DISFRUTES COTIDIANOS
Tachas 619 • Cónclave: Votar por la incertidumbre • Fernando Cuevas

La iglesia católica experimenta una crisis de pérdida de seguidores a nivel global; en el caso de México, quienes se declaran como tales, han pasado del 92.1% en 1980 a 77.7% en el 2020. Las causas son múltiples y complejas, relacionadas con formas predominantes de pensamiento, secularización expandida y un alejamiento de la institución de las realidades que viven las sociedades. Los escándalos de abusos sexuales y pederastia, solapados por altos niveles eclesiales, el distanciamiento hacia los pobres y los anacronismos en los que se mantiene la doctrina (no permitir a las mujeres ejercer el sacerdocio y matrimonio entre personas del mismo sexo, entre otros), defendidos por grupos ultraconservadores, son factores que conciernen directamente a la estructura eclesial y que han sido causa de abandono por parte de la feligresía.
La elección del jesuita Jorge Mario Bergoglio, cardenal y arzobispo de Buenos Aires, como sucesor de Benedicto XVI en el 2013, abrió ciertas esperanzas frente a estas crisis: primer Papa de América, del hemisferio sur y no europeo, desde el sirio Gregorio III, fallecido en el año 741; eligió el nombre de Francisco por la importancia que le da a dos temas en general abandonados por la jerarquía eclesial: la pobreza y el cuidado de la casa común, el planeta Tierra. En los márgenes de lo posible, ha actuado con plena congruencia, no sólo quedándose en los discursos: poco para los reformadores y mucho para los conservadores.
Además de leer sus cuatro encíclicas, un par buenas formas de acercarse a su vida y pensamiento es a través del documental El Papa Francisco: un hombre de palabra (2018), dirigido por Wim Wenders, en donde el gran realizador alemán integra diversos recorridos por el mundo, declaraciones y entrevistas sensiblemente secuenciadas, y por medio de la lectura de El loco de Dios en el fin del mundo (Random House, 2025), libro de Javier Cercas que él mismo sintetiza así: “He aquí un loco sin Dios persiguiendo al loco de Dios hasta el fin del mundo”. De manera indirecta y en clave ficcional, Cónclave (RU-EU, 2024), retoma este contexto presente y el pasado reciente para su planteamiento argumental.
Basada en la novela homónima del 2016 del británico Robert Harris, si bien el puntual guion de Peter Straughan (El jilguero, 2019; Frank, 2014; El topo, 2011) introduce algunos cambios como las nacionalidades de algunos personajes y un poco de mayor protagonismo a la hermana Agnes (Isabella Rossellini, contundente en su brevedad), la cinta describe a través de trazos gruesos, en el entendido que se trata más de un thriller político que un análisis crítico y profundo de la institución, el conflicto ideológico entre el mantenimiento o regresión en las tradiciones y la necesidad de adaptación a los vientos post milenarios, además de las luchas intestinas de poder que se manifiestan al momento de elegir al nuevo Papa.
Ante la muerte del Papa, rodeada de secretos, el cardenal decano Lawrence (Ralph Fiennes, metiéndose en la piel del sacerdote) es el responsable de organizar el complejo y acuartelado proceso de elección y para empezar, brinda un sentido discurso acerca de cómo la certeza se ha convertido en el mayor pecado, dejando sin margen a la duda y, por ende, a la fe. Los cardenales van llegando, incluyendo a uno inesperado: el mexicano Benítez (Carlos Diehz), nombrado de último momento como arzobispo de Kabul por el difunto pontífice y quien desde la bendición de los alimentos muestra su sensibilidad hacia los desposeídos.
El alemán Edward Berger (Sin novedad en el frente, 2022; All My Loving, 2019) nos va presentando las luchas intestinas enfocadas a ganar la cambiante elección, disputada sobre todo entre cuatro personajes representativos de las corrientes que fluyen por la ideología de la iglesia católica: el liberal Bellini de Estados Unidos (Stanley Tucci, dubitativo), cuestionando si debe ser él; el nigeriano Adeyemi, de corte conservador aunque cierta mirada social (Lucian Msamati, acorralado); el canadiense Tremblay, con gusto por el poder (John Lithgow, esquivo) y el italiano Tedesco (Sergio Castellitto, siniestro), quien busca regresar a las tradiciones pre Juan XXIII y los cambios del Concilio Vaticano II: actuaciones siempre creíbles que contribuyen, junto con los diálogos, a fortalecer la inmersión en la encerrona a la espera del humo blanco.
La cámara del galo Stéphane Fontaine toma distancia para regalarnos significativos planos, acompañados por el tenso score de Volker Bertelmann, que van de una armonía forzada a una ruptura del conglomerado cardenalicio, además de entrometerse en salones, recámaras y pasillos para después abrir panoramas amplios y mostrar la representativa puesta en escena que da cuenta de las divisiones, complicidades, golpes bajo la mesa y revelaciones; de pronto se eleva en el cenit como si se tratara de la mirada celestial, analizando todo el proceso desde las alturas: un microcosmos en rojo, blanco y negro, cerrado a piedra y lodo, que provoca la atención de millones, mientras el entorno estalla en protestas y descontento social.