Navidad Emocional • Arturo Mora Alva
“El covid-19 nos ha colocado en la posibilidad de dar valor a lo importante y a lo que es la vida en el sentido amplio…”
Hay que seguir soñando hasta abolir la falsa frontera
entre lo ilusorio y lo tangible, hasta realizarnos y descubrir
que el paraíso estaba ahí, a la vuelta de todas las esquinas.
Julio Cortázar
Hagamos dichosa la inevitable mortalidad de la vida.
Epicuro
Vamos por el segundo festejo navideño en el contexto del covid- 19 y su variantes que ahora acechan con fuerza feroz en Europa y se han propagado al resto del mundo, volviendo a dejar patente nuestra fragilidad y vulnerabilidad como especie. Entre todo, a la mexicana se sigue con el ánimo del festejo, de la fiesta, de la celebración, que ha dejado desde hace mucho la esencia de lo que llegó a represar la Navidad en la cultura occidental, y que hoy puede entenderse como una forma de sujetarnos de un clavo ardiente para agarrarnos de algo, ante el vacío, la duda y el desconsuelo que ha invadido los hogares de buen número de familias mexicanas.
Creo que nuestra voluntad de celebrar todo, o casi todo, tiene en parte algo que ver con la esperanza, esa que hace la apuesta en cada fin de año de que habrá algo bueno para el siguiente, y que con los adornos y parafernalia entre lucecitas intermitentes y esferas de colores, arbolitos adornados con diversos listones, más luces de colores y nacimientos al pie de los arbolitos artificiales y naturales, podemos tener un “ambiente navideño” que opera como conjuro o sortilegio para vencer las adversidades y e incertidumbres que sabemos a ojos cerrados que vendrán.
Así es la vida, diremos con resignación guadalupana o aceptación esotérica, esa propia de la lectura de cartas, del tarot, de la angelología o de una astrología que sigue jugando con los deseos y fantasías de muchas personas que ponen su vida bajo los influjos y designios de astros, estrellas, constelaciones y planetas. Los estoicos también podrán lidiar con la adversidad manteniendo el talante propio de las virtudes y de la razón, que les permiten alcanzar felicidad y sabiduría prescindiendo de comodidades, bienes materiales y fortuna.
Pero otros y otras, una gran mayoría de seres humanos no encontrará en estas fechas de fin de año y de celebraciones navideñas -ni en tiempos futuros, según se presentan las cosas- refugio, ni respuesta a sus interrogantes, ni consuelo en su alma, ni paz en sus vidas y corazones. La tribulaciones y preocupaciones serán lo que ocupe sus días y noches con la angustia, el dolor, el hambre, la enfermedad, el desempleo, el desamparo, la migración forzada, el miedo, la impotencia, el rencor y la desesperanza.
La realidad humana es compleja en todos los sentidos y dimensiones. La posibilidad de entendernos y construir verdaderas sociedades humanas centradas en el bienestar y en dar un lugar a la dignidad humana y a los derechos humanos, que son inherentes a la persona, está todavía muy lejos de ser tangible. La lógica de la ganancia, la estrategia de convertir todo en mercancías, de insistir en poner precio a los valores, a las virtudes, a las emociones y sentimientos, es parte de la tragedia que desde el poder ser se promueve y alienta para beneficio de unas cuantas familias en el mundo. Los niveles de acumulación de riqueza y las lógicas de las ganancias muestran que la opulencia es su única aspiración.
Las familias mexicanas se han ido configurando a través de una serie de tradiciones para la celebración de la Navidad, en particular en el imaginario de la “cena navideña”, en que las convocatorias familiares se anclaron en una cultura propia de autoritarismo y del patriarcado, que reprodujeron durante mucho tiempo una idealizada “cena” que en los hechos era todo, menos una cena familiar en armonía y paz. Las madres y las hijas asumían la preparación de alimentos para la cena o banquete de Noche Buena como mandato decimonónico, para luego ser el espacio navideño familiar cargado de reclamos, disculpas, roces, discusiones, enfrentamientos, arrepentimientos y conflictos que serán la antesala la celebración del Año Nuevo, en la que se hace una exaltación del porvenir, y la que todo se exagera, incluidos los enfrentamientos familiares, y con un potencial desastre emocional para los integrantes de la familia. Los niños y las niñas se convertían en testigos vivenciales e instalaban recuerdos poco felices y hasta traumáticos. Todos y todas podemos contar algo o mucho de nuestras “navidades”.
Es claro que nos falta todavía mucho por aprender para saber estar de la mejor forma con la familia, para saber expresar ideas y afectos, y el hecho de esperar -condensar, por así decirlo- todo lo que no se dice, se aclara, se expresa durante el año, tiene su válvula de escape en la cena navideña. La experiencia dice que las reuniones familiares en este contexto de fin de año incrementan la tensión, y al más leve pretexto o comentario, las heridas —viejas o recientes– toman espacio para reclamos y batallas.
El menú es amplio: crisis, reproches, muertes de seres queridos, ausencias de familiares, pérdidas de empleo, reclamos por las interacciones con integrantes de las familias políticas, entre otras cosas, incluidos los temas políticos, ideológicos y de creencias personales. Estas reuniones de familiares son espacios para la expresión de afectos, de lazos y vínculos amorosos, la armonía, el buen trato y el agradable momento de convivencia. También se puede trastocar hacia formas absurdas y hasta catastróficas. Nos falta mucho por aprender, y para tener un adecuado manejo de nuestras competencias y habilidades socioemocionales, y para aceptar que tenemos una historia personal, que tiene su fondo en la vida de cada uno y en la necesidad de reconocer cosas no resueltas que vienen desde la infancia.
El covid-19 nos ha colocado en la posibilidad de dar valor a lo importante y a lo que es la vida en el sentido amplio. En esta Navidad será importante dar espacio para la esperanza, pero también para la escucha empática y para crear condiciones de oportunidad de dialogo entre los integrantes de las familias en otro momento, y con ello construir, de forma sana e inteligente condiciones para disfrutar el encuentro, para pasarla de la mejor forma posible con la familia que nos tocó, y a su vez reconocer que si hay algún pendiente emocional con miembros de la familia, se creen espacios y tiempos para abordar eso que nos agobia. Ojalá nos demos y tengamos una Feliz Navidad; eso es un buen deseo y un mejor propósito.