martes. 17.06.2025
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Opinión • Esperanza y deseo • Arturo Mora

“La época navideña ya invade nuestras vidas sin permiso alguno…”

Opinión • Esperanza y deseo • Arturo Mora


 

Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo. Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza.

José Saramago

La obsesión por el amor a menudo sirve como una distracción, evitando que la mirada del individuo tenga pensamientos más dolorosos.

Irvin Yalom 

Los sentimientos no los elegimos, se nos vienen, se crían como la maleza que nadie planta y que inunda la tierra.

Emilia Pardo Bazán 

Después de un tiempo, uno aprende que las despedidas son parte de la vida, y que la eternidad es un espejismo.

Jorge Luis Borges

Camina lento, no te apresures, que el único lugar a donde tienes que llegar es a ti mismo.

José Ortega y Gasset

El hábito precoz de la soledad es un bien infinito. Enseña, hasta cierto punto, a prescindir de las personas. Enseña también a querer más a las personas.

Marguerite Yourcenar


 

La época navideña ya invade nuestras vidas sin permiso alguno. La dinámica comercial que alienta el consumo inició en México tan pronto acabó el Halloween y los días de Muertos, que ya son parte del gran espectáculo mediático, con una comercialización que produce una derrama millonaria y que, como celebración comercial, se integra a un continuo mercadológico: la Navidad, el Año Nuevo y la celebración de Reyes.  

Comercios, tiendas departamentales, calles y avenidas se van llenando de artilugios, parafernalia, luces y personajes, la mayoría a ajenos hasta hace un tiempo a la cultura nacional, y que se han integrado desde una globalización cultural que instala una cosmovisión perfectamente armonizada con jingles y canciones de temporada, muchas ya en inglés, que suenan para ambientar la acción de comprar, la necesidad de gastar, de adquirir con cierta desesperación productos para creer que vamos a ser muy felices pagando a meses sin intereses. El “Buen FIN”, antesala de una nueva manía por obtener productos bajo el encanto de las rebajas, los descuentos y la compra a crédito. 

Es más que evidente, para la sociedad de mercado, que lo que se busca es crear y reforzar la ficción de que podemos ser consumidores inteligentes, que podemos hacer estrategas del consumo, y ponernos a buscar ofertas de cientos o miles de productos. No sólo se trata de habitar el comercio en línea, sino de ir a la jungla de las tiendas a ver, oler, tocar, sentir lo que se quiere tener, lo que uno está dispuesto a pagar, a endeudarse en aras de ahorrar unos cuantos miles de pesos. El mercado capitalista, como describió Vicente Verdú, vende experiencias, sensaciones, ilusiones. Nada más estimulante que creer que hemos hecho la compra más eficiente y llegar a casa con una pantalla, de la que habrá que pagar instalación, renta de wi-fi y un contrato para tener un paquete de cientos de canales digitales en HD para que valga el esfuerzo de adquirirla. ¡¡ Vaya ahorro!!

Pareciera que el condicionamiento desarrollado por Pávlov tiene gran vigencia y es utilizado por los corporativos comerciales para crear una serie de estímulos que nos condicionan para comprar, y hacer creer que la compra es la recompensa.

Una de las cosas que ha logrado la sociedad capitalista de mercado es disfrazar de felicidad el consumo. Ha logrado desplazar el deseo, en su sentido simbólico, como necesidad de tener cosas, de comprar, de acumular mercancías. Donde se necesitas una cuantas tazas o vasos, hay de sobra; donde se requieren algunas chamarras, hay más de las que podemos usar simultáneamente; podemos pensar en miles de objetos duplicados, triplicados que no usamos en casa. Tener /comprar se ha convertido en la acción de querer ser uno, de llenar los vacíos existenciales y resolver situaciones emocionales asociadas a la tristeza, a la desilusión, al desamor. Comprar es el analgésico que el mercado nos dice que debemos usar para el malestar social y personal. Los que se hacen felices y ricos son unos cuantos que han vendido la idea de que las emociones de enojo, tristeza y asco se gestionan comprando. Han dado un nuevo significado a la noción de lo que es el deseo, haciéndolo un sinónimo unívoco de comprar.

Pero el deseo es otra cosa. André Comté-Sponville, filósofo francés, dice

Hay tres tipos de deseo. El primero es la esperanza; el segundo, la voluntad y, el tercero, el amor. ¿Cuál es la diferencia entre esperanza y voluntad? Pues que la esperanza es un deseo cuya satisfacción no depende de mí, mientras que la voluntad, sí. La felicidad se consigue a través de la voluntad, de la acción. En cambio, la esperanza nos confina al miedo, no puede haber esperanza sin miedo, ni miedo sin esperanza. 

Y afirma: Hay que esperar menos y actuar más.

Esto viene a cuento, ya que en las fechas de decembrinas se juega con la esperanza y la idea de la felicidad, y con la instalación de la consigna de estar “feliz” como “el modo” de mostrarnos ante los demás. Una felicidad basada en comprar. Somos felices solo si compramos, aún si compramos para dar a otros. De creer que somos felices al hacer los rituales de la época, poner arbolito de navidad, instalar nacimientos, adornar con luces de colores pórticos, casas completas, jardines y demás lugares. Pareciera que se espera la llegada de estas fechas es para poder jugar a la felicidad, y la única felicidad permitida es la que se cree que se obtiene siendo consumidores.

La distorsión que se presenta desde el consumo, desde la tradición occidental católica de la Navidad en la que se representa a “Jesús niño”, un bebé casi desnudo, en un pesebre y posada pobre, en donde él es un ser vulnerable, y en donde la Navidad, queda reducida a fechas de consumo. La Navidad mercantil, busca esconder la condición humana, y se pierde lo que significa y representa en esa tradición religiosa, para convertirse en una simulación, que logra encubrir la real condición humana, que está marcada por los problemas que se tienen con otras personas, con la familia, los hijos, la pareja, los amigos, los compañeros de trabajo, en donde la ausencia de solidaridad, de empatía, de compresión, de simpatía, de compasión, de justicia se expresan muchas veces en las formas más inhumanas, junto con los problemas económico y sociales de orden estructural que exacerban la dolor, la pena, el sufrimiento, la explotación y marginación miles de millones de personas.

Nos aferramos a la esperanza, componente inseparable de la noción de la Navidad y no nos comprometemos con el amor, que debería ser el elemento sustancial de la Navidad. Nos quedamos reducidos a la esperanza, solo a lo “que ojalá suceda”, “a lo incierto”, “a la idea de la buena suerte”, “a los milagros”. Como ha dicho el mismo Comté-Sponville: 

La esperanza se refiere a lo que no es y, en cambio, el amor se refiere a lo que es. Sólo esperamos lo irreal y, en cambio, amamos lo real. Para ser feliz lo mejor es desear lo que es. O sea, hay dos dimensiones: el deseo que depende de la acción y el que depende del amor.

El punto de poder pensar la Navidad con lo que implica desde el amor pasa por comprender “…que la felicidad no depende de lo que sabemos, sino de lo que somos, de lo que hacemos y de lo que deseamos…”, como lo afirma este mismo filósofo. 

La esperanza inmoviliza, la esperanza difiere el compromiso, la esperanza nos detiene. El reto es pasar a dar sentido al deseo, concretar nuestros sueños, actuar para atender nuestras necesidades, y hacer que el deseo nos movilice para amar y ser nosotros mismos, que es el desafió personal y social realmente importante y trascendente. 

Y tal vez la Navidad, más allá de ser únicamente mercadotecnia disfrazada de  aparente felicidad, pueda concretarse como deseo  y nos permita y  ayude a salir de la lógica del consumo para pasar a la de la realización humana, de la inteligencia, del pensamiento crítico, de la igualdad con equidad, de la justicia social, de la libertad, de la fraternidad y sororidad, como propuesta contracultural para salvar la vida, la naturaleza y a todo el planeta.

Yo me declaré desde hace muchos años como no afecto a las celebraciones navideñas y me identifico con lo que expresó André Comté-Sponville: 

Lo que no me gusta es que la gente hace ver que es feliz. Si miramos la televisión un 24 o un 28 de diciembre, la gente sonríe de oreja a oreja como si la vida fuera maravillosa, cuando en realidad no es distinta de la del 12 de marzo. Lo que me molesta es esta obligación de hacer ver que se es feliz. El mensaje de la Navidad es el niño desnudo, que es como un símbolo de la fragilidad, que se ha convertido en un pretexto del consumismo.