Opinión • Tendremos que hablar • Arturo Mora
“La vida se vive sosteniendo un smartphone entre las manos…”
La vida se encoge y se expande en proporción
al coraje que uno tenga.
Anaïs Nin
No cedas; no bajes el tono, no trates de hacerlo lógico, no edites tu alma de acuerdo a la moda. Mejor, sigue sin piedad tus obsesiones más intensas.
Franz Kafka
Amurallar el propio sufrimiento
es arriesgarse a que te devore desde el interior.
Frida Kahlo
Crezco al ritmo de las flores. Despacio y a veces con dificultades, pero floreciendo a pesar de todo.
Jules Gibrán
El miedo es inevitable, tengo que aceptarlo,
pero no puedo permitir que me paralice.
Martha Ortiz
La vida no tiene sentido. Cada uno de nosotros
tiene sentido y lo traemos a la vida.
Es un desperdicio hacerte la pregunta
cuando tú eres la respuesta.
Joseph Campbell
Me gusta quedarme el tiempo necesario.
Es decir, el tiempo que no hace daño,
que no aburre, que básicamente cura.
Lig Anele
El corazón fue hecho para romperse.
Oscar Wilde
No hay tiempo que perder. La realidad social y su correlato en la realidad humana, esa personal, la que se siente y vive en carne propia, requiere con urgencia ser analizada, requiere un diálogo franco, que recoja las preocupaciones por la naturaleza, la vida y las formas en las que establecemos nuestras relaciones humanas, las maneras en que creamos vínculos, la forma en que expresamos nuestros afectos, emociones y sentimientos, que están cruzados, troquelados por las estructuras sociales, económicas y políticas que nos condicionan, nos limitan, nos seducen, nos someten y nos silencian. Creando una cultura del silencio.
Ahora en silencio nos pasamos dando likes y dislikes a cientos y miles de publicaciones en las diversas plataformas de las redes sociales. No se requiere hablar, los shots de dopamina han creado la adicción a las redes sociales. No es normal ya el tiempo promedio en el que se “vive” al estar conectados a las redes sociales. La vida se vive sosteniendo un smartphone entre las manos. Todo se digitaliza, los bancos, la diversión, las compras, los servicios públicos gubernamentales, la existencia pareciera que nos obliga a estar en ese mundo para poder ser.
Compartir la vida cotidiana, poner en las redes lo que se hace, lo que se desayuna, come, cena. El outfit del día, el trayecto al trabajo, las rutinas de ejercicio, y ahora la nueva idea de sentir y creer que se tiene el permiso de que cualquiera puede decir cualquier cosa, sin considerar una minina responsabilidad de lo que se difunde en redes sociales. Muy pocas personas validan, revisan o ponen en duda los contenidos que se comparten en las redes sociales.
Hasta hace poco la mayoría de las consultas sobre temas de interés se realizaba a través de Google, Bing, o cualquier otro buscador. Ahora Tiktok, con más de mil 500 millones de usuarios el mundo, se usa para buscar información, sin que exista una “validación”, al menos sobre los temas científicos y saberes humanos necesarios para analizar, comprender e interpretar la realidad social y humana. El Dr. Guillermo Orozco anunciaba hace más de dos décadas la transformación que se experimentaba en los medios de comunicación al pasar de ser sólo consumidores a prosumidores, esto es, productores de contenidos. Hoy cualquier persona con un smartphone puede ser “creador digital”.
Empiezan algunos esfuerzos en los gremios, como el de la psiquiatría, para estudiar y valorar la forma en que aporta la telepsiquiatría con el uso de las redes sociales.
Hasta hace poco tiempo, buscar información en internet implicaba leer lo que se hallaba; ahora todo se reduce a ver y a escuchar. El emisor juega su partida, el receptor mira, escucha y se queda mudo. Sólo reacciona entre me gusta y no me gusta y entre la fracción de segundo que tarda su dedo en deslizarse para cambiar “de página”. No hay forma de replicar, el diálogo no existe, la imagen y el discurso se imponen como verdad, como realidad, sin preguntar, sin someter lo que se dice ahí a revisión o prueba.
Doris Lessing escribió:
Nos educan personas que han sido capaces de habituarse a un régimen de pensamiento ya formulado por sus predecesores. Se trata de un sistema de autoperpetuación. A aquellos que sean más fuertes e individualistas que los otros, les animaremos para que se vayan y encuentren medios de educación por sí mismos, educando su propio juicio. Los que se queden deben recordar, siempre y constantemente, que están siendo modelados y ajustados para encajar en las necesidades particulares y estrechas de esta sociedad concreta.
Hoy la escuela y los sistemas educativos se ven rebasados. La sociedad cambia a una velocidad increíble, y la escuela como institución sigue en el modelaje de patrones ya desplazados. La sociedad de la información llegó para quedarse. El tema es saber qué hacer con la información, cómo desarrollar un pensamiento crítico, cómo ser capaces de poner en duda todo lo que vemos, todo lo que se nos presenta en las pantallas. Hoy las habilidades de hacer lo necesario con la información pasa por saber seleccionar, por filtrar lo que se ve. Requiere una actitud para buscar la verdad, aun con todas las nociones o definiciones de ésta, por más subjetiva que sea.
Lo mismo pasa en la dinámica del conocimiento personal. Se busca la validación emocional o afectiva en las redes sociales. Ahora cualquiera puede “conocer” y “saber” de psicología, y hacerse experto en temas de la conducta, de crisis personales, enamoramiento y mal de amores, separación y reconciliación de las parejas, educación de las hijas e hijos, y ser unos peritos en encontrar y recomendar caminos, métodos y tener “las respuestas de la vida”.
El mercado alienta la fantasía de que hacerse seguidor de gurúes y de personas que viven vendiendo sus procesos de “crecimiento personal”, que comparten sus experiencias de vida para salir de un problema, para cambiar de conductas dañinas, para lograr tener nuevos hábitos alimenticios, o para adquirir nuevas rutinas de vida, y servirá cambiar la vida, y encontrar el “paraíso” y solución y respuestas a las preguntas de la vida. Entre los nuevos redentores el éxito económico -eres pobre porque quieres, o cómo ser millonario en 7 pasos- y los “lideres” emocionales, psíquicos o espirituales que pueden llevarnos a la felicidad y a la realización personal. Vender libros de autoayuda es el negocio, el engaño y el autoengaño, y con ello la profundización de los problemas de salud mental y el malestar de la cultura, y sus consecuencias.
L.R. Knost invita a romper lo que damos por hecho:
No tengas miedo de la ruptura del mundo. Todas las cosas vienen a romperse. Y todo se puede arreglar. No con tiempo, como dicen, sino con intención. Así que ahí lo tienes. Ama intencionalmente, extravagantemente, incondicionalmente. El mundo roto espera en la oscuridad la luz que eres tú.
Y que más que otras cosas, es conocernos y partir de lo que somos, para cambiar lo que tenemos que transformar en lo social y en lo personal.
Debemos hablar de la realidad aunque nos guste estar distraídos en las pantallas. Necesitamos poner en palabras la vida y romper el silencio. Hoy que parece que muchas voces tienen la verdad, lo que se necesita es arriesgarnos a hablar, a compartir lo que nos lastima, lo que nos sujeta y domina. Debemos recuperar la palabra. José Saramago dejó estas palabras que nos plantear el valor del lenguaje, de usarlas con todo lo que conllevan, y comprender —si queremos– que las palabras curan, nos liberan, nos dan la posibilidad de narrar quiénes somos, lo que hacemos, cómo pensamos, cómo queremos, cómo amamos. Debemos hablar, hablarnos, escucharnos, oírnos desde el reconocimiento y la empatía; leernos y darnos a la tarea de hablar de lo que pensamos y sentirnos:
Las palabras son buenas. Las palabras son malas. Las palabras ofenden. Las palabras piden disculpa. Las palabras queman. Las palabras acarician. Las palabras son dadas, cambiadas, ofrecidas, vendidas e inventadas. Las palabras están ausentes. Algunas palabras nos absorben, no nos dejan: son como garrapatas, vienen en los libros, los periódicos, en los mensajes publicitarios, en los rótulos de las películas, en las cartas y en los carteles. Las palabras aconsejan, sugieren, insinúan, conminan, imponen, segregan, eliminan. Son melifluas o ácidas. El mundo gira sobre palabras lubrificadas con aceite de paciencia. Los cerebros están llenos de palabras que viven en paz y en armonía con sus contrarias y enemigas. Por eso la gente hace lo contrario de lo que piensa creyendo pensar lo que hace.
Romper los silencios y dejar ser sólo seres pasivos ante lo que vemos y oímos es el verdadero desafío de la sociedad de la información. Si no, ya veremos a la Inteligencia Artificial decidiendo por todos y todas.