Cuentos breves y poemínimos • Arturo Mora

Arturo Mora Alva

Cuentos breves y poemínimos • Arturo Mora

Benditos sean los que llegan en nuestras vidas en silencio, con pasos ligeros para no despertar nuestros dolores, no despertar nuestros fantasmas, no resucitar nuestros miedos.
Martha Medeiros

Para ser, tenemos que narrarnos, y en ese cuento de nosotros mismos hay muchísimo cuento: nos mentimos, nos imaginamos, nos engañamos.
Rosa Montero

«Todo niño que juega se comporta como un poeta: construye su propio mundo, o mejor dicho, reorganiza las cosas de su mundo a voluntad», escribió Sigmund Freud. Comparto tres cuentos breves que he escrito conforme pasa el tiempo, y algunos poemínimos, confesando mi admiración por Efraín Huerta. Neil Gaiman se preguntó: «¿Sabes de qué están hechos los sueños? ¿Hechos? Sólo son sueños. No. No lo son. La gente cree que no son reales porque no son materia, partículas. Son reales. Están hechos de puntos de vista, imágenes, recuerdos, juegos de palabras y esperanzas perdidas». y hoy son esto que les invito a leer.

***

 

El reparador de máquinas

Llevaba casi 30 años reparando máquinas de escribir, sólo Olivetti. Al verlas sabía qué tenían, a veces las escuchaba y su oído le decía en qué estaban mal, qué tornillo estaba suelto, si era una tecla, alguna traba en el carro o una falla en el rodillo. Casi como mecanógrafo profesional conocía el teclado de memoria. Siempre quiso escribir una historia, un cuento, un poema. De vez en vez tenía que escribir algo para probar que la maquina ya estaba reparada, pero sólo le salían series de letras: rfcv, mjik, ñopl, fjskjkdfijj, 3edc; nunca pudo escribir lo que tenía en corazón y en la cabeza. Miles de historias producto de las travesías que hacía por la ciudades, por colonias, barrios y pueblos a los que iba para reparar desde una maquina portátil hasta una de escritorio, de esas que eran unos verdaderos tanques para dar batalla a las más finas manos, de lindas y atentas secretarias, de escribanos en alguna plaza pública, o de los impetuosos dedos del escritor de novelas, cuentos o del periodista que le arrancaba hojas impropias o intentos fallidos narrativas o de poesías que no alcanzan su destino sobre el papel blanco. Cuando llegaron las Olivetti eléctricas supo que su oficio iría desapareciendo. Quiso escribir y no pudo, se refugió en sus herramientas, hurgó en la memoria y en sus deseos.  Se dijo que era muy feliz, sí, porque sabía que su tarea era hacer que mujeres y hombres escribieran y dejaran legados de lectura, testimonios de vida, pasiones hechas cartas o poemas de amor o simples memorándums, oficios y contratos que daban una indicación particular o solicitaban concretar una compra. Deseaba que quien usara una máquina de escribir sintiera en sus dedos la cadencia de las teclas, que pudiera aplicar la fuerza solamente necesaria para que el dedo  índice, el medio, el anular o el meñique, junto con el pulgar que se encargaba de la barra espaciadora -que era el dedo del tiempo y del silencio-, dieran juntos un espectáculo de danza sin tregua, con el ritmo marcado por la campanita que al deslizar rodillo al tope la hacía sonar al llegar al margen definido y con la agilidad ganada con el tiempo, se deslizara como bailarín ágil para que el papel puesto sobre el rodillo diera el espacio para  iniciar un nuevo renglón con la ayuda de la palanca que deslizaba el carro. Pensó en todas esas historias que nunca pudo escribir y en los miles de máquinas de escribir que pasaron por sus manos y que ridículamente nunca le regalaron una sola palabra. Se limpió los dedos llenos de grasa en el paño que usaba y se dio cuenta que se secaba los ojos que ahora lloraban por esas historias no escritas y por el final de su trabajo. Había preguntado qué era ese teclado plano, blancuzco y ese monitor en el que titilaba una lucecita verde en una pantalla como televisor pequeño que se encontraba sobre el escritorio del jefe de la empresa: “es una computadora” le respondieron”.

Lluvia en los ojos

La lluvia le cierra el paso y la para en seco. Su niña llora hace un par de horas; sabe que hierve y que si no hace algo, se le va morir en sus manos. El frío le golpea el rostro y reacciona, su hija lo es todo, es lo que le queda después de muchas pérdidas, no va a permitir que se vaya. En sus ojos empieza a llover también y esto le sirve para animarse y continuar, ya falta poco para llegar a la clínica, esta vez no va a permitir que le digan vuelva mañana, que no la pueden atender porque no sacó cita, que los médicos de urgencias están operando y que si quiere esperar unas tres horas es asunto de ella. No va a permitir que la rechacen por ser pobre. El camino se hace eterno y cuando entra por fin se dirige sin pensar a donde están los doctores, la quieren detener las acomedidas secretarias vestidas de enfermeras, llega con un hombre joven y la mirada de ella le busca los ojos y se los encuentra al tiempo de extender sus brazos y como ofrenda a su hija, él de bata blanca entiende esta vez que no puede hacerse el desentendido como otras ocasiones. Ella sabe que su hija va a estar bien, que esta vez pudo encontrar ayuda, no sabe qué va a pasar más adelante, pero ella va lograr que su hija crezca y pueda ser feliz. La lluvia sigue mojado su vida y sus ojos. Renace la vida en ella.

Pies 

Miró sus pies, dedos pequeños, uñas cortas, extremidades frágiles sin duda. Los movió, quiso que jugaran con el agua que se presentaba ante ellos. El agua los inundó, los bañó y los recibió en un abrazo prístino. Pensó que pocas veces veía su cuerpo. La prisa, las rutinas que esconden la piel y el pelo que  cubre como si fuera una cortina el rostro y el cuerpo. Los pies sin andar un paso, ahora la llevaron a la nostalgia, hurgando en su memoria poco usada para pensar en su historia, en sus miles de historias. Pensó en unas calcetas que recibió en una navidad, cuando era una niña, los primeros que eran para ella, sí nuevos y para ella. Recordó la sensación al ponerlos suaves y con elástico, luego la pelea por defenderlos ante las envestidas de sus hermanas por usarlos. Recordó la emoción que le provocaba el pensar poseer unos zapatos de piel, negros, con un pequeño tacón, unos que veía en un aparador cada dos o tres días, esperando que siempre estuvieran ahí, que no los vendieran, porque eran sólo para ella. Esos zapatos la llevarían a donde sus pies quisieran y bien lustrados le abrirían las puertas que ella deseaba traspasar para conocer el mundo, según recordó en ese instante. Ahora sus pies húmedos la atraían hacia el presente. Reconoció que no les dedicaba tiempo alguno, salvo para cortar la uña de cada dedo, cayendo en la cuenta que con los pulgares batallaba en cada ocasión. ¿Qué le faltaba por recorrer? ¿Qué puertas no había traspasado? ¿A caso los pies tenían memoria propia? ¿Podrían regresar a lugares que el deseo atrapó el tiempo y la memoria? ¿Promesas de volver?  ¿A dónde?  Salió del agua en donde se había sumergido completamente durante varios minutos, el piso quemó las plantas, presurosa avanzó hasta el césped fresco. Luego continúo su camino con más precaución. La sombra del edificio fue un alivio para ella y sus pies. Volteó hacia los lados y sólo enfocando la mirada con esfuerzo entre la luz del día y los reflejos del sol que la alberca regalaba sin descanso, creyó o vio a esa mujer que ella admiraba, con la que de vez en vez soñaba o dejaba que su mente jugara con su presencia. Se paralizó, los pies se engarrotaron y sintió una punzada en las plantas de sus pies inmóviles. Alzó la vista, la mente la llevo a esa mujer que el deseo moldeó para ella desde hacía muchos años. Pensó en sus manos, sus dedos, pero sobre todo su pelo negro, su sonrisa libre, amorosa y juguetona, sus ojos negros que brillaban bajo unas largas y nutridas pestañas. Los pies se desplazan como si resbalaran sobre el piso, se mueven y dan un paso incierto ¿Hacia dónde? La tarde cae con un sol que se mineraliza en dorados tonos sobre el agua. Un ave pasa, un ruido de sillas que son arrastradas se escucha de forma estridente, el olvido juega su parte y los pies ya están lejos del camino por el que quisieron llevarla a recordar y a desear a esa madre que ella nunca tuvo.

Darse cuenta

Sintió los aplausos en todo su ser. Sus manos abandonaron el teclado bicolor. Sabía que el sueño que les compró a sus padres se hacía realidad. Descubrió en su interior que en el momento que hiciera la reverencia para agradecer al público que lo ovacionaba caería sin más en un abismo, por el peso de sus ideas y por el hecho de saber que había vivido de prestado de la música. La caída fue inevitable y simplemente se dejó a la suerte del vació que ahora lo aclamaba, llenando el espacio con las fanfarrias de su esperada huida.

Mar
En
el 
mar 
la 
espuma 
blanca
juega

lavar 
a la 
luna, 
sólo si se deja
Huella
Territorio
Tierra firme
Que se demuestra 
Dispuesta 
A recibir una huella
Para hacer memoria


Sopa
Taza de sopa
Que remueve
Recuerdos y sabores
De la infancia
Del plato vacío


Dibujos
Dedos
Que dibujan
Oníricos
Paisajes
Que 
Freud
No 
Puede 
Descifrar


Fugaz
Luego
Del instante
El 
futuro 
Emerge
Eterno
Fugaz
Lucero
Del
Deseo


Néctar
Colibrí 
Audaz
De virginal
Cáliz 
Consagrado
Bebes
Néctar
Urgente