martes. 23.04.2024
El Tiempo

La maestra Carmita en la Cámara de Diputados • David Herrerías

“Se frenó la propuesta oficial pero quedaron sin atender problemas que existen en el actual estado de cosas…”
La maestra Carmita en la Cámara de Diputados • David Herrerías


No sé si lo que me llevó a hacerlo fue la prolongación de ese deseo de penitencia que la Semana Santa alimenta; pero he de confesar que el domingo por la noche me receté un pedazo de la discusión en la Cámara de Diputados sobre la Reforma Eléctrica. Fue un rato nada más, porque temí que, si se prolongaba, me espantaría el sueño, y no quise amanecer el lunes de pascua con la sensación de crucifixión.

Pero ahí estaba yo, frente al televisor, en actitud estoica. Después de un rato de soportar las peroratas de nuestros representantes me di cuenta de que mi imaginación me estaba jugando una mala pasada. Déjenme contarles mi desvarío: veía normalmente a los personajes que se sucedían gesticulando en tribuna, cuando empecé a imaginar a la maestra Carmita, una docente de preescolar, parada a un lado de la junta de coordinación, amonestando a los diputados como si fueran chiquillos.

Un trajeado parlamentario se inclinaba hacia el micrófono y vociferaba a todo pulmón –como manifestando implícitamente su poca fe en la capacidad de la tecnología para llevar su voz a todos los rincones–, y la maestra Carmita, con voz maternal le decía: “Sí Juanito, pero no tienes que gritar para que te escuchemos. El volumen no agrega más verdad a tus palabras”. Yo me distraía con la voz en off de la turba que desde sus curules trataba de ahogar las palabras de la oradora en turno y aparecía de nuevo la maestra, conminándolos al silencio: “A ver, niños, niñas, cada uno tiene su turno para hablar. ¿No hemos aprendido a escucharnos?”. Varias veces fue necesario llamar a los y las diputadas al orden, porque se habían parado de sus asientos y armaban una verbena. Y la “miss” Carmita, paciente: “Niños, niñas, no tienen por qué estar parados y haciendo otras cosas si su compañera está hablando, respetémonos unos a otros. ¿no habíamos aprendido eso desde chiquitos?”.

Más abundaban las ofensas personales que los datos y argumentos duros. Como niños malcriados acudían más a la descalificación de las personas que el debate sobre las ideas. Decían vendepatrias, ladrones, traidores, lacayos… con la misma enjundia con la que en preescolar decían ¡feo, caca, pipí! Nuevamente la maestra Carmita acudía para poner orden: “Niños, niñas, ¿cuándo van a aprender que, si una persona piensa diferente a nosotros, no por eso es una mala persona?”

Un espectáculo llamó mi atención: cada vez que un legislador de Morena subía a la tribuna acarreaba consigo una decena de compañeros y compañeras que se ponían detrás de él o ella. Era una especie de “backpress” humano, un fondo para la foto. O un apoyo psicológico, quizá. Y otra vez la maestra Carmita, didáctica: ¿A dónde van todos? Déjenlo solito, el tiene que aprender a hacerlo por su cuenta”.

Varias horas estuvieron subiendo a la tribuna personajes de todos los colores para gritar al vacío consignas también vacías, que escuchaban sólo los que ya estaban predispuestos a escuchar. Y al final no se ganó nada, porque nadie cedió y no se construyó algo nuevo. Se frenó la propuesta oficial pero quedaron sin atender problemas que existen en el actual estado de cosas. Cuando nuestro mayor triunfo es lograr que no pase la propuesta del otro es como jugar a un empate que nos deja descalificados a los dos.

Sé que mi delirio, suponer a la maestra Carmita en la Cámara, es una distracción fútil, pero me hizo más llevadero el tramo. Y también me llevó a pensar que es muy probable que ninguno de nuestros diputados haya tenido la fortuna de formarse con alguien como la maestra Carmita (producto de mi febril imaginación de domingo por la noche). La educación que recibimos no parece estarnos formando para el debate, para la construcción de ideas a partir de una confrontación que no sea destructiva sino nutritiva, y creo que, ahora que tenemos que repensar la educación, la formación para el diálogo debe ser una prioridad.

Queda un largo camino por recorrer. Se solicitan maestros y maestras “Carmita” dispuestas a formar a las nuevas generaciones de legisladores, legisladoras, ciudadanos y ciudadanas.