoliberalismo son muy amplias, sofisticadas y frecuentemente enmascaradas por maniobras ideológicas, pero son devastadoras para la dignidad y el bienestar social de poblaciones y territorios vulnerables. La ola de destrucción creativa que la neoliberalización ha lanzado sobre el paisaje del capitalismo no tiene paralelo en toda su historia. Es comprensible que haya provocado la aparición de resistencias y la búsqueda de alternativas viables.
Alternativas
El neoliberalismo ha provocado la aparición de un conjunto de movimientos de oposición tanto dentro como fuera de sus límites. Muchos de estos movimientos son radicalmente diferentes de los movimientos de base obrera que dominaban antes de 1980. Digo «muchos» pero no «todos». Los movimientos obreros tradicionales no han muerto ni siquiera en los países capitalistas desarrollados donde han quedado debilitados por el asalto neoliberal contra su poder. En Corea del Sur y en Sudáfrica surgieron vigorosos movimientos obreros durante la década de 1980, y en gran parte de América Latina los partidos obreros florecen si es que no están ya en el poder. En Indonesia, un movimiento obrero de gran importancia potencial está luchando para que lo escuchen. El potencial de malestar obrero en China es inmenso, aunque bastante impredecible. Además, no está claro si la masa de la clase obrera en los Estados Unidos, que durante la última generación ha votado contra sus intereses materiales por razones de nacionalismo cultural, religión y oposición a múltiples movimientos sociales, permanecerá para siempre atascada en esta política como consecuencia de las maquinaciones, tanto de republicanos como de demócratas. Dada la volatilidad, no hay ninguna razón para descartar el resurgimiento en los próximos años de una política de base obrera con un proyecto fuertemente antineoliberal.
No obstante, la lucha contra la acumulación por desposesión está fomentando el surgimiento de conflictos sociales y políticos bastante diferentes. En parte por las condiciones diferenciadas que dan origen a dichos movimientos, su orientación política y los modos de organización se diferencian en gran medida de los típicos de la política socialdemócrata. La rebelión zapatista, por ejemplo, no intentó ocupar el poder estatal o alcanzar una revolución política. En su lugar, propuso una política más inclusiva que permease a través de toda la sociedad civil en una búsqueda más abierta y fluida de alternativas que se centraran en las necesidades específicas de los diferentes grupos sociales y les permitiera mejorar su situación. Desde el punto de vista organizativo, intentó evitar el vanguardismo y se negó a adoptar la forma de partido político. En su lugar prefirió seguir como movimiento social dentro del estado, intentando formar un bloque de poder político en el que las culturas indígenas fueran centrales en lugar de periféricas. Por eso intentó realizar algo parecido a una revolución pasiva dentro de la lógica territorial del poder estatal.
El efecto de todos estos movimientos ha sido un cambio en el terreno de la organización política, alejándose de los partidos políticos y sindicatos tradicionales para organizarse en una dinámica política de acción social menos focalizada y que abarque todo el espectro de la sociedad civil. Pero lo que pierden en foco lo ganan en relevancia. Obtienen su fuerza de la implicación en las luchas de la vida cotidiana, aunque al hacerlo les resulte difícil alejarse de lo local y lo particular para comprender la macropolítica de lo que es y trata la acumulación neoliberal por desposesión. La variedad de estas luchas fue y es sorprendente. Incluso resulta difícil imaginar conexiones entre ellas. Formaban y forman parte de una mezcla volátil de movimientos de protesta que recorrieron el mundo y que ocuparon cada vez más los titulares durante y después de la década de 1 980 (Wignaraja, 1993; Brecher et al., 2000; Gills, 2001; Bello, 2002; Mertes, 2004). A veces estos movimientos y revueltas fueron aplastados con gran violencia, en su mayor parte por poderes estatales que actuaban en nombre del «orden y la estabilidad» . En otras partes provocaron violencia interétnica y guerras civiles porque la acumulación por desposesión provocó intensas rivalidades sociales y políticas en un mundo dominado por tácticas del divide y vencerás por parte de las fuerzas capitalistas. Estados clientes, apoyados militarmente y en algunos casos con fuerzas especiales entrenadas por los grandes aparatos militares (lideradas por los Estados Unidos, con Gran Bretaña y Francia jugando un papel secundario), encabezaron un sistema de represión y liquidación para aplastar sin piedad los movimientos de activistas que se enfrentaban a la acumulación por desposesión.
Los propios movimientos han producido un gran número de ideas que plantean alternativas. Algunos buscan la desvinculación total o parcial de los aplastantes poderes del neoliberalismo y del neoconservadurismo. Otros buscan la justicia social y ambiental global mediante la reforma o la disolución de instituciones poderosas como el FMI, la OMC y el Banco Mundial. Otros enfatizan el tema de «reclamar los comunes», señalando así la continuidad de fondo con luchas muy antiguas, así como con luchas que se desarrollaron a lo largo de la amarga historia del colonialismo y del imperialismo. Algunos ven una multitud en movimiento, o un movimiento dentro de la sociedad civil global, para enfrentarse a los poderes dispersos y descentralizados del orden neoliberal, mientras que otras miran modestamente hacia experimentos locales con nuevos sistemas de producción y consumo, animados por tipos completamente diferentes de relaciones sociales y prácticas ecológicas. También hay quienes ponen su fe en los partidos políticos más convencionales con el objetivo de conseguir el poder estatal como un paso hacia la reforma global del orden económico. Muchas de estas corrientes diversas se unen en el Foro Social Mundial en un intento por definir lo que tienen en común y construir un poder organizativo capaz de enfrentarse a las muchas variantes del neoliberalismo y del neoconservadurismo. Aquí hay mucho que admirar y aprender.
is que aquí hemos presentado? Para empezar, la historia del compromiso socialdemócrata y el consiguiente giro hacia el neoliberalismo señala el papel crucial que ha jugado la lucha de clases para frenar o restaurar el poder de clase. Aunque se haya disfrazado con eficacia, hemos vivido durante toda una generación una lucha de clases sofisticada por parte de los estratos superiores de la sociedad para restaurar o, como en China y Rusia, formar un apabullante poder de clase. Todo esto ocurrió en décadas en las que muchos progresistas estaban teóricamente convencidos de que la clase era una categoría sin significado y cuando las instituciones desde las que se había desarrollado hasta ese momento la lucha de clase a favor de la clase trabajadora se encontraban bajo un ataque feroz. Por eso, la primera lección que debemos aprender es que si parece una lucha de clases y actúa como una lucha de clases, entonces le tenemos que dar el nombre que se merece. La masa de la población debe resignarse a la trayectoria histórica y geográfica definida por este apabullante poder de clase o responder en término de clase.
Esta explicación no es un recurso nostálgico de una edad dorada perdida en la que el proletariado estaba en movimiento. Ni tampoco significa necesariamente (si es que lo fue alguna vez) que existe una concepción simple del proletariado al que podamos apelar como el agente principal (mucho menos exclusivo) de la transformación histórica. No existe ningún campo proletario de una fantasía utópica marxista al que nos podamos retirar. Señalar la necesidad e inevitabilidad de la lucha de clases no quiere decir que la forma en que la clase se constituye está determinada o incluso sea determinable por adelantado. Los movimientos de clase se construyen a sí mismos, aunque no bajo condiciones de su elección, y el análisis demuestra que dichas condiciones se han bifurcado en la actualidad en movimientos relacionados con la reproducción expandida, en la que la explotación del trabajo asalariado y las condiciones que definen el salario social son temas centrales, y en movimientos entorno de la acumulación por desposesión en los que, desde las formas clásicas de acumulación primitiva a través de prácticas destructoras de culturas, historias y medioambientes, hasta las depredaciones ejercidas por las formas contemporáneas del capital financiero, son el centro de la resistencia. Encontrar la relación orgánica entre estos movimientos de clase es una tarea teórica y práctica urgente, pero el análisis también demuestra que debe realizarse en una trayectoria histórico-geográfica de acumulación de capital que se basa en un aumento de la conectividad a través del espacio y del tiempo, pero marcada por desarrollos geográficos cada vez más desiguales. Esta desigualdad se debe entender como algo producido activamente y sostenido por procesos de acumulación de capital, sin fijarnos en la importancia que puedan tener las señales residuales de configuraciones pasadas establecidas en el paisaje cultural y en el mundo social.
Pero el análisis también destaca contradicciones explotables dentro de la agenda neoliberal. La distancia entre la retórica (para el beneficio de todos) y la realización (para el beneficio de una pequeña clase gobernante) aumenta en el espacio y el tiempo, y los movimientos sociales han hecho mucho por centrarse en ese hueco. La idea de que el mercado se centra en la competencia y la justicia está cada vez más negada por los hechos de una extraordinaria monopolización, centralización e internacionalización del poder empresarial y financiero. El aumento alarmante de las desigualdades de clase y regionales, tanto dentro de los estados ( como en China, Rusia, India, México y Sudáfrica) como a nivel internacional, plantea un serio problema político que ya no se puede seguir encubriendo como algo «transitorio» en el camino hacia un mundo neoliberal perfecto. El énfasis neoliberal en los derechos individuales y en el uso cada vez más autoritario de los poderes del estado para apoyar el sistema se convierte en foco de tensión y conflicto. Cuanto más se reconozca el neoliberalismo como un proyecto utópico fallido, si no hipócrita, que enmascara un intento exitoso de restauración del poder de clase, mayor será la base para la reaparición de movimientos de masas que planteen exigencias políticas igualitarias, busquen la justicia económica, el comercio justo y mayores seguridad económica y democratización.
Pero la naturaleza profundamente antidemocrática del neoliberalismo debería ser seguramente el foco principal de la lucha política. Instituciones con un poder enorme, como la Reserva Federal, están fuera de todo control democrático. Internacionalmente, la falta elemental de rendición de cuentas y, mucho menos, de control democrático sobre instituciones como el FMI, la OMC y el Banco Mundial, sin mencionar el enorme poder privado de instituciones financieras, convierten en una broma cualquier preocupación seria por la democratización. Volver a plantear las demandas de gobierno democrático y de la igualdad y la justicia económica, política y cultural no consiste en sugerir el regreso a una edad dorada, sino que significa que cada elemento se tiene que reinventar para gestionar las condiciones y potencialidades contemporáneas. El significado de la democracia en la antigua Atenas tiene poco que ver con el significado que le debemos otorgar en la actualidad en circunstancias tan diversas como Sao Paulo, Johannesburgo, Shanghái, Manila, San Francisco, Leeds, Estocolmo y Lagos. Pero por todo el globo, desde China, Brasil, Argentina, Taiwán, Corea hasta Sudáfrica, Irán, India Y Egipto, desde las naciones en dificultades en Europa oriental hasta en el corazón del capitalismo contemporáneo, existen grupos y movimientos sociales activos que impulsan reformas que son expresión de alguna forma de valores democráticos.
Este es uno de los puntos centrales de muchas de las luchas que surgen en la actualidad. No obstante, cuanto mayor sea la claridad de los movimientos de oposición en el reconocimiento de que su objetivo central debe ser enfrentarse al poder de clase que se ha restaurado con tanta efectividad bajo la neoliberalización, más posibilidades tendrán de cohesionarse internamente. Arrancar la máscara neoliberal y denunciar su retórica seductora, utilizada con tanta eficacia para justificar y legitimar la restauración de dicho poder, tiene que jugar un papel significativo en dicha lucha. Los neoliberales tardaron muchos años en establecer y culminar su marcha victoriosa a través de las instituciones del capitalismo contemporáneo. No podemos esperar nada menos de una lucha que empuje en dirección contraria.
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*Traducido por Núria Benach del original inglés: «Neo-liberalism as creative destruction», Geografiska Annaler B, 88 (2), 2006; pp. 145-158.
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David Harvey (Gillingham, Reino Unido, 1935) Geógrafo y teórico social marxista británico. Desde 2001, es catedrático de Antropología y Geografía en la City University of New York y Miliband Fellow de la London School of Economics. En 1997, fue nombrado doctor Honoris Causa por la Universidad de Buenos Aires.
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[1] Véase la página web www.montpelerin.org/aboutmps.html
[2] George W. Bush, «Securing Freedom's Triumph», The New York Times, 11 de septiembre de 2002, p. A33. The National Security Strategy of the United States of America se puede consultar en la página web: www.whitehouse.gov/ nsc/nss. Véase también George W. Bush, «President addresses the nation in prime time press conference», 13 de abril de 2004; www.whitehouse.gov/news/ releases/2004/0420040413-20.html