Malestamos • David Herrerías
Tres de cada diez adultos en México padecen depresión, nos dicen las estadísticas. Sin embargo, esto es solo la punta del iceberg. La realidad es que gran cantidad de mujeres y hombres padecen permanentemente de algunos síntomas que, si bien no siempre llegan al consultorio, están presentes: la ansiedad permanente, el cansancio, el desgano, el sufrimiento de una vida que nunca puede colmar las expectativas propias e impuestas por una sociedad regida bajo el signo de la producción a toda costa. Es lo que Martha Carmona y Javier Padilla llaman “malestar”.
El malestar no es el sufrimiento psíquico ocasionado por hechos extraordinarios a las personas en su vida individual (traumas por violencia de todo tipo, por ejemplo) sino una sensación permanente de zozobra vinculada con la forma en que está organizada la sociedad. Una de las cuestiones que cualquier sociedad debe preguntarse es qué está haciendo mal para que la mayoría de sus habitantes sean victimas de este malestar.
Una de las respuestas equivocadas frente al malestar es tratar de hacerle frente a través de soluciones individualistas. En su libro “Malestamos”, estos psicólogos españoles ponen un ejemplo muy ilustrativo. Nos dicen: “Probablemente todos quienes a lo largo de la historia han sido esclavos, han cumplido los criterios de la depresión […] Pero la solución a ese malestar en ningún caso es una psicoterapia individual para esclavos, o cursos para aumentar la resiliencia para todo niño que vaya a ser esclavo, o antidepresivos para todos los esclavos. La única solución aceptable y válida para ese malestar es abolir la esclavitud. En todas sus formas. Y mientras la esclavitud no sea abolida va a producir un malestar que va a tener forma de tristeza, de rabia, de inhibición, de desregulación emocional.”
Maricela gana seis mil pesos mensuales y tiene que buscar un doble turno para que le alcance para alimentar a sus hijos, lo que la obliga a decidir entre dejar a sus pequeños al cuidado de una vecina o resignarse a no traer lo suficiente para comer. A la angustia “porque no alcanza”, se añade la culpa por abandonar a los hijos, y si a esto se añade la asunción de un discurso meritocrático que afirma que cada quien obtiene de la vida lo que merece, ahora la culpa y la sensación de fracaso se multiplican. Maricela se siente mal, y habrá quien le ofrezca soluciones individuales: “haz Yoga”, “toma cursos de autoestima”. O quizás aproximaciones más fuertes: “acude al psiquiatra”, “toma antidepresivos”.
No es que muchas de estas soluciones sean malas en sí mismas. El problema está en no reconocer una especie de enfermedad colectiva, el malestar, que tiene causas estructurales. “Si el sufrimiento psíquico se entiende como desadaptación y se trabaja para que el sujeto pueda volver a adaptarse al mundo, es fácil incurrir en hacerle adaptarse a una situación inadmisible”, dicen Carmona y Padilla.
La única forma de tratar el malestar es atacando las causas: acabando con la precariedad laboral, creando infraestructuras sociales que posibiliten otras formas de relacionarnos, fomentar el arraigo, la pertenencia como elemento de seguridad y certeza, la supresión de la división sexual del trabajo, la seguridad social universal y todo aquello que ayude a que las personas no estén metidas en una rueda de competencia permanente que amenaza con triturarlos apenas dejen de pedalear.
“La «plaga de la enfermedad mental» en las sociedades capitalistas sugiere que, más que ser el único sistema social que funciona, el capitalismo es inherentemente disfuncional, y que el costo que pagamos para que parezca funcional es en efecto alto” (CARMONA, Martha, PADILLA, Javier. Malestamos, cuando estar mal es un problema colectivo. Ed. Capitan Swing, Madrid 2022)