viernes. 19.04.2024
El Tiempo

Opinión • Otoño • Arturo Mora Alva

"Si queremos, podemos cambiar; el otoño nos lo recuerda…”

Opinión • Otoño • Arturo Mora Alva

Para Marisol y Miguel

 

La fragilidad humana busca en la creación de límites, conceptos, definiciones, fronteras o categorías,  una mínima posibilidad de contener sus miedos a la ignorancia y al vacío, a la desoquedad, que es el miedo a los huecos, el temor que sentimos ante los espacios vacíos, a las paredes blancas, las cajitas en los cajones, a las cadenitas en el cuello. En un breve escrito, por demás inquietante por profundo, Pablo Fernández Christlieb[1] nos lleva a reconocer y sentir la oquedad en uno mismo, como ese miedo ante el vacío que se asemeja a la sensación de estar en la orilla de un precipicio, que la pandemia lo convocó sin miramientos y lo ha colocado en el centro, en el alma de muchas personas. No es soledad, no es abandono, no es olvido; es vacío.

Zygmunt Bauman escribió: "Vivimos en un tiempo que se escurre por las manos, un tiempo líquido en que nada es para persistir. No hay nada tan intenso que consiga permanecer y convertirse verdaderamente necesario. Todo es transitorio”. El mercado nos sedujo con la idea de ser para tener, para acumular cosas, juntar objetos, hacernos coleccionistas de objetos y de experiencias, siempre y cuando las podamos pagar en abonos chiquitos, a meses sin intereses o de por vida. Ahora más que nunca, estamos queriendo llenar ese vacío con lo que sea. El otoño nos recuerda parte de un ciclo de la vida que llena bosques y avenidas con hojas que se sueltan de los árboles, arbustos y plantas que las vieron crecer y que, caprichosas como el viento mismo, danzan el aire y tapizan de colores ocre, amarillo y café el suelo y la tierra.

En la pandemia se puede retomar al mismo Bauman cuando escribe: “Tiempo en que las relaciones comienzan o terminan sin contacto alguno. Analizamos al otro por sus fotos y frases de afecto. No existe el intercambio vivido. Experimentamos al mismo tiempo un aislamiento protector vivenciando una absoluta exposición”. La virtualidad, la imagen en la pantalla, hace que lo intangible se apodere de las necesidades y aun de los deseos de nosotros. Habitamos la red, vamos siendo cibernautas que se llenan de imágenes y de memes, fotos y frases que sustituyen los afectos, que distorsionan la emociones, y se ancla la necesidad de ser visto, de acumular likes o reacciones a lo que se publica. La pandemia nos hizo incorpóreos, y en las redes sociales se busca con bits reconstruirnos como imagen. El intercambio es una ilusión a la que le falta piel, aromas, voces reales y rostros que nos sirvan de espejos ante lo que sentimos al compartir la vida con los otros.

“Tiempos en que se vive en secreta angustia, el cuerpo se inquieta y el alma sofoca”, aforismo de Bauman que nos recuerda que somos un manojo de emociones y sentimientos, de preguntas y memoria, de extravíos y encuentros, de duelos y deseos, de amores alcanzados y amores perdidos. La pandemia ha vaciado a muchas personas, quebró los cántaros y las vasijas que nos contenían. Muchos están recogiendo los pedazos, las tejas y guijarros que la muerte en especial se encargó de hacer. La tristeza ante la enfermedad, ante la muerte, se ha vestido de vacío existencial; de ahí que la zozobra se haya apoderado de la vida y apenas estemos soltando ese dolor. El otoño nos recuerda que las hojas se deben soltar del tallo, de la rama, para que la vida se renueve, se siga expresando en el verdor de los nuevos ápices y en las flores coloridas.

La sociedad actual, la vida de consumo - como la caracterizó el mismo Bauman-, es un lugar en que lo desechable se ha apoderado de todo, bajo la lógica del mercado y de la ganancia. Lo perecedero invade todo. No sólo son los alimentos que se echan a perder; son los productos que tienen una vida finita de anaquel, y en el que todos los artículos que se venden: ropa, autos, celulares, medicinas, aparatos electrónicos y aún viajes -reservaciones- y ofertas tienen vencimiento, objetos de todo tipo que tienen obsolescencia programada y fecha de caducidad.

Las relaciones humanas van cayendo en esa dinámica de mercado; las situaciones de orden estructural se reproducen socialmente y fragmentan las interacciones humanas; la liquidez se trasmina a los sentimientos, y aun la vida política tiene sus fechas de término y nos lleva, como sentencia Bauman, a comprender que “Hay vértigo impregnando las relaciones; todo es vacilante, todo puede ser deleteado -borrado-: el amor y los amigos", y de ahí se instala la falta de compromiso en todo y sobre todo, con las personas que vamos conociendo y amando.

El otoño se mimetiza con los atardeceres naranja y con un viento frío que pinta el horizonte con nubes juguetonas y crea nuevos límites cada día, con una belleza tal, que por efímera se queda en la memoria y en el corazón. Es una experiencia de vida que nos recuerda que el vacío se puede llenar soltando, vaya paradoja. Se trata de encontrar lo que nos falta -saber que lo que nos falta nos hace completos-, sabiendo que siempre estaremos en falta, y que por eso se trata de ser personas antes que consumidores, que para el capitalismo ser ciudadano o ciudadana se reduce a ser un buen consumidor y buen pagador de impuestos y de servicios. La vida no puede ser eso nada más. Si queremos, podemos cambiar; el otoño nos lo recuerda.