GUÍA DE LECTURA 577
Tachas 608 • Los intereses creados, de Jacinto Benavente • Jaime Panqueva
Jaime Panqueva

La Biblioteca Básica Salvat fue un proyecto editorial emanado del Ministerio de Información y Turismo de la España franquista. Se estima que de los 100 títulos seleccionados, buena parte autores de lengua española y algunas traducciones de clásicos, se imprimieron más de treinta millones de ejemplares entre 1969 y 1971.
Aún es común encontrar sobrevivientes de estos tirajes en las bibliotecas del Bajío. Son libros más viejos que yo, recios y modestos que (como yo) resisten el paso del tiempo. Los he visto en reclusorios, bibliotecas públicas y ferias del libro.
La semana pasada encontré unos ejemplares en venta en la antesala del foro Akana, previo a la presentación de El avaro adaptado por David Eudave. Por veinte pesos me hice de esta obra que traía en la mente desde hace meses, cuando en La nave de Argos entrevistamos a don Roberto Rivero Góngora. Hombre de toda una vida de teatro, quien a sus 101 años mantiene la mente lúcida enfocada en su arte. A la pregunta de qué obra montaría si se pusieran a su disposición todos los recursos necesarios, no dudó un segundo en responder: Los intereses creados.
A finales del siglo XIX e inicios del XX, Jacinto Benavente era el autor predilecto de la boyante burguesía española y se había convertido en el renovador del teatro español. Tras la impronta de Echegaray, abordó casi todos los géneros teatrales en la composición de más de 170 obras. Los intereses creados se estrenó en el Teatro Lara de Madrid el 9 de diciembre de 1907. El día de su estreno, Benavente fue sacado en hombros del teatro; posteriores representaciones recibieron críticas elogiosas que se fueron extendiendo a teatros del mundo de habla hispana y de Europa.
Benavente emplea personajes de la commedia dell'arte italiana, los transcribe a la idiosincrasia española y presenta un drama que en la actualidad podríamos tildar de telenovelesco. Por aquellos años, de innovaciones formales profundas con el teatro de Ibsen y Chéjov, por ejemplo, regresar a lo tradicional parecía también una alternativa. En Italia, en 1901, Pietro Mascagni había estrenado su ópera Le maschere, donde también empleó los personajes tradicionales, Arlequín, Colombina, el Capitán, Pantaleone, etcétera.
La fama de Benavente se mantuvo en ascenso con Los intereses y La malquerida (1913), esta última adaptada décadas después por el indio Fernández al cine. En 1912 le asignaron el sillón L en la Academia de la Lengua, que nunca ocupó pues por razones extrañas nunca dio su discurso de aceptación, lo esperaron hasta 1946 cuando se destinó a otro escritor. En 1922 la academia sueca le concedió el Premio Nobel de Literatura.
Libros y textos que se resisten al paso del tiempo, siguen en busca de nuevos lectores o de adaptaciones que consigan estremecer los espíritus contemporáneos.
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