jueves. 18.04.2024
El Tiempo

Opinión • Años • Arturo Mora

“Los años que sumamos nos ayudan a pensarnos sin autoengaños y sin querer engañar a otros…”

 

Opinión • Años • Arturo Mora

El arte de la vejez es arreglárselas para acabar como los grandes ríos, serena, sabiamente, en un estuario que se dilata y donde las aguas dulces empiezan a sentir la sal, y las saladas un poco de dulzura. Y cuando te das cuenta ya no eres río sino océano.
José Luis Sampedro

Cuando sufres, más profundamente se desarrolla tu carácter, y con la profundización de tu carácter comprendes más plenamente los secretos de la vida.
Daisetsu Teitaro Suzuki

La tristeza es un verdadero lujo emocional. Cuando el dolor que se experimenta es tan agudo que uno teme no poder soportarlo, no hay tristeza, sino desesperación, locura, furia.
Rosa Montero

Quizá sea el momento de sacarle un sol a esta tormenta, de reírse sin parar, de volar sin tropezar. Quizá sea el momento de encontrarnos, abrirnos los ojos y largarnos a soñar.
Eduardo Galeano

Esto de contar el tiempo nos pone en la noción del devenir de la existencia, y cargamos su contabilidad con destellos de felicidad, bruma, tribulaciones y penas que se lían y se alían como un gran mosaico que va cambiando, de forma, de colores, de texturas, de aromas y sonidos, como si fuera un gran vitral de vidrio emplomado con vida propia, como calidoscopio de múltiples colores que al final de cuentas es la vida de cada uno. 

Esta idea del registro de segundos, minutos, horas, días, meses, años, se convierte en cábala y sortilegio, en asombro y misterio y en una manera de querer documentar la existencia en lo inexorable e implacable que es el tiempo.

En esta tradición de la modernidad de querer conocer y dominar la naturaleza, de descubrir sus leyes generales y hacer un gran inventario de lo que existe sobre la Tierra y el Universo, nos ha llevado a la fantasía de querer tener medidas, pesos y criterios para cuantificar y describir la materia en todas sus formas, incluidas las asombrosas configuraciones para que la vida exista, y en ello va la idea trásfuga de la inmortalidad. De ahí que nos fascinen las historias de vampiros, zombis, reencarnación y de vida más allá de la muerte, que junto con de seres mitológicos, buscan huir de la única certeza que es la muerte, en las que están incluidas estrellas y galaxias que fenecen con la rapidez del tiempo cósmico cuantificado en años luz, y de la muerte de todos seres que habitan en el planeta acorde con sus e interacción dentro de cada ecosistema.

El tiempo vuela, el tiempo se aletarga, el tiempo salta, el tiempo se hace pasado, el tiempo ilusiona y se adelanta, el tiempo se detiene, el tiempo es movimiento, el tiempo es intangible y el tiempo no regresa.

Tal vez por eso hemos creado la historia y con ella las narraciones que dan cuenta de la vida humana. Tal vez por eso creamos el lenguaje, y con ello las palabras, y de ahí a tener los libros que registran los hechos, pero también recogen la capacidad de crear y recrear con la libertad de la fantasía, de la imaginación, del deseo, todo aquello que entre todo atrapa el tiempo dentro las páginas de los libros. Cada tiempo tiene su narrativa y su ritmo. En esta época el tiempo y la vida son frenesí, fugacidad, inmediatez, prisa, urgencia aderezada de impaciencia y cargado de un gozo y placer inmediatos y efímeros, que tienen la condición de repudiar la solidez para ser una realidad líquida, y ahora también gaseosa.

Los años pasan y la historia humana revela las capacidades, destrezas y con ello la inteligencia de los seres humanos y de la evolución de la humanidad. La Inteligencia Artificial ha llegado y está moviendo los paradigmas del saber y del uso de la inteligencia humana como tal, abriendo la posibilidad de nuevos atributos cognitivos para el uso de la información, del conocimiento, donde la tecnología irá ganando cada vez más espacios y llenando el tiempo con los usos y desarrollos de algoritmos que desafiarán a al ser humano. 

Los años son realidad también; son condición, estatus y requisito. La esperanza de vida se amplió y, con ello, la permanencia acumulada de millones de seres humanos en un entorno mundial cada vez más caótico, contaminado y con situaciones de riesgo que no auguran nada bueno para las grandes mayorías de la población mundial, hace que el tiempo adquiera el valor del aquí y ahora sin oportunidad de pensar y construir un proyecto de vida, sino que se gesta y se valida un proyecto de muerte. Ahí están las adiciones de todo tipo, en particular, el incremento exponencial del consumo de drogas sintéticas. 

Las élites económicas compran todo, incluido el tiempo y la vida de millones de personas, que se hacen desechables en tanto dejen de ser buenos consumidores, y las nuevas dependencias están cobijadas en buscar pasarla bien todo el tiempo, aunque sea sólo unos años, es decir lo que puedan disfrutar, en lo que muchos consideran que es vivir en estos tiempos vertiginosos y fragmentados, y donde puedan pasar el tiempo frente a una pantalla.

En los próximos años, en esta era de la información, dentro de la sociedad del conocimiento, será necesario desmontar una serie de prácticas sociales naturalizadas, que atentan contra la vida y dignidad de las personas y contra la naturaleza misma, en las que será necesario pensarnos como personas sanas, que son quienes se hacen responsables de sus actos y asumen las consecuencias de su hacer y sentir. Implica seguir avanzando en construir una nueva cultura humana y social, en la que dejemos de responsabilizar a otros de lo que nos pasa, como si fuera un dogma, y donde se le echa la culpa al destino, a las fuerzas del mal, a los enemigos, a los otros, a las malas energías, a los efluvios del universo, e inclusive a Dios.

Los años muestran que el tiempo pasa, pero que cada vez nos cuesta trabajo dar valor a la experiencia acumulada, medida en años. Por ello, también hacemos de la vejez un mal necesario, hacemos cada vez desechables a los adultos mayores y transformamos su condición en un nuevo mercado de consumo mientras llega el momento de morir. 

Entre lo paradójico y sublime está la capacidad y necesidad humana de estar con otros. Entre ser una especie biológica y ser seres sociales está la condición cognitiva, pero sobre todo afectiva, que nos constituye y nos mete en los enredos y líos de intentar conocernos y dar sentido y significado a lo que somos, y enamorarnos, sentir amor filial, fraterno, a querer y cuidar a otra persona o a una mascota, en nuestro contexto social, político, económico y cultural concreto, a la par de nuestra condición de realidad en particular, esto es, tener un nombre, un rostro, una identidad. 

Se trata de ser una persona en la que se condense en cada caso, la evolución biológica y cultural que delimita nuestra personalidad y carácter, que pone en acción a la inteligencia cognitiva y a la inteligencia emocional, dando paso a la posibilidad del autoconocimiento, del autocuidado, y con ello ejercer la conciencia y el ejercicio de la libertad, que implica a su vez el asumir las consecuencias de las decisiones que tomamos. Los años que sumamos nos ayudan a pensarnos sin autoengaños y sin querer engañar a otros.