viernes. 19.04.2024
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Opinión • Romantizar la Paz • Arturo Mora Alva

“La paz no es ausencia de conflictos sino de guerra…”

Opinión • Romantizar la Paz • Arturo Mora Alva

Cambia de opinión, mantén tus principios; cambia tus hojas, mantén intactas tus raíces.
Víctor Hugo

Hay un dicho que es tan común como falso: el pasado, pasado está, creemos. Pero el pasado no pasa nunca, si hay algo que no pasa es el pasado, el pasado está siempre, somos memoria de nosotros mismos... somos la memoria que tenemos.
José Saramago

La situación actual respecto a la invasión de Rusia a Ucrania ha generado una oleada de maniqueísmos y de contradicciones propias de la era de la información, y con ellas de la saturación de la “información”: noticias falsas, dudas razonables sobre lo que se dice y se comenta en los medios de comunicación más famosos, cadenas de televisión, periódicos que difunden y publican montajes de notas periodística de lo que sucede “allá”, fotografías reutilizadas con pies de páginas falsos, con lo que que una vez más comprobado que la guerra vende, que se mercantiliza el sufrimiento y nos regodeamos en la naturalización de la barbarie.

Nadie en su sano juicio desea la guerra. Pero pocos aceptan que las guerras del siglo XX y XXI están inscritas en la estrategia de una economía de la guerra, versión de un capitalismo feroz que ahora busca reactivar desde el reacomodo de la geopolítica, y de cuidar y acrecentar los intereses económicos de las empresas y de los países poderosos, después de la parálisis de la economía mundial producto de la pandemia del covid-19.

Los reacomodos financieros, las nuevas alianzas comerciales, los respaldos entre poderosos -China respalda a Rusia por Ucrania y Rusia respalda a China por Taiwán-, junto con las acciones de un occidente bélico colonial, esclavista, expoliador de los recursos naturales de los países no desarrollados, con muy poca memoria, a la que se suma hoy el temor de las amenazas de una tercera guerra mundial, con la hecatombe nuclear instalada de vuelta como imaginario de fuerza y dominación política, militar y económica.

La paz no es ausencia de conflictos sino de guerra. La paz ideal es la que va acompañada de justicia y libertad, pero justicia y libertad son lo que menos desea el gran capital, y mucho menos las grandes transnacionales, para que los gocen pueblos y personas. Los males del mundo están en la corrupción, la miseria, la explotación de los recursos naturales, el hambre, la desigualdad, la acumulación de la riqueza en pocas manos. Aún así se quiere mantener las estructuras económicas vigentes para obtener la mayor plusvalía posible y seguir logrando ganancias que rayan en la perversión, en la acumulación de la riqueza sin escrúpulos.

La paz es más que la ausencia de conflictos. El tema de fondo es desmontar las estructuras económicas y de poder, lo que implica necesariamente ver cómo podemos desmontar los paradigmas del poder instalado en la vida de las personas y en las prácticas sociales que hemos naturalizado, en las que las violencias se expresan en múltiples formas. Algunos paradigmas del poder son: la jerarquía, pensar que hay alguien que es superior a otro; la confrontación, pensar que hay alguien que tiene la razón, la verdad; la competencia por pensar que hay alguien mejor que otro; y la exclusión, pensar que alguien es mejor que otro. Todos ellos son paradigmas en los que se soporta la violencia estructural, incluida la guerra y que expresa la incesante necesidad y necedad de dominación y explotación y que atraviesan las relaciones humanas, las estructuras y relaciones en las familias, en la economía, en la cultura, en la relación con la naturaleza y en las que se basa el patriarcado y la configuración del concepto de Estado-Nación y de los atributos que éste conlleva de territorio, población, identidad, soberanía y gobierno, argumentos que hoy se usan para legitimar la guerra, por ilegal que sea.

“Las guerras mienten. Ninguna guerra tiene la honestidad de confesar «Yo mato para robar». Las guerras siempre invocan nobles motivos: matan en nombre de la paz, en nombre de la civilización, en nombre del progreso o de la democracia. Y por las dudas, por si tanta mentira no alcanzara, ahí están los medios de comunicación, dispuestos a inventar enemigos imaginarios para justificar la conversión del mundo en un gran manicomio y un inmenso matadero”, escribió Eduardo Galeano, y sentenció: “La violencia engendra violencia, como se sabe; pero también engendra ganancias para la industria de la violencia, que la vende como espectáculo y la convierte en objeto de consumo”.

Querer no ver las causas de la guerra es romantizar la paz. Querer ser solidarios como deseo es actuar en el vacío. Defender la paz cuando nosotros somos víctimas y cómplices de las violencias es crear nuevos refugios para calmar las conciencias y aminorar las culpas.

Hoy la mentira se instala en las pantallas. Lo cierto es lo que se ve, la imagen es la nueva representación de la realidad, la realidad es subjetiva, pero “Lo relevante en la mentira no es nunca su contenido, sino la intencionalidad del que miente. […] La mentira no es algo que se oponga a la verdad, sino que se sitúa en su finalidad: en el vector que separa lo que alguien dice, de lo que piensa en su acción discursiva referida a los otros. Lo decisivo es, por tanto, el perjuicio que ocasiona en el otro, sin el cual no existe la mentira”, escribió Jacques Derrida. Hoy el capitalismo nos miente ante las explicaciones que se ofrecen, con narrativas creadas desde poder, imágenes efímeras y eternas que se quedan en el ciberespacio, información que se desplaza con un dedo sobre una pantalla, con un clic de un mouse o con el zip del control remoto ante el televisor.

En un breve pero profundo intercambio de ideas a propósito de la paz, la doctora Verónica Vázquez Piña me compartió lo que Miguel Álvarez Gándara escribió hace unos años:

“La realidad nos lleva hoy más que nunca a reflexionar sobre qué es la paz y cómo mantenerla es vital; además, que hoy es particularmente urgente porque hay ante las violencias muchas veces el simplismo, la urgencia de reducir la paz a los temas de seguridad o los derechos humanos sólo a los temas inmediatos de las víctimas, y hoy tenemos qué decir que es a partir de las víctimas y de los retos de la violencia, que hoy tenemos qué recuperar una visión de paz y de derechos humanos mucho más amplia que el de la seguridad, que la incluya pero recoja el vínculo con la justica, con la democracia, con el desarrollo en una visión completa y compleja de los derechos humanos; pero mientras no nos la creamos, mientras no la generemos, no basta tener derechos si no somos una sociedad que los ejerza, que los exija, que los viva, que los impulse.

La guerra en Europa está latente, como está latente en diversas partes del mundo. La guerra en Ucrania con Rusia es un hecho, pero si queremos poner a prueba lo aprendido en la historia de la civilización, no podemos romantizar la paz.

La paz es una construcción social desde el diálogo, desde el acuerdo, desde la concordia para dar paso a la igualdad, a la justicia social, a la tolerancia, al reconocimiento, al amor, a la solidaridad, a la libertad.

Habrá que romantizar la utopía de construir un “Mundo donde quepan todos los mundos”, pero no podemos romantizar la paz, lo que es una forma de lavarnos las manos. Si algo toca hacer en estos tiempos, es hablar de ética y de empezar a hacernos responsables de nuestros actos y de lo que hemos construido y soportado como estructura social y económica. Ysí, hay qué decir “No a la guerra”, y actuar —por tanto­– en consecuencia.