Guía práctica y didáctica para prolongar los debates
"Se trata, y esto es fundamental, de dividir el universo entero en dos partes solamente: nacionalistas y vendepatrias, liberales y conservadores, políticos y ciudadanos. Desde luego será importante buscar extremos que puedan oponerse fácilmente en su connotación de bondad y maldad..."
Si usted es de los que gustan de prolongar los debates y llevarlos a un punto tal en que no tengan solución, déjeme decirle que existe ya una técnica probada por años de experiencia que le permitirá llevarla hasta límites irresolubles. Me permito a continuación exponerla en forma didáctica.
1. En primer lugar lo que tiene que hacer es identificar, con la mayor claridad posible, dos conceptos únicos y extremos en la discusión. Se trata, y esto es fundamental, de dividir el universo entero en dos partes solamente: nacionalistas y vendepatrias, liberales y conservadores, políticos y ciudadanos. Desde luego será importante buscar extremos que puedan oponerse fácilmente en su connotación de bondad y maldad. Aunque aparentemente esto es fácil, a veces se requiere de mucha agudeza y creatividad. Pero sigamos adelante.
2. Ubíquese usted graciosa y naturalmente en el sitio de los “buenos” y sitúe a su oponente –de manera que parezca como si esta decisión de colocarlo ahí fuera mandato divino– en el lado de los malos.
Ilustremos ahora los dos puntos anteriores. Imagine una discusión banal, sobre preferencias en el color. Si sus preferencias personales son hacia colores vivos, como el rojo encendido, el naranja etc., y su interlocutor ha demostrado inclinaciones por los colores terciarios, ocres, marrones, grises, suelte una frase que empiece a delimitar el campo de batalla: “CIENTÍFICAMENTE está demostrado que el color es luz, así que cualquier mezcla de los pigmentos que atente contra la pureza de los matices atenta contra la esencia misma del color”. Y Siga, con voz de profeta: “o se opta por el COLOR, o se le traiciona”. La reacción normal, si su interlocutor no practica el zen, es que haya encajado la puya y se apreste a la defensa del marrón como si de defender la patria se tratara. Sin embargo, no piense usted que todo está hecho; para asegurar una discusión interminable falta un poco. Preste atención al siguiente punto:
3. Puede ser que su interlocutor ya se enganchó en la discusión científica sobre la luz y los pigmentos. Qué bueno. Pero imagine que en lugar de eso, contesta cínicamente: “Pues será lo que sea, pero a mí me gusta más el marrón que el rojo.” Aquí viene entonces la tercera regla: No basta con ubicar al oponente en el otro extremo, es necesario hacerle saber que su posición es MORALMENTE inaceptable.Tener esas ideas no sólo lo hace estar equivocado, sino que lo hace un verdadero criminal. La tercera regla nos invita a contestar: “Pero si no es cuestión de gustos, estamos hablando de la eeeessennncia misma del color –nótese la entonación y pausa–. Eso que tú llamas gusto no es más que una perversión que atenta contra la cultura misma”. A estas alturas su interlocutor, si no está dormido, ya sacó de quién sabe qué parte de su repertorio argumentos para rebatir. Lo más deseable es que solito se haya ubicado en el otro extremo, que diga, por ejemplo: “¡Falso de toda falsedad! En la naturaleza se encuentran los colores terciarios más que los primarios o secundarios; lo natural es que el color esté siempre mezclado. Los colores puros son la evidencia de la artificialidad industrial que destruye la naturaleza”. ¡Ahí vamos! Pero no cantemos victoria.
4. El cuarto paso es de refuerzo, y tiene un peso psicológico muy importante. Ya llevamos esta discusión –aparentemente banal- sobre el color, al plano moral. Lo que se discute ahora ya no es el color, sino la perversión de un sujeto que es capaz de atentar contra el color y su esencia. Lograr eso es muy importante, pero falta algo más. Es recomendable añadir un ingrediente que nunca falla: hay qué expresar que la posición del contrincante no sólo es equivocada y moralmente perversa, sino que responde a intereses externos, a una manipulación. Esta provocación resulta altamente productiva. Volviendo a nuestra discusión anterior, podríamos decir: “Tus ideas sobre el color son europeizantes y tú no eres más que un instrumento del expansionismo europeo que trata, desde hace 500 años, de imponernos sus patrones de belleza”. O bien: “¿Sabes qué es lo que me da lástima? que ni siquiera te das cuenta de que esas ideas sobre el color te las han impuesto grupos perversos que lo que buscan es destruir nuestra identidad y nuestras costumbres”. Es bueno usar un tono amable, hasta comprensivo, como para reducir al contrario a una categoría de párvulo.
5. Las condiciones están dadas para una discusión interminable. El único peligro que hay qué conjurar es el de los centralistas y los gradualistas. Los dos son igualmente dañinos y pueden echar por tierra todos nuestros esfuerzos si sus intervenciones tienen eco entre los presentes. Los primeros son seres que pretenden centrar la discusión; de ahí su apelativo. Sin ningún recato, cuando estamos sumidos en las más profundas y agrias discusiones sobre las conotaciones morales del gusto por el marrón, intervienen pacificadoramente: “¿Pero qué no estabamos hablando nada más de los gustos por el color? ¿Por qué no nos centramos en la discusión inicial?” Como fácilmente imaginará usted, si los demás consienten en tan funesta propuesta, la discusión podría terminar muy rápido. La mejor estrategia es acusar de superficial al que esto dijo. Algo así como: “No es posible que siempre quieras llevar las discusiones a planos tan superficiales (banales, frívolos)”. Si la condición de la plática lo permite, acompañe la frase con un gesto físico de dar la espalda al impertinente, que muy probablemente se escinda del grupo y vaya a buscar hielos.
Los gradualistas pueden ser peligrosos también. Si se les consiente pueden llevar la discusión incluso a un mediocre acuerdo, lejano de nuestros propósitos iniciales. En el ejemplo que hemos seguido a lo largo de esta exposición distinguiríamos fácilmente a estos sujetos, porque verterían sin pena opiniones como: “¿Pero dónde termina el rojo y empieza el marrón?” Si usted se fija, esta aparentemente cándida frase atenta contra la fase inicial de nuestra estrategia. La técnica obvia es combatir de raíz esta afirmación para re-encausar la discusión hacia el infinito. Ejemplo: “Es que hay asuntos en la vida en los que no hay términos medios; se es o no se es”. O se puede ser más agresivo y atacar personalmente: “Lo que pasa es que tú nunca te comprometes con nada”. Y remate, si el ambiente es propicio, con algo evangélico: “recuerda aquello de que a los tibios los escupiré de mi boca”. Lo más probable es que el aludido se sienta herido en su amor propio y contribuya a nuestro fin de prolongar la discusión. Si lo sabe violento, no está de más dar unos pasos para atrás.
Son sólo 5 herramientas; es necesario que las practique. Con el tiempo le aseguro que las ejercerá casi sin darse cuenta, como quien anda en bicicleta. Empiece con temas que de por sí han sido ya extrapolados. Por ejemplo, si se trata de discutir si es bueno o no castigar a una muchachita embarazada que recurrió al aborto, ¿por dónde empezaría? ¿Por dividir a todos en los polos “los amantes de la vida” y los “amantes de la muerte”? ¿O preferiría utilizar el epíteto de abortistas y antiabortistas? ¡Muy bien! ¿Qué sigue? ¡Eso es! Hable del cielo y el infierno. ¡Muy bien… es usted un alumno adelantado!